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En el paraíso de la biodiversidad

Cuando Darwin visitó las Islas Galápagos en 1835, se encontró con especies animales que nunca había visto y que fueron claves para su trabajo en la teoría de la evolución. Casi 200 años más tarde, los viajeros que recorren Ecuador –un país repleto de áreas naturales sin parangón– siguen sorprendiéndose al entrar en contacto con una naturaleza única.

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23
febrero
2023

Primera parada: Guayaquil y las Islas Galápagos

Todavía quedan algunos rincones del planeta en los que la fantasía y la magia se confunden con la realidad y la ciencia. Pero probablemente no haya ninguno como las Galápagos, unas islas paradisíacas en las que los seres vivos más extravagantes y únicos –perfectos protagonistas de una novela de Julio Verne– se encontraron con la ciencia durante la visita de Charles Darwin en 1835, decisiva para alumbrar su teoría de la evolución. Basta con poner un pie en cualquiera de sus islas –13 grandes islas volcánicas, 6 más pequeñas y 107 rocas e islotes conforman el archipiélago, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad y la segunda reserva marina más grande del mundo– para comprender la fascinación que debió de experimentar el científico.

Las Galápagos son unas islas paradisíacas en las que es posible encontrar a los seres vivos más extravagantes y únicos

La urbe de Guayaquil nos impone y las últimas noticias sobre el recrudecimiento de la violencia urbana invitan a tomar precauciones.

Sin embargo, en medio de la jungla de cemento se halla un oasis de paz y verdor en el barrio (cantón) de Samborondón; el Parque Histórico de Guayaquil que como indica su nombre, cuenta con varios elementos históricos en un espacio de vida silvestre y cultural que exhibe especies de flora y fauna local, además de algunas casas antiguas en riesgo de demolición de la zona urbana que fueron desmontadas y transportadas a este peculiar lugar.

Ese es el caso del que fuera el primer hospicio de la ciudad, Corazón de Jesús fue meticulosamente reconstruido pieza por pieza para dar vida hoy al Hotel del Parque, de arquitectura republicana y esencia colonialista que hoy se puede visitar y disfrutar.

Tras pasar por Guayaquil –desde donde se parte hacia las islas y que ofrece un verde oasis de paz en el Parque Histórico de Guayaquil con su Hotel –, las Galápagos se sienten como otro planeta. Su gran distancia del litoral americano permitió a sus especies animales y vegetales evolucionar al margen del resto del mundo. Además, las condiciones de sequía y aridez del suelo crearon un paraíso para los reptiles, que crecieron y evolucionaron sin depredadores.

 

La iguana terrestre amarilla, especie endémica de la isla de Santa Fe.

Al llegar, los lobos finos marinos duermen plácidamente al sol en el muelle. Mientras sorteas sus colas, llama la atención la tranquilidad con la que asumen estos animales nuestra presencia. No son los únicos que sorprenden a los viajeros. Tras una ruta por senderos perfilados con cactus y matorrales teñidos de tonos volcánicos en la isla de Santa Cruz, nos topamos por fin con el habitante que da su nombre al archipiélago: el galápago. Estas tortugas gigantes pastan por 31 hectáreas de verdes praderas en las faldas de un volcán extinto, en cuya cumbre se sitúa el Hotel Pikaia Lodge, de arquitectura minimalista y construido con materiales locales como el bambú y la lava. Sus infraestructuras de ingeniería energética –como una planta fotovoltaica o una estación de tratamiento de aguas usadas– consiguen que sea un establecimiento neutro en carbono. Christopher, empleado desde 2017, comenta que se siente la voluntad de este lugar de ser motor del desarrollo de la comunidad, a la que ha aportado un maestro y material escolar, así como el acceso de los estudiantes a la Science Room del hotel. Además, también invita a los visitantes a participar en el programa de reforestación o incluso a aportar material escolar en el marco del programa Pack for a Purpose. La carta de su restaurante está presidida por los productos de pesca y agricultura locales.

