Opinión

Historias de mi suegro

Las nuevas transformaciones laborales, encabezadas por la IA, nos acercan de nuevo al núcleo del sentido vital: su búsqueda, su pertenencia, su necesidad y su falta.

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31
enero
2023

Me cuenta mi suegro que, en la Fuengirola de finales de los cincuenta, en la que él era un niño, había un inglés del que muchos en el entonces pequeño pueblo pesquero pensaban que estaba loco. Su extravagancia era dar vueltas corriendo durante una hora al terroso campo de fútbol que había en el centro. Él y sus amigos se arremolinaban para verlo, sin entender muy bien aquella manía, pensando que aquel hombre rubio y fornido tenía problemas mentales que se manifestaba corriendo sin sentido. Hoy, que tanto vemos correr y tantos corremos –o, al menos, tenemos la intención de hacerlo algún día–, entendemos sus razones, pero entonces, cuando la inmensa mayoría tenía trabajos manuales agotadores, hacer deporte era redundante: ya quemaban suficiente en el tajo (o criando a varios niños a la vez). 

Cambios profundos que provenían de transformaciones laborales, por la transición de una economía basada en la agricultura y en la industria a una de servicios. El paso de los trabajadores de cuello azul a los de cuello blanco se manifestaba en aquel corredor guiri que anticipaba, en su excentricidad aparente, el horizonte al que todos estábamos llamados a llegar.

«El fin del trabajo puede entenderse también como su ‘finalidad’: una poderosa herramienta de entender y ordenar la propia vida»

Viene todo esto a cuenta de los recientes avances anunciados en inteligencia artificial (IA) y a los renovados temores a que destruyan ocupaciones y transformen en profundidad las relaciones laborales e, incluso, el papel clave del trabajo en la configuración de la propia identidad. ¿Qué excéntrico de hoy, a quien quizá miremos con la sorna y la incomprensión con que miraba mi suegro al corredor hace más de sesenta años, nos está mostrando los probables horizontes del futuro? 

Lo ignoro, pero estoy convencido de que se tratará de una transformación profunda como la que más. Al sustituir potencialmente tantas tareas, tiene también el potencial de dejarnos mucho más expuestos al sentido; es decir, a su necesidad, a su falta, a su búsqueda. En la medida en que la parte de nuestra vida que utilizamos como medio para se vea reducida, quedaremos deslumbrados ante los fines para los que deberemos seguir levantándonos por la mañana.

El fin del trabajo, esa vieja profecía, puede entenderse también como la finalidad del trabajo, que ha sido una poderosa herramienta de entender y ordenar la propia vida. Ante su transformación definitiva a través de la IA, habrá que buscar formas de adaptarse y encontrar y perseguir nuevos fines. De momento, empezar a correr no parece mala idea. 

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