Cultura

Carta abierta a Frankenstein, pronunciado ‘Fronkonstin’

La cinta ‘El jovencito Frankenstein’ (Mel Brooks, 1974) cumple 50 años provocando las carcajadas de varias generaciones.

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09
abril
2024
Fotograma de ‘El Jovencito Frankenstein’ (Mel Brooks, 1974), con Gene Wilder como el Dr. Frederick Frankenstein (pronunciado ‘Fronkonstin’) y Marty Feldman como su jorobado asistente Igor (pronunciado ‘Aigor’).

Estimado Frederick, que no «Frodorick»:

Han pasado cincuenta años desde que tenemos noticia de tu existencia y la efeméride merece unas líneas por varias razones. Por lo que has acabado simbolizando, aunque te cueste creerlo, en el mundo de la ciencia. Por protagonizar una de las cimas de la parodia. Y también por recordar brevemente al ser humano que te concibió y encarnó, el actor, guionista y director Gene Wilder, que no solo de Billy Wilder vive el cinéfilo sin prejuicios.

Al inicio de El jovencito Frankenstein (1974) te mostrabas muy digno como neurocirujano pero visiblemente irritado cuando un alumno te interrogaba. «¿No es usted el nieto del famoso doctor Víctor Frankenstein, que entraba en los cementerios, desenterraba muertos recientes y transformaba los componentes de la muerte…?». Y le interrumpías: «Yo preferiría que me recordaran por mi modesta contribución a la ciencia y no por mi accidental parentesco con un famoso brujo». Unas cuantas secuencias después, ya en Transilvania como heredero del castillo de tu antepasado, nos alegraba ver que eras ejemplar nieto de tu abuelo.

En realidad, eres ya mucho más que el protagonista de la mejor película dirigida por Mel Brooks. Una trama muy loca que según los créditos se inspira en los personajes de Frankenstein o El moderno Prometeo, pero que tiene como referencia para la caricatura la mítica cinta que dirigió James Whale en 1931.

Una trama muy loca que según los créditos se inspira en los personajes de Frankenstein o el moderno Prometeo

Te decía que eres mucho más que la estrella de la película porque tu cara, con la cara impagable de Wilder, especialmente la que gastas cuando ejecutas el gran experimento de resucitar a un muerto, es paradigma visual del científico chiflado, quizá en dura competencia con la jeta del Doc/Christopher Lloyd de Regreso al futuro. Te diré, por cierto, que los que investigan hoy en los límites, incluso los más peligrosos, tienen aspecto de gente del montón.

Pero tú no. No hay cara más lejos del montón que la tuya si exceptuamos, claro, la de tu compañero de reparto, Marty Feldman, interpretando a tu jorobado asistente Igor. Y ya no te digo cuando pones ojos desorbitados mientras insuflas vida a un muerto de dos metros treinta con el cerebro de un idiota. Pues bien, debes saber que con esa cara enloquecida nos imaginamos a los resucitadores chalados de finales del XVIII que a su vez inspiraron a la propia Shelley para escribir la historia de tu abuelo.

Hablamos de aquella moda enfocada a estimular el movimiento en humanos y animales muertos. Impresiona, por ejemplo, la historia de George Forster que no sé si conoces. Le condenaron a muerte por homicidio de su mujer y su hijo. De la horca lo llevaron, un 17 de enero de 1803, a la mesa de operaciones de Giovanni Aldini en el Royal College of Surgeons de Londres. El físico italiano le conectó los electrodos de una batería de cobre-zinc de 120 voltios: dobló una pierna, cerró una mano y abrió los ojos. Las convulsiones más violentas llegaron cuando conectó un polo a una oreja y metió otro por el recto.

Esta prueba y otras aún más descacharrantes están recogidas en El científico loco (Alianza) de Luigi Garlaschelli y Alessandra Carrer. Es muy posible que sin tipos tan osados como Aldini hubiéramos tardado más en disponer de los desfibriladores que hoy salvan vidas o de poder tratar los temblores del párkinson. A veces, ya ves, querido Frederick, la genialidad y la locura se tocan.

Sin Feldman la cinta no habría sido tan grande; sin Wilder no habría habido película

Pero no nos desviemos. Que al final me quedo sin espacio y no doy cuenta del verdadero motivo de la presente: hacerte saber que si tanto tiempo después te tenemos presente, ha sido gracias al buen hacer de Wilder. Él y solo él había nacido para ser el nieto más divertido de Frankenstein; igual que Feldman había hecho lo propio para ser Igor pronunciado «Aigor». Sin Feldman la cinta no habría sido tan grande; sin Wilder no habría habido película.

Las expresiones de Wilder ya sean de sorpresa, incredulidad o cólera son una fiesta. Te citaré como ejemplo dos escenas. Una es la que le dedicas a tu ayudante Inga cuando, durante el desayuno, te pregunta por el tamaño de los genitales que tendrá el monstruo. La segunda es cuando no te queda otra que abroncar a Igor por traerte la sesera equivocada del depósito de cerebros. Cuenta Wilder en sus memorias que viendo El circo de Charles Chaplin recibió una lección: cuando se interpreta una situación divertida no es preciso intentar ser gracioso.

Las expresiones de Wilder ya sean de sorpresa, incredulidad o cólera son una fiesta

Me voy despidiendo. Formas parte de una película que lo tiene todo: dificultades superadas para encontrar un estudio que quisiera producir –¡en 1974!– una película en blanco y negro que parodia y homenajea a los clásicos de Whale en la Universal con tanto respeto como conocimiento y una sucesión formidable de gags que a veces chapotean en la brocha gorda pero que logran eso tan difícil de provocar: la carcajada a espectadores de varias generaciones.

No somos dioses aunque tú te viniste arriba como si lo fueras. Te guste o no, hay que establecer límites éticos en la actividad científica. En tiempos en los que la inteligencia artificial nos asombra e inquieta a la vez, seguro que alguien estará ahora escribiendo una historia que respire todo eso. Será un hito y, pasado un tiempo, llegará la parodia correspondiente porque la risa mata el miedo, como decían en El nombre de la rosa. Ojalá en ella un personaje como tú, ojalá un actor como Gene Wilder. Y disculpa el tuteo, son ya demasiados años de guasa contigo.

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