Como es imposible moverse por libre entre las islas, nos alistamos en una expedición a bordo del Sea Lion, un barco provisto de un sistema de protección de hélices para preservar la fauna submarina y con una política cero plásticos absoluta. La tripulación comparte historias sobre los animales de la zona –endémicos y cuyo avistamiento se hace imposible sin un experto–. Poder acercarse a estos animales salvajes en su hábitat natural es algo único. María, la guía naturalista, comenta visitando Santa Fe: «Cada isla tiene su flora y su especie endémica que no podréis encontrar en otra, como aquí esta iguana terrestre amarilla».

Segunda parada: Quito

Las Galápagos no son la única joya de la biodiversidad de Ecuador. Para llegar a la Amazonía ecuatoriana, toca hacer antes parada en Quito y Coca para subir el río Napo. El color de Quito es un contraste entre la pátina gris de sus históricos adoquines, sus paredes inmaculadas y sus tejas con toques tornasolados. Caminar por su centro histórico es como hacer un viaje exprés al pasado.

El centro histórico de Quito conserva gran parte del tejido social de una urbe antigua: es como un viaje al pasado

Para tener una visión general, hay que subir a la azotea del Palacio Gangotena –que mantiene su elegancia y tradición gracias al equipo del Hotel Casa Gangotena, comprometido con el medio ambiente y con la comunidad, en un momento en el que la cultura indígena y sus derechos se ven azotados por una realidad política y financiera cada vez más tensa–. Desde allí también se puede admirar sin desplazarse la Virgen Alada del Panecillo, monumento que supera en altura al Cristo Redentor de Río de Janeiro y que se viste de azul eléctrico por la noche. Sin salir de allí, se pueden degustar algunos de los mejores platos mestizos de todo Ecuador y asistir a la vida incesante de la plaza de San Francisco, presidida por su imponente convento y bulliciosa desde tempranas horas de la mañana.

Vistas nocturnas del convento de la plaza de San Francisco desde la terraza panorámica de la Casa Gangotena en Quito.

En esta ciudad de más de 2,5 millones de habitantes, su centro histórico conserva gran parte del tejido social de una urbe antigua. En sus tres hectáreas y media se edificaron trece claustros, tres templos y un atrio entre los siglos XVI y XVII. Ante tal descomunal conjunto arquitectónico renacentista y barroco, se puede entender que fuera la primera ciudad en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978.

Aunque se pueda llegar a sentir cierta inseguridad en cuanto anochece fuera de los límites del centro histórico, Quito y sus alrededores tienen mucha paz y naturaleza exuberante que ofrecer. A menos de tres horas de ruta, se puede visitar la reserva Mashpi y Tayra, dentro de la Reserva de la Biósfera del Chocó Andino: 2.715 hectáreas de bosque nublado protegidas y una inmersión en la increíble biodiversidad que ofrece el país. En ellas, un equipo de investigación compuesto por biólogos y naturalistas residentes ha logrado ya descubrir en una década trece especies botánicas y animales, como la rana de cristal. Proyectos como Guardianes del Bosque usan dispositivos solares de monitorización constante de sonidos para detectar actividades humanas ilegales y proteger ese paraíso.

¡10 especies. descubiertas en 10 años, todo un logro para el equipo de biólogos del Mashpi Lodge en pleno «bosque nublado» de Quito!

Los propietarios del único lodge son los propios empleados de las comunidades locales, que se benefician de un prometedor programa educativo y un curso en turismo comunitario de la Universidad de Quito.

La nueva especie de rana de cristal descubierta en 2014 por un grupo de investigación y biología del Mashpi Lodge: «Hyalinobatrachium mashpi«

Tercera parada: la Amazonía de Ecuador

A golpe de remo nos adentramos en la selva de la mano de Freddy, el guía naturalista que dirigirá cuatro días de recorrido por el parque nacional Yasuni, un paraíso hostil para quien no lo domina –nada de lanzarse solo a la aventura: el respeto y conocimiento de la vida salvaje con sus normas son primordiales para la supervivencia de todos– y una de las más importantes reservas de la biosfera. La protección de la naturaleza compite aquí con los intereses económicos de las empresas dedicadas a actividades extractivas que ya han deforestado más del límite permitido.

