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«Antes de comprar algo nuevo, deberíamos pensarlo muy bien»

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21
febrero
2023

Desear menos’ (Gatopardo) es uno de esos libros que se lee en momentos de excesos. Y que obliga a preguntarse por qué compramos lo que compramos, si nos maneja más el impulso que la necesidad, por qué nos llenamos de cosas y no de momentos. Pero desde el principio de esta entrevista, Kyle Chayka, el autor, traza una línea roja: él no es Marie Kondo. En este, su primer libro, Chayka mezcla crítica cultural y crónica personal para encontrar los orígenes filosóficos y estéticos del minimalismo. «Quería cuestionar nuestra experiencia cotidiana de existir en este mundo», explica Chayka. «El desear menos no es una enfermedad ni una cura. El minimalismo es simplemente una forma de plantearse cómo hacer la vida mejor. Y la mejor manera de captar el deseo de tener menos es a través de la textura de la vida de quienes lo practicaron».


¿Cómo alguien como usted, que vive enchufado a las redes, termina escribiendo un libro sobre silencio, contemplación, paz interior?

Hace unos años, cuando Instagram publicitaba espacios de moda, siempre aparecía la palabra «minimalismo». Me di cuenta de que era una clara tendencia cultural. Lo comprobé con cifras: en Instagram hay más de trece millones de publicaciones con la etiqueta #minimalismo. La tecnología nos estaba moldeando hacia el estado de vacío, de limpieza. Y como estaba en pleno auge Marie Kondo, que enseña a vivir sacando todo lo que no sentimos especial, me dije que tenía que haber algo más profundo en todo esto. Me interesa saber de dónde vienen las cosas. Cuando la palabra minimalismo se convirtió en meme, decidí escribir el libro.

También es cierto que usted es un millennial. Y a su generación nunca le ha interesado la estabilidad material…

Es que fuimos la primera generación que creció con el internet, con la explosión de las redes sociales. Nuestra experiencia de vida pasa necesariamente por lo que hemos vivido en pantalla. Y eso cambia la relación con los bienes materiales porque uno está tan enfocado en internet, que termina buscando algo contrario a eso. La crisis financiera de 2008 también tuvo mucho que ver en ese desinterés por la estabilidad material. Nuestra generación se dio cuenta de que una carrera laboral no la determinaba un solo trabajo o una sola empresa. Había contratos de corta duración, mucha independencia, poca estabilidad. Y podíamos hacer nuestra vida y pagar nuestras cosas con mucho menos.

«Menos es más», la frase que resume la filosofía atribuida al arquitecto moderno Ludwig Mies van der Rohe, es uno de los mantras de este siglo. Y sin embargo usted suelta un dato impresionante: los americanos tienen solo 3% de los niños en el mundo, pero compran el 40% de los juguetes que se fabrican.

¿Quiere otro dato? La casa promedio en los Estados Unidos tiene 300.000 objetos. Cada uno de nosotros adquiere más de sesenta prendas nuevas cada año y luego tiramos a la basura treinta kilos de textiles por persona. Es inevitable no sentirse disgustado con uno mismo. Ahora que nos hemos dado cuenta de que el progresivo aumento del materialismo de los seres humanos está literalmente destruyendo el planeta, taponando los ríos, matando animales, el estilo minimalista se antoja como una forma responsable de enfrentarse al mundo. Antes de comprar algo nuevo, deberíamos pensarlo muy bien. Porque a largo plazo va a empeorar la vida de todos.

¿Por qué, si somos conscientes de todo eso, seguimos siendo tan adictos a acumular y a ir en contra del minimalismo, definido como la tendencia a reducir a lo esencial?

Hemos acumulado objetos muy de tendencia que vamos actualizando cada tantos años. Un iPhone, por ejemplo. No es algo que uno espera conservar diez años o más. Eso claramente no es una relación satisfactoria con las cosas. Es efímera. Y si a eso usted le suma el tema de que hoy en día lo que se fabrica es de peor calidad que lo que se hacía hace una década… A mí me atraen objetos elaborados en los que la gente ha puesto mucha atención. Nos dan placer porque nos dan la sensación de ser una parte permanente en nuestras vidas. Cuando desarrollamos relaciones especiales con cosas así, estamos más satisfechos. Le pongo un ejemplo, vivo con mi novia en Washington cerca de una tienda de muebles viejos. Algunos no son bonitos. Pero hay otros fantásticos. Hace poco encontramos seis sillas. Cada vez que las veo me dan felicidad. Aprecio mucho el talento de la mano de obra humana y cómo las personas transformaron los materiales en cosas tan bonitas.

«Cuando la palabra minimalismo se convirtió en meme, decidí escribir el libro»

Miremos la historia. El Imperio romano, por ejemplo. Antes, el que tenía más objetos exóticos, palacios y riquezas era el poderoso. Y ahora hay cierta búsqueda hacia un ambiente monacal. ¿Cómo sucedió eso?

