Economía

«Por primera vez en la historia los ciudadanos europeos van a poder invertir en línea con sus valores»

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21
febrero
2023

Basta con poner las noticias en la televisión, scrollear un rato en las redes sociales o echar un ojo a los reclamos de los supermercados para intuir que la «sostenibilidad» está a la orden del día. De hecho, tal como refleja el Pacto Verde Europeo –que plantea alcanzar la neutralidad climática, a más tardar, en 2050– es el principal vector de transformación y modernización de la economía de la Unión Europea (UE) para las próximas décadas. Sin embargo, en ocasiones parece que el término se pierde entre los mensajes confusos, las carcasas vacías y los anuncios engañosos. Entonces, ¿qué es realmente lo sostenible? ¿Cómo vamos a transformar el sistema en tan solo unos años para que entre en los límites naturales con cero emisiones netas y sin mermar la economía? 

Ambas preguntas pueden responderse si nos alejamos del ruido y buceamos directamente en el núcleo del plan de la UE para reconducir la inercia de la economía hacia un destino más respetuoso con el entorno. Y, más concretamente, si atendemos a la taxonomía verde, la herramienta central de la estrategia europea que busca, precisamente, discernir entre qué es verdaderamente sostenible y qué no. Una tarea compleja, pero que se vuelve sencilla al escuchar a la economista Helena Viñes Fiestas, miembro del Grupo de Expertos de Alto Nivel de Naciones Unidas para las Cero Emisiones, una de las madres de la taxonomía europea y una de las mayores expertas en finanzas sostenibles del mundo.

La UE ha dejado claro con el Pacto Verde Europeo que la sostenibilidad ambiental será el vehículo que modernizará la economía continental. Sin embargo, todavía vivimos en un mundo basado en un modelo contaminante. ¿Cómo podemos accionar esta transformación? ¿Qué papel juega el plan de acción sobre finanzas sostenibles en esta transición?

El plan de acción sobre finanzas sostenibles es el pilar del sector financiero dentro del Pacto Verde Europeo. Y el Pacto Verde Europeo es la respuesta de la Unión Europea al acuerdo de París y a la agenda 2030. Es decir, la hoja de ruta que dice que Europa va a ser neutral desde un punto de vista carbono en 2050, y además se compromete con otros objetivos como la circularidad, etcétera. El plan de acción sobre finanzas sostenibles –una pieza central dentro del pacto– tiene como objetivo número uno la reorientación del flujo de capitales hacia la economía sostenible. En otras palabras: por un lado, la descarbonización de las carteras tanto de inversión como de préstamos y, por otro, la apuesta por los productos, servicios y tecnologías que son necesarias para hacer la transición. Otra de las finalidades del plan es impulsar la inversión a largo plazo, porque el cortoplacismo está claro que es una de las grandes barreras para tomar en cuenta la sostenibilidad. También hay algunas políticas encargadas de mejorar el buen gobierno, incluida la gobernanza en sostenibilidad.

En definitiva, el objetivo central es la inclusión de riesgo y oportunidades ESG (Ambientales, Sociales y de buen gobierno, por sus siglas en inglés) a lo largo de toda la cadena de valor. 

Uno de los mecanismos que se antojan centrales para esta reorientación de capitales es la taxonomía verde, ya en marcha, pero todavía en desarrollo. ¿En qué consiste?

«La taxonomía es el sistema métrico del siglo XXI»

La taxonomía es el corazón del plan de acción de finanzas sostenibles de la Comisión Europea: es el instrumento base para justamente ayudar a reorientar los flujos de capital. No es el único, pero es el engranaje clave sobre el que todas las piezas giran y se ordenan para ayudar a financiar la transición. 

«Taxonomía» no significa más que «clasificación científica»: es un listado de las actividades económicas que dice cuáles se pueden considerar sostenibles desde un punto de vista medioambiental y bajo qué circunstancias. Lo que estamos creando es el sistema métrico del siglo XXI. Para que nos hagamos una idea de lo complicado que es una tarea como esta, se tardó más de un siglo y medio en crear el sistema métrico que usamos diariamente. Ahora, queremos cambiar todo un sistema, toda la aproximación que tenemos hacia la economía en finanzas. 