 

El campo base para los viajeros está en Napo Wildlife Center, al borde del lago Añangucocha, único y ancestral territorio de la comunidad quechua Añangu, quienes poseen y gestionan todo lo que está sobre sus tierras. Este proyecto de ecoturismo es, de hecho, iniciativa de la comunidad: sus beneficios mantienen las estructuras y a sus habitantes, 36 familias repartidas por un territorio de más de 41.400 hectáreas protegidas. «Aquí no se caza, trabajamos la recuperación y conservación y todas las especies están protegidas, vivimos del turismo y de la agricultura para nuestro autoabastecimiento», explica el guía. Tras una larga excursión en canoa –único modo de transporte por la laguna–, se llega al centro de la comunidad, donde se reponen fuerzas con un bol de chicha, la bebida de yuca fermentada típica, y con una degustación de la delicia local, el chontacuro –o gusano de chonta– al grill. Freddy nos presenta el proyecto de educación para 130 estudiantes –casi la mitad de la comunidad–, que ha iniciado una auténtica revolución permitiendo a las mujeres trabajar. Cuando los niños se levantan, lo primero que hacen antes de ir al colegio es aprender a tejer, para no perder este saber.

 

Comunidad de mujeres quechua preparando la chicha tradicional

Las tradiciones ancestrales de esta comunidad quechua Añangu se mantiene viva a través de las mujeres.

La Oropéndola, un despertador natural con canto «electroacuatico».

Los viajeros nos levantamos cada día con el canto de la oropéndola, para aprender a escuchar y ver entre ramas, en mimetismo y en silencio, desde la torre de observación del centro –construida con tubos de petróleo reciclados, madera de colorado y techo de paja toquilla–, que con 30 metros de altura ofrece una vista 360º de la selva y su lago. Resulta fascinante la cantidad de especies que se puede llegar a observar: una manada de 200 jabalíes a la carrera, una exuberante bandada de guacamayos que bien merece la hora de espera o una familia de nutrias que comparten territorio con los caimanes y el prehistórico hoatzin. Desde las alturas se puede apreciar no solo la belleza del bosque nublado por la mañana, sino también los vertiginosos saltos de rama en rama de un sinfín de variantes de primates.

Vistas a la laguna Añangucocha desde la torre de observación del Napo Wildlife Center a 30 metros del suelo.

De vuelta al lago, nuestra canoa se cruza con la de un fotógrafo naturalista y un biólogo británicos que vienen a observar plantas y setas. Los quechuas se curan con plantas desde la noche de los tiempos, un saber ancestral que procuran transmitir de generación en generación. En el viaje de regreso, solo nos queda inclinarnos ante la belleza de Pachamama –la tierra madre, en quechua–, que es tan grande como el reto de estas comunidades para conservar su legado y hábitat naturales.

La presencia de las petroleras se siente muy presente durante la subida del río Napo, arteria principal y vía de acceso de la Amazonía ecuatoriana.

El viaje concluye en la ciudad de Cuenca, capital de la provincia del Azuay, bien conocida por su artesanía y confección de «sombreros de paja toquilla» más conocidos como Panamá y los cuales cuentan aquí hasta con un museo. Algunos dicen que estos fueron los primeros sombreros de pajada tranzada que se exportaron hasta Panamá. Pero la cultura de esta zona del sur vibra en cualquiera de sus pueblos y lo pudimos comprobar en una excursión por el parque de Cajas, digno de un paisaje canadiense y Gualaceo dónde la familia de josé Jiménez nos compartió su saber ancestral del tejido Cañari (también denominado Ikat).

Visita didactica de la Casa Museo de la Makana en Gualaceo para descubrir la técnica ancestral del tejido cañarí.

José y su mujer estuvieron tejiendo sus diseños a base de nudos sentados en la cabuya, instrumento totalmente manual que ya pocos dominan por el país. El resultado son una espectaculares macanas cuyos colores vibran en torno a la naturaleza. Pues todos sus tintes son naturales y los procesos de teñido totalmente manuales, tal y como nos pudieron demostrar con los tintes de cochinilla en directo. Un arte que merece perdurar y ser transmitido más allá de las fronteras.

 

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