En la época del Renacimiento, la manera de mostrar poder y autoridad era exhibiendo objetos que resultaban escasos, difíciles de encontrar. La familia Médici construía casas enormes, coleccionaba pinturas y objetos en oro. Con la Revolución Industrial, el simbolismo de los objetos materiales cambió. Una mesa no tenía que ser construida por manos humanas porque empezaron a producirse en masa. El volumen de los objetos subió, los precios bajaron. Tener cosas ya no era exclusivo para las élites. Y estas ya no pudieron usar tantos objetos para mostrar su poder y riqueza. Hoy en día las cosas son accesibles, baratas. Te puedes poner una camiseta distinta todos los días. Los símbolos de riqueza tuvieron que cambiar. Si cualquiera puede tener cualquier cosa en cualquier momento, ¿qué es lo contrario? Lo contrario es tener pocas cosas en espacios más vacíos. Esa es la manera de mostrar que uno puede vivir sin lo que todo el mundo necesita. Es una forma también de verse diferente y mejor porque vive con menos.

Hay un intangible minimalista que no suficientemente apreciado: el valor del silencio. Lo hemos perdido por estar siempre conectados, disponibles para todos. Usted confiesa que mientras escribía este libro estaba más distraído que nunca, enchufado a su iPhone. Así que se sometió a una experiencia de aislamiento sensorial o inmersión durante dos horas en la oscuridad y silencio de una cámara cerrada…

Pedí una cita en un spa de flotación y pagué 175 dólares la hora. ¡Una locura! También conseguí unos audífonos que cancelan el ruido. Ahora tenemos que fabricar nuestras propias burbujas de silencio. El silencio tiene fama de ser productivo. Buda meditaba en una cueva. Marcel Proust forró las paredes de su estudio con corcho para poder escribir tranquilo. Cada uno tiene que inventarse su propio método de lo que le produce paz mental. Para mí, es el arte y la cultura.

Necesitamos más arte, más música, más invisibles intangibles y menos cosas…

Por eso siempre me ha gustado el arte minimalista. Fíjese en un artista como Dan Flavin, que en los años 60 tomó objetos normales, como bombillas fluorescentes, y produjo arte. Transformó lo banal en artístico y lo instaló en galerías de arte. Esa idea de la transformación siempre está en mi mente. Hay que volver al mensaje de los artistas minimalistas que resolvieron la ansiedad materialista creando su propio mundo con lo que estaba a su alrededor. Si apreciamos lo que está alrededor, estaríamos más felices y menos adictos a comprar. Es muy importante tener momentos de contemplación.

«Kondo logra homogeneizar los hogares y borrar cualquier huella de personalidad o extravagancia»

¿Por qué no le gusta Marie Kondo, que limpia espacios para volverlos contemplativos y armoniosos?

Porque ofrece soluciones demasiado fáciles para cambiarte la vida. Te pide que examines todos tus objetos y decidas cuáles son de verdad importantes. Kondo logra homogeneizar los hogares y borrar cualquier huella de personalidad o extravagancia, como la colección impresionante de adornos navideños que tenía una de sus clientas y que apareció en su serie de Netflix. Aunque a mucha gente le funciona, Marie Kondo hace que uno no piense por sí mismo.

Uno de los capítulos más reveladores de su libro ocurre cuando viaja a Japón. Allí leyó un libro que lo sacudió: La estructura del iki, del filósofo japonés Shuzo Kuki, defensor de la belleza de lo efímero…

Es mi capítulo preferido del libro. Kuki es una figura famosa en Japón pero totalmente desconocido en Occidente. Iki, para él, es una estética, un gusto, una manera de sentir el mundo. Para mí tiene que ver con desligarse de las cosas diarias y apreciar la belleza. Es una contemplación calmada, relacionada con ciertas telas, ciertos movimientos de las manos. Podemos tomar esta idea y usarla para nosotros mismos y preguntarnos: ¿qué es lo que nos da paz y tranquilidad? Es un asunto de encontrar la belleza en lugares distintos. Mi primera asociación con el término «minimalismo» no tiene que ver con los bienes materiales sino con la historia del arte. Aparte de Flavin y otros más, siempre me sentí atraído por los serenos lienzos cuadriculados de Agnes Martin. Encontré esa estética en arquitectura cuando visité la Casa de Cristal, ubicada en Connecticut, construida en 1949 por Philip Johnson. Es un rectángulo en cristal de diecisiete metros de largo por diez de ancho, con unos jardines bellísimos, muy poco mobiliario. Fue muy revolucionaria porque convenció a la élite neoyorquina de abandonar los pesados edificios de ladrillo. Y demostró que la belleza puede traer confort.

Uno de sus objetivos era descubrir de dónde viene nuestra ansiedad material. ¿Encontró la respuesta?

La idea de ignorar el mundo materialista y enfocarnos en el mundo espiritual ha existido desde muchísimo antes de Cristo. Siempre ha habido tensión entre los dos. A veces la balanza se inclina más de un lado que del otro. Para manejar nuestra ansiedad debemos encontrar un balance entre lo abstracto y lo material.


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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