Opinión

«Lo excepcional fue aquello» (o la última excusa)

La resignación pública con la selección de fútbol se asemeja al espíritu de los tiempos: el que argumenta, de forma fatalista, acerca de la excepcionalidad del bienestar y el progreso.

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09
diciembre
2022
Pablo Sarabia preparándose para tirar un penalti frente a Bounou.

La eliminación de la selección española ante Marruecos en el Mundial de Qatar ha dado pie a comentarios derrotistas sobre nuestro equipo, como si los años gloriosos que comenzaron con la Eurocopa de Luis Aragonés y culminaron con la de Del Bosque tras haber ganado el Mundial de Sudáfrica en 2010 no hubieran sido más que un espejismo. Nuestro sino serían aquellas selecciones de Clemente y Camacho o, en el mejor de los casos, el de remontadas agónicas como la del 12-1 a Malta y el mítico gol de Señor (tanto mitificado por la no menos icónica retransmisión de José Ángel de la Casa, cuyo «¡Goool de Señor!» tenía algo de pasaje bíblico). 

Hemos escuchado en estas horas un lamento habitual: la excepción fueron los triunfos en 2008, 2010 y 2012 y, por lo tanto, hemos vuelto a la vieja normalidad de las expectativas frustradas. Aquellos a los que nos pillaron nuestros años más futboleros de la infancia con la selección de Clemente tenemos el ánimo curtido y el alma escarmentada. Visto desde hoy, aquello fue una escuela de carácter de la que ahora nos beneficiamos. Pero hay algo relevante en esa afirmación generalizada de que «aquellos años fueron la excepción», como si necesitáramos pruebas de que ganar dos Eurocopas y un Mundial seguidos es un reto excepcional, combinación de talento y azar que se da una vez –si es que se da– cada varias décadas. 

La afirmación recuerda a otra que suele verbalizarse cuando se habla del periodo de paz y prosperidad económica que fue desde la posguerra mundial hasta los años setenta. Los llamaron los «Treinta Gloriosos», aunque resultó que fueron, como las victorias de España, un espejismo. La Gran Recesión de 2008 fue la puntilla final de un sueño previamente desvelado a medias por la crisis del petróleo o el auge del terrorismo global. El estallido de una pandemia y la vuelta de la guerra a suelo europeo refuerzan el argumento fatalista sobre la excepcionalidad del bienestar y el progreso.

«La pandemia y la guerra en Ucrania refuerzan el argumento fatalista sobre la excepcionalidad del progreso»

No son sucesos comparables, pero en ambos casos llama la atención el abandono a un destino que parece manifiesto: el de una selección nacional de fútbol mala y frustrante o el de una realidad socioeconómica decadente. Estamos donde tenemos que estar o, en todo caso, donde el tiempo nos señala que es más habitual que estemos; es la costumbre resignada de la derrota y la melancolía. Un estado de ánimo que casa bien con el espíritu de los tiempos, pero que no se diferencia mucho en sus fundamentos de aquellos que sostenían los de los mantis o adivinos en la Antigüedad viendo las tripas de un animal muerto o escrutando el vuelo de las aves al atardecer: todo queda fuera de la voluntad humana y al arbitrio de dioses o fuerzas teleológicas de la historia, ante las que solo cabe agachar la cabeza y entregar la voluntad.  

Que a Luis Enrique le venga bien este argumento para su canal de Twitch –sorprendentemente inaugurado y activo durante la concentración de un Mundial– no lo hace menos absurdo.

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