Internacional

Por qué Israel es uno de los países más innovadores del mundo

Ser un joven Estado y mantener unas complicadas relaciones con sus vecinos ha llevado a Israel a invertir masivamente en tecnología a lo largo de las décadas. Por ello, ahora es la nación ‘start-up’, una de las zonas más potentes en innovación del planeta. Pero este liderazgo no está exento de sombras, porque el avance tecnológico israelí está estrechamente ligado al gasto en defensa.

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21
diciembre
2022

La antigua civilización de Canaán se estableció pronto junto a los lametones del mar Mediterráneo. Aquella tierra se componía de pequeños núcleos sujetos al vaivén de las vicisitudes culturales y políticas, si bien pronto el dominio iría cambiando de manos: el hierro obligaría a hititas, egipcios y filisteos a abandonar aquel país que la Biblia declararía maldito. Hoy el territorio sigue en pie, repartido entre diversos Estados. Paradójicamente, gran parte pertenece a Israel: el hogar de una de las civilizaciones más antiguas del planeta está en manos de uno de los Estados más jóvenes.

Y esa no es la única paradoja: ahora, este antiguo territorio es considerado también uno de los más innovadores. Al norte de Tel Aviv, se encuentra una de las zonas con mayor concentración de alta tecnología del mundo. Se trata de Silicon Wadi –una denominación que ya deja claras sus pretensiones– y es el hogar de compañías como IBM, Microsoft, Motorola, HP o Intel. Para Israel, según sostienen numerosos autores, innovar es como respirar. «Uno de los ejemplos que mejor refleja la clase de ingenio israelí es el uso de la energía solar, que comenzó en Israel en la década de 1950, para hacer frente a la escasez de energía», relata Elena Canetti, managing partner en la consultora Inveniam. La razón de este ingenio, según Canetti, es simple: «La necesidad de buscar alternativas y soluciones en un país con muy pocos recursos naturales».

Israel, con una población de tan solo 8 millones de habitantes, se encuentra en el séptimo puesto del Bloomberg Innovation Index, adelantando a Austria, Finlandia, Holanda, Francia o España. No es casual: según la consultora Deloitte, es el segundo país que más invierte en I+D+i y el primero del mundo en número de start-ups per cápita, a lo que se suma una «fuerte flexibilidad y adaptabilidad al cambio». La producción de la alta tecnología israelí creció más del 10% en 2021, con una contribución del 15,3% al PIB. El impulso no viene solo de manos privadas: las incubadoras –organismos que promueven el desarrollo de empresas– pueden ofrecer una cobertura gubernamental del 85% de los gastos para los estadios más tempranos.

Sin embargo, no todo el capital es económico. «Para innovar no hacen falta demasiados fuegos artificiales, sino determinación, liderazgo y mucha capacidad», explica Xavier Marcet, presidente de Lead to Change, consultora especializada en innovación estratégica. Innovar es, define, «crear un nuevo valor que sea adoptado de forma significativa por los clientes o usuarios», si bien este no es un fenómeno espontáneo. «Para ello se requieren ecosistemas con una alta densidad de oportunidades concretas; crearlas no es suficiente», añade Marcet, que recuerda que se debe respetar a aquellos «que arriesgan». Pero ¿son estas las cualidades que atesora Israel?

La nación ‘start-up’

Andrea Dessi, investigadora del Istituto Affari Internazionali (IAI), señala una de las razones por las que el país es considerado una nación start-up: su interés comercial y económico en el acceso a las nuevas tecnologías, «especialmente en el dominio cibernético, pero extendiéndose hasta aspectos como la agricultura digital, las plataformas sociales y otros servicios». Dessi hace hincapié en el «sistema educativo de alta tecnología» creado por Israel, «uno de los más avanzados del mundo».

Andrea Dessi (IAI): «Sus capacidades tecnológicas han limitado el aislamiento y le han otorgado poder internacional»

Esta evolución está conectada al propio nacimiento –en 1948– y evolución del Estado. «Aunque gran parte tiene que ver con el ingenio israelí y el apoyo de la diáspora judía en las diversas partes del mundo, especialmente en Estados Unidos y Europa, esta innovación también está relacionada con las necesidades inherentes a ser un joven Estado, a sus conflictivas relaciones con sus vecinos y a los choques con los Estados árabes y los palestinos», explica Dessi. Y añade: «Israel ha mirado hacia la tecnología para superar un gran número de desafíos, desde la agricultura a la seguridad, con la asistencia de algunos de sus aliados, sobre todo Estados Unidos, que ha asistido al país a desarrollar gran parte de su industria de alta tecnología».

