Opinión
Qué tendrá el fútbol
Pocos deportes consiguen experimentar ese vínculo repentino de creer que aquel que tienes sentado al lado en un bar es tu nuevo mejor amigo. Un espacio común, el del campo de fútbol, que hace que se sueñe entre la fascinación y la identificación con una idea colectiva.
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Mientras se juega un partido especial de fútbol, los establecimientos encargados de repartir comida a domicilio notan quién va ganando o perdiendo por el tono anímico de las llamadas. Cuando existen retrasos en las entregas, apenas existen reclamaciones si el resultado es favorable a los intereses del peticionario. Ante un Madrid-Barcelona, sorprenda o no, se paralizan las calles de medio mundo. En cualquier hospital, tampoco es infrecuente que un paciente diga que ha pasado una buena tarde porque ha visto ganar a su equipo del alma. El fútbol tiene la capacidad de cambiar el estado de ánimo.
Uno de los mayores poderes del fútbol es evocar la propia infancia. No es fácil apartarse de este deporte durante la edad adulta si se ha tenido algún vínculo con él desde pequeño, así como es complicado aficionarse o incluso entender lo que moviliza a nivel emocional si no hay recuerdos asociados (por ejemplo, haber visto toda la vida a tu abuela condicionar sus rutinas para estar anclada a la televisión o al transistor durante 90 minutos). El aficionado busca volver a la época infantil para revivir esos afectos.
Javier Marías escribió en Salvajes y sentimentales que el fútbol es la recuperación semanal de la infancia; también es temor y temblor, dramaticidad y zozobra, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, así como una escenificación de la épica al alcance de todo el mundo. Las crónicas deportivas de cada evento futbolístico son otro género literario con el que se disfruta leyendo. El ser humano tiene la necesidad de grandes relatos y héroes.
«Uno de los mayores poderes del fútbol es evocar la propia infancia»
Otros escritores como Onetti, Galeano, Kapuściński o Caparrós han transmitido también ese amor romántico por el fútbol en sus textos. En sus libros se ha intentado filosofar acerca de la simbología del fútbol pero su efecto seductor es más simple de explicar. Ser espectador de un partido consiste en un acto primario que busca puro entretenimiento, diversión y celebración. El fútbol tiene un idioma propio difícil de comparar con otro deporte. Mientras el balón está en juego, pueden pasar muchas cosas, un componente imprevisible que engancha y hace posible disfrutar de un partido aunque no se tenga especial vinculación con ningún equipo. Los jugadores nunca se rinden a la espera de una segunda oportunidad.
Hablar sobre fútbol es buscar un tema fácil de conversación. Fuera de Europa, no es infrecuente que te pregunten cuál es tu equipo cuando dices que vives en España. Pocos deportes consiguen experimentar ese vínculo repentino de creer que aquel que tienes sentado al lado en la grada o en un bar es tu nuevo mejor amigo: ese espacio común, el del campo de fútbol, hace que se sueñe con una idea colectiva; se vive temporalmente en un estado de fascinación e identificación.
En ese estado de ensimismamiento, se está dispuesto a viajar largas distancias con tal de pasar un fin de semana en otra ciudad para ver a tu equipo jugar. Estas reacciones, que estarían calificadas como patológicas en otros contextos, se convierten repentinamente en algo normal. Esa pérdida de la noción de la realidad es buena en pequeñas dosis. El fútbol ofrece una válvula de escape terapéutica donde el cerebro se aleja de las preocupaciones del día y se alcanza una felicidad momentánea. Es cierto: algunos comportamientos primitivos pueden derivar en actos ofensivos, pero hay una forma no fanática de disfrutar del fútbol si se educa desde la infancia en los afectos de compartir con alguien esos sentimientos, así como en los valores del deporte.
Como en cualquier pareja, la relación con un equipo puede pasar por momentos diferentes de idealización o decepción. A veces te reconcilias después de una ruptura temporal por no haber estado de acuerdo con la forma de gestionar tu club o porque alrededor del negocio del fútbol hay demasiados intereses espúreos y oscuros sobre los que merecería la pena reflexionar. Pero el que ha mamado el fútbol desde pequeño siempre vuelve. En el fondo, lo que no se quiere perder es la oportunidad de vivir momentos autobiográficos asociados a esas victorias o derrotas. Y abandonar del todo el fútbol es renunciar a la oportunidad de seguir estando vivo y de volver a soñar como un niño.
Patricia Fernández Martín es psicóloga clínica en el Hospital Universitario Ramón y Cajal.
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