Ese listado –o ese diccionario, como lo llamo yo– se convierte en ese instrumento de medición en el momento en que la regulación obliga, por un lado, a las empresas a publicar el porcentaje cifra de negocios, de CAPEX (inversiones) y de OPEX (gastos operativos) que están generados de actividades que son consideradas sostenibles. Por otro lado, obliga a todos los fondos de inversión a decir qué porcentaje de esos productos financieros están invertidos en actividades alineadas con la taxonomía. ¿Cuándo? Simplemente cuando promuevan esos productos financieros como ambientalmente responsables o con un objetivo de inversión sostenible. Es decir, si yo comercializo mi producto como bajo en grasas, lo mínimo que puedo hacer es decir cuántas grasas hay en mi producto respecto a una referencia. Pues es lo mismo: si tú dices que tu producto tiene características medioambientales o un objetivo de inversión sostenible, entonces tienes que decir cuánto es en la taxonomía.

¿Cómo se decide si un producto es considerado o no sostenible?

Hay dos puntos claves para entender la taxonomía. El primero es el mecanismo de definición. Es decir, cuándo una actividad contribuye sustancialmente a un objetivo medioambiental sin dañar al resto –hay seis en total–. Esa «contribución sustancial» se mide respecto a la forma en la que responde a los objetivos verdes europeos. 

«Hoy por hoy el mercado europeo ya es la mitad ESG»

Por ejemplo, cuando desarrollamos la taxonomía climática de mitigación, lo que hicimos fue plantearnos cómo sería la economía de 2050 y compararla con los objetivos del Pacto Verde Europeo. A partir de ahí, pensamos en cómo se alineaban las diferentes actividades y tecnologías existentes con ese escenario y definimos tres tipos de actividades: aquellas que ya están casi en el cero; las que distan bastante pero son imprescindibles, es decir, que hoy por hoy no hay un sustituto ni una tecnología viable que los lleve a cero –en estas se eligió la tecnología más eficiente–; y las facilitadoras, que suelen estar en la cadena de valor de las otras dos y son tecnologías que ayudan. Por ejemplo, en la primera entraría la energía eólica, en la segunda la generación de electricidad y en la tercera, por ejemplo, estarían las turbinas, que son esenciales para generar la energía. 

¿Qué implicaciones tiene este nuevo marco en la práctica? Es decir, ¿de qué forma se activan los diferentes engranajes para favorecer el crecimiento de la economía verde?

Por ejemplo, imaginemos que tengo una empresa productora de electricidad con dos plantas. Una ya es verde y la otra no, de forma que el 50% de mi cifra de negocios es taxonómica. Aquí, la taxonomía me ayuda a que, si yo tengo conciencia de que tengo que llegar a ese cero –ya sea por convicción, por oportunidad de negocio o por toda la presión regulatoria–, voy a desarrollar un plan para invertir en esta planta y que sea verde. Todas esas inversiones para llegar a ser sostenible cuentan como verdes y están alineadas con la taxonomía desde un punto de vista de CAPEX. Y ¿por qué eso es tan importante? Porque con esto yo puedo ir al banco y voy a pedir un préstamo verde. Además de la presión regulatoria, al banco le interesa tener préstamos verdes porque cuanto mayor sea su porcentaje sostenible, más atractivo será para los inversores. Estos, a su vez, también tienen que intentar tener el mayor porcentaje de verde en sus fondos que promocionan como ambientales o sociales. ¿Y por qué los inversores lo quieren cada vez más? Porque hoy por hoy el mercado europeo ya es la mitad ESG. 

¿Y cómo afecta a los inversores minoristas?

Por primera vez en la historia, los ciudadanos europeos van a poder invertir sus ahorros en línea con sus valores. Y además, a partir de ahora, cuando vayamos al banco en el que queremos invertir X cantidad, no solo van a tener que hacernos las preguntas para poder tener claro cuál es nuestro perfil de inversor, de riesgo, etcétera. Sino que también nos van a tener que preguntar por nuestras preferencias sociales y medioambientales. Y si nosotros decimos que sí, que nos interesa y que es importante para nosotros, los productos que nos tienen que ofrecer tienen que responder a esas preferencias. Y eso abre la puerta, gracias a la taxonomía, a que el inversor minorista pueda ayudar a financiar la transición a la vez que obtiene un rendimiento de sus ahorros. 

«Dificultades técnicas y tecnológicas, muchas. Económicas también. Pero se pueden solventar: la gran barrera es la social»

¿Qué baches podemos encontrar en el camino según vayamos avanzando en el desarrollo y refinamiento de la taxonomía y los flujos se vayan orientando hacia la economía sostenible? 

