Cultura

HG Wells ya nos lo advirtió

El escritor inglés, padre de la ciencia-ficción y famoso por haber escrito ‘La máquina del tiempo’ o ‘La guerra de los mundos’, solo escribió un guión directo para cine: ‘The Shape of Thing to Come’, una de las primeras películas postapocalípticas (y, en parte, uno de los primeros anuncios de lo que podría significar el mundo moderno)

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05
diciembre
2022

El británico Herbert George (o HG) Wells no solo fue uno de los padres de la ciencia-ficción: también es uno de los autores más adaptados al cine de la historia de la literatura. A finales del siglo XIX, y en poco menos de cuatro años, Wells publicó cuatro novelas –La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y La guerra de los mundos– que se convertirían en auténticos clásicos, adelantándose décadas a la ficción del resto del mundo.

Sus obras han saltado al medio audiovisual en múltiples ocasiones, ya sea como películas o series de televisión. De hecho, si uno busca a Wells en cualquier enciclopedia cinematográfica, como ocurre con IMDB, encontrarán entre 143 y 150 créditos de guion a su nombre, si bien el 99% de estos le corresponden como autor de una novela u obra de teatro adaptada. En toda su dilatada carrera, HG Wells, el hombre que inventó el viaje en el tiempo, el activista político, el pacifista, el darwinista y defensor de los derechos de los obreros cuando eran ideas a contracorriente, solo firmó en realidad un guión original para el cine, ese invento revolucionario que había visto pasar de atracción de circo al entretenimiento popular por antonomasia. 

Fue una distopía, claro: Wells adelantó la Segunda Guerra Mundial (aunque lo hizo en 1936) y predijo epidemias, muerte y destrucción, aunque se trató de una película optimista, en contra de las apariencias. Se llamó The Shape of Things to Come, si bien en España se tituló La vida futura.

No obstante, hay una trampa: se trata de una adaptación de una novela del propio Wells, del mismo título (aunque la realizó él mismo específicamente para el cine). El director fue nada menos que William Cameron Menzies, un picapedrero del primer Hollywood que quizás no sea conocido para el gran público, pero que fue diseñador de producción de Lo que el viento se llevó (1939). Era un cargo que, de hecho, no existía hasta entonces: lo inventaron para describir la capacidad de levantar decorados grandiosos y creíbles por parte de Menzies, razón por la cual parecía el director ideal para llevar a la realidad las ideas futuras y complejas de Wells.

‘La vida futura’ lanzaba un final optimista: la ciencia y la solidaridad ayudarían a los humanos a superar las pruebas por venir

The Shape of Things to Come, que se alarga abarcando más de cuatro décadas hasta unos hipotéticos años setenta del siglo XX, predice una futura guerra con armas de destrucción de una escala como la humanidad no había conocido hasta entonces y que se alarga en el tiempo, provocando hambre, enfermedades y el propio retroceso de la civilización. No es muy original, pero debió causar un pánico comprensible en los espectadores que la viesen en los cines de Estados Unidos o Reino Unido justo después de los pases de noticiarios cinematográficos con imágenes de nuestra Guerra Civil. 

El escenario puede ser familiar para nosotros, habitantes de siglo XXI –usos bárbaros de la ciencia, desigualdad, intolerancia, odio a la diferencia, egoísmo, estupidez–, pero la gracia reside en el giro final. Las distopías a las que estamos acostumbrados suelen dejar un halo final de esperanza –aunque muy tenue– sin que cambien las reglas del mundo devastado en el que se producen. En el último tercio de La vida futura, así, aparece el héroe de sus primeras escenas, John Cabal, ahora convertido en un anciano. Es el representante de una organización científica llamada Alas sobre el mundo –Wells había sido de los primeros autores en «predecir» la aviación de guerra– que está ayudando a recuperar la civilización.

La vida futura lanzaba de este modo un final optimista: la ciencia y la solidaridad ayudarían a los humanos a superar las duras pruebas que estaban por venir. Las mismas máquinas que habían servido para matar a millones servirían, a partir de entonces, para salvar a sus descendientes en décadas posteriores.

Si en La máquina del tiempo, escrita casi 40 años antes, el autor había imaginado un futuro terrible en que la desigualdad y la decadencia llevaban a una sociedad dividida entre bestias caníbales y niños grandes sin voluntad que les servían de presas, en The Shape of Things to Come dejaba una conclusión muy útil para nuestro tiempo: las máquinas son herramientas que dependen de quién las emplee, y la voluntad tanto colectiva como individual puede convertir la distopía en utopía. Para una espectador de 1936, cierto, debía sonar un poco terrorífico, pero se puede considerar que, aunque con todo un poco menos idealizado, el autor acertó.

Por otra parte, no es de extrañar que HG Wells tuviese cierta tendencia a echar la bronca a sus lectores o espectadores. De ideas pacifistas (y para su época, considerado socialista), hacia el final de su carrera era ya mucho más activista que escritor. Y lo peor de todo, estaba viendo cómo acertaba en muchas de sus predicciones más pesimistas. De hecho, el pobre escritor reeditó su novela La guerra en el aire, de 1907, nada menos que en 1941, en plena Batalla de Inglaterra, con la Alemania nazi bombardeando Londres. En la introducción, bromeaba con una posibilidad luego tomada en serio por sus biógrafos y por internet: que en su lápida iba a pedir que le grabasen las palabras I told you so, you damned fools («Os avisé, malditos estúpidos»).

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