Desigualdad

«En cierta manera, las casas reales europeas son experimentos genéticos»

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27
febrero
2023

Se necesita conocer el pasado, no solo para evitar que se repitan ciertos hechos, sino porque, parafraseando a Kierkegaard, «la desigualdad tiene que ser vivida hacia adelante, pero solo puede ser entendida hacia atrás». Carles Lalueza-Fox ha apostado por analizarla a través de la visión –no única, pero sí clave– que ofrece la genética. En ‘Desigualdad. Una historia genética’ (Crítica) se centra en las huellas que pueden dejar los genes –como la marca de agua de los papeles importantes– y cómo han impactado en los cambios sociales.


¿Por qué ha preferido no analizar el fundamento de la desigualdad? ¿No existe una base biológica o es un tema que se acerca más a aspectos puramente jurídicos y sociológicos?

Habría sido un libro demasiado extenso. Además, mi publicación coincidió en el tiempo con otro libro que sí trataba la posible base genética de la desigualdad, The Genetic Lottery: Why DNA Matters for Social Equality, de Kathryn Paige Harde, que ha sido bastante polémico en Estados Unidos. Desde mi punto de vista, no hay suficientes evidencias científicas para sostener que existe dicha base genética y que esta pueda justificar las desigualdades actuales de forma global.

Destaca el papel decisivo que tuvieron las mujeres en la propagación, en este caso, de la diversidad lingüística, mientras que al tiempo fueron relegadas en los enterramientos y en otros contextos sociales. ¿Fue el cambio poblacional el único factor para comprender dicho papel o sería posible añadir otros?

Las mujeres no siempre fueron relegadas en cuestiones de estatus; por ejemplo, se encuentran enterramientos donde la mujer muestra evidencias de ofrendas funerarias equiparables a sus esposos. En algunos yacimientos hay incluso niñas con evidencias de dicho estatus (una muestra son las joyas de oro). La presencia de infantiles con estatus significa que este se heredaba y no necesariamente se conseguía por méritos propios. No obstante, sí que es cierto que, si tenemos en cuenta las decenas de historias de desigualdad pasada que estamos descubriendo, podemos afirmar que el colectivo femenino ha sido, ciertamente, el más sometido al efecto de los episodios de desigualdad; creo que responde a la necesidad de ejercer un control sobre la reproducción. Es curioso que, incluso en las utopías teóricas, escritas con la esperanza de mostrar sociedades más justas, las mujeres con frecuencia siguen estando sometidas al control masculino.

Igualmente, este libro apunta las complejas conexiones entre la sociedad y la biología, que han moldeado la diversidad genómica de las poblaciones humanas. ¿Cuáles cree que serán las consecuencias genéticas a largo plazo a las que alude?

Las evidencias genéticas indican que las sociedades están más estructuradas de lo que nos parecen. A pesar de las fantasías de las medias naranjas que tenemos que localizar en alguna parte, los emparejamientos no son al azar, e influyen más que los factores físicos, que también existen (pigmentaciones claras con pigmentaciones claras, altos con altas, etc.); entre los factores más importantes está el nivel socio-económico. Todos conocemos casos extremos como las castas de la India, cuya persistencia social, a pesar de no disponer de base legal desde ya hace más de 70 años, es enorme. Sin embargo, tengo la impresión que nuestra sociedad puede formar también un conjunto de capas genéticas invisibles a simple vista.

¿Qué nos pueden ofrecer los hallazgos arqueológicos para comprender los cambios sociales, la estratificación social  y los movimientos migratorios con su desigualdad implícita?

Obviamente, la paleogenética no opera sola. Así, para empezar, necesita disponer de los restos esqueléticos de las personas que vivieron aquellos episodios de desigualdad en el pasado. Pero, además, la interpretación de los resultados requiere de integrarlos en su contexto arqueológico –y, en ocasiones, histórico–. Por ejemplo, podemos detectar un cambio genético y este puede ser sesgado (esto es, mediado por hombres). Más aún, entender cómo se produce y cómo se estructura socialmente puede tener interpretaciones distintas, que requieren de las aportaciones de otras disciplinas del pasado. Dicho esto, las migraciones son oportunidades de acción de la desigualdad y lo que estamos descubriendo es la evidencia de que las migraciones fueron un fenómeno prevalente en el pasado.

«A pesar de las fantasías de las medias naranjas, los emparejamientos no son al azar»

No hay marcador genético más afectado por la desigualdad que el masculino. Sin embargo, esto no ha supuesto cambios en lo que se refiere a su dominancia social (o lo que se conoce como el deseo o interés por mantener ciertas jerarquías sociales). ¿A qué puede deberse?

Simplemente, «el hombre» ostenta la dominancia social, pero «los hombres» la sufren tanto o más que las mujeres en términos genéticos. Esto explica que existen fluctuaciones enormes en las frecuencias de linajes del cromosoma Y (el cromosoma paterno), que no se observan en su contrapartida materna (el ADN mitocondrial).

Hablando de un tema ampliamente tratado en el libro como es la ancestralidad esteparia –que parece ser solo de sesgo masculino y que llegó a Europa y, en consecuencia, a la Península Ibérica–, ¿hay datos más concretos en este aspecto sobre las regiones o yacimientos en las que pudo establecerse?

Su llegada al este de Europa parece asociada a episodios de violencia indiscriminada, que tenía una expresión ya en la Europa del Neolítico final. Esta quedó inmersa en una crisis de recursos propia y que se asocia con la aparición de un horizonte arqueológico, el conocido como la cultura de la cerámica cordada. Este horizonte se caracteriza por amplias deforestaciones –que pueden interpretarse como una forma de crear pastos para rebaños– y también por objetos simbólicos de tipo militar, como las hachas de combate. En paralelo, se extienden las tumbas individuales que reemplazan a las colectivas de períodos anteriores. Esta ancestralidad tarda unos 500 años en llegar a la península (por tanto, no eran ya los mismos nómadas sino el producto del contacto con el resto del continente); aunque hay que investigar más como se produce esta llegada en el registro arqueológico, dado que el impacto genético resultante es espectacular.

Legitimidad, familias reales, linaje y el cromosoma Y (el cromosoma paterno), un elemento este último clave para comprender distintos momentos históricos. Desde la perspectiva genética, ¿qué linaje le ha suscitado más interés durante la escritura del ensayo?

Las casas reales europeas, que se extienden a lo largo de centenares de años, combinan muchos aspectos tratados en el libro que las hacen fascinantes: genealogía, genética, poder y control social. En cierta manera son experimentos genéticos. Sería fascinante poder estudiar los restos de casa de los Austrias. Por ejemplo, con la figura de Carlos II, quien acumulaba una consanguinidad increíble. No obstante, y esto es lo interesante, hemos detectado algún otro caso de elevada consanguinidad en alguna comunidad prehistórica que nos habla de linajes reales que se cruzaban únicamente dentro de la familia. En Newgrange, Irlanda, hay un individuo enterrado en el lugar más preeminente del monumento que era hijo de hermanos, algo que solo se ha descrito en linajes reales de reyes-dioses como el Antiguo Egipto.

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