Canetti coincide con esta perspectiva. «Hay una conexión clara entre la inversión estatal en la defensa del país y el enorme avance tecnológico israelí en áreas  de  electroóptica, ciberseguridad o telecomunicaciones», apunta, ejemplificándolo con la invención en 1981 de la PillCam, una cámara que permite tomar imágenes del esófago y que fue «un gran salto del mundo de la defensa al de la medicina». La Israel Innovation Authority, agencia de innovación de Israel, apoya «la transferencia tecnológica entre la academia y la industria», indica la experta. «La industria de defensa de Israel es una incubadora de ingenieros altamente capacitados que, en algunos casos, abandonan la industria militar para convertirse en emprendedores para el mundo civil», señala.

Xavier Marcet (Lead to Change): «Para innovar no hacen falta demasiados fuegos artificiales, sino determinación, liderazgo y mucha capacidad»

Esto tiene una contrapartida. Su interés en la seguridad y en el dominio cibernético lo demuestra el caso del programa desarrollado por la compañía israelí NSO, Pegasus, un software aparentemente indetectable que logró interceptar meses atrás las comunicaciones de figuras políticas tan relevantes como Emmanuel Macron, Boris Johnson o el propio Pedro Sánchez. Son los casos más llamativos, pero no los únicos: según la oenegé Forbidden Stories, Pegasus ha logrado infectar miles de dispositivos móviles a lo largo del planeta. Tal como informaba a principios de este mismo año The New York Times, «[Israel] controla la exportación del programa igual que lo hace con las exportaciones de armas convencionales […], ha hecho de Pegasus un elemento clave de su estrategia de seguridad nacional y lo usa para promover sus intereses en todo el mundo».

No es el único caso polémico relativo a su innovación tecnológica y digital: el alto número de cámaras de videovigilancia y los sistemas de reconocimiento facial instalados en los puestos de control fronterizos son otros de los puntos candentes de la política estatal, frente a la cual se quejan amargamente los ciudadanos palestinos. Según la oenegé Breaking The Silence, el programa Blue Wolf –de «tintes orwellianos», según su informe– recoge la información básica de la persona que desea cruzar los puestos de control. Tres colores aparecen en la interfaz de la aplicación: verde, amarillo y rojo (o lo que es lo mismo: dejar pasar, investigar o detener). La innovación, de este modo, se ve atada a este estado de vigilancia permanente: en Israel, el avance tecnológico se entrelaza con el control militar en un nudo gordiano indistinguible. Una situación que podría intensificarse aún más con la vuelta al poder de Benjamín Netanyahu, cuyo próximo gobierno se apoya en sectores nacionalistas y ultraortodoxos.

Una baraja ajena

El inicial aislamiento israelí fue difícil de romper. «Su innovación está particularmente presente en el dominio agrícola no por casualidad: fue el primer sector donde surgió no solo por la necesidad de alimentar –aquí surgió el riego por goteo– a un Estado tan joven, sino por el apoyo de la CIA a la hora de exportar –por ejemplo, al Sáhara– esta clase de disrupciones», apunta Dessi. «Todo ello fue esencial para poder doblegar el aislamiento impuesto por otros Estados árabes», explica la investigadora.

El peso de Occidente ha sido crucial. Durante sus primeras décadas de existencia, fue Francia quien le otorgó gran parte de su tecnología. Estados Unidos, a pesar de su actual y estrecha cercanía con Israel, llegaría a convertirse en el primer proveedor externo de seguridad en una fecha tan relativamente tardía como 1974. Hoy, esta relación continúa: cada año, EE. UU. lo provee de ayuda militar por valor de casi 4.000 millones de dólares. Y esta no solo permite comprar armas de origen norteamericano, sino que cuenta con una exención especial: deja reinvertir parte de esta inyección en su propio sistema tecnológico.

La constante inversión en innovación y desarrollo hace que Israel siga en pie, en cierto modo. «Sus capacidades tecnológicas han limitado su aislamiento, le ha otorgado poder internacional y le ha permitido rechazar la presión para alcanzar un genuino acuerdo de paz», concluye Dessi. En otras palabras: han convertido a Israel en el Estado que hoy conocemos.

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