Yo siempre digo que hay dificultades técnicas, pero las dificultades técnicas siempre se pueden superar. Las más difíciles son las dificultades más políticas y sociales, porque estamos transformando la economía entera, el modelo económico. La resistencia al cambio, aparte de ser una característica muy humana, es lógica en muchas industrias donde la transición va a ser muy difícil. Por ejemplo, lo vemos en la industria automovilística europea: le costó muchísimo tomar la determinación de dejar atrás el motor de combustión y pasar al eléctrico. Este fue uno de los mayores frenos para la industria europea y vimos como China o Japón, sin embargo, lo adoptaron muchísimo más rápido. Había una resistencia, y yo creo que ese va a ser el principal problema. Lo vemos, por ejemplo, con las circunstancias actuales, que algunos aprovechan para ralentizar el cambio. Sí o sí hay que cambiar, porque el cambio climático, si algo sabemos, es que no solo no espera, sino que sigue en aumento y cada día de retraso es peor el impacto y significa que la tarea todavía es mayor. 

Y, como ciudadanos o consumidores, ¿cómo nos va afectar esta transición?

Lo estamos viendo hoy en Europa con el acceso a la energía, por ejemplo. El aspecto social es muy importante. Dificultades técnicas y tecnológicas, muchas. Económicas también. Pero se pueden solventar. La gran barrera es lo social. El cambio climático es, sobre todo, un problema social, porque va a afectar a la humanidad y a muchas personas –sino a todas–: a su salud, a sus medios de vida, a su futuro… Por el cambio climático, pero también porque la transición en sí conlleva cambios sociales muy importantes. Por eso la S del ESG tiene que estar en el corazón de estos cambios.

Y si no, lo que vamos a ver también es esa subida de ciertas políticas o de ciertos grupos políticos, como hemos visto, con ideas muy radicales, que esa sí que es una verdadera amenaza. Hay que tener muy claro que este es un problema global que nos va a afectar a todos. Vamos a tener que aceptar que en lugar de comer carne cinco días a la semana, pues a lo mejor nos lo guardamos como algo especial un día a la semana.

Inmersos en un mundo –pese a las crecientes tensiones geopolíticas– estrechamente interconectado en materia económica, comercial y financiera, ¿cómo encaja el cambio europeo en el contexto global? ¿Pueden herramientas como la taxonomía ayudar a impulsar la reorientación del flujo de capitales hacia destinos más sostenibles en otras latitudes?

Muchas instituciones financieras abogan por la necesidad de tener un level playing field, un tablero compartido. Yo creo que eso es imposible. Sin embargo, lo que sí que hay que asegurarse es que haya compatibilidad. Y de ahí la importante labor de las instituciones que ayudan a establecer esos mínimos internacionales. 

«Si las empresas publican su porcentaje de taxonomía van a ser más atractivas para los fondos de inversión»

Lo que está claro, es que Europa va en la delantera. El Reino Unido va un poco a la par. En Asia lo que vemos es que cada vez le dan más importancia. Hemos visto, por ejemplo, las taxonomías asiáticas. De hecho, China fue el primer país que tuvo una taxonomía oficial, solo que era una taxonomía más simple. Pero fue la primera, la tuvo antes que la Unión Europea. La zona ASEAN (sudeste asiático) tiene su taxonomía y también vemos que estos países han aumentado la regulación sobre transparencia, divulgación de información ESG… También hemos visto países como Sudáfrica, países como Chile que están trabajando en su taxonomía, Colombia ya la tiene, México, etcétera.

Y la gran pregunta es Estados Unidos, que lo vemos como uno pero en realidad son dos: una California o una Nueva York o costa este muy avanzada –por ejemplo, ya hemos visto empresas estadounidenses que voluntariamente están respondiendo a la taxonomía sin tener ningún tipo de obligación–; y un nivel federal más estancado, aunque la administración de Biden está intentando sacar esa obligatoriedad. Pero bueno, también está muy bien que Europa lidere por una vez y que haya cierto tipo de extraterritorialidad. Porque, ¿qué lleva a esas empresas americanas a seguir la taxonomía? Saben que si quieren estar en X fondos, si publican su porcentaje de taxonomía van a tener mayores probabilidades, van a ser más atractivas para ser elegibles. Es la lucha por el acceso al capital. Y bueno, un poco de competencia o de carrera para ver quién es más sostenible, me parece muy positivo.

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