Siglo XXI
El uso (humanista) de la tecnología
Abordar la revolución tecnológica desde enfoques pesimistas y distópicos resulta muy reduccionista. Los avances de la tecnología -si se plantean desde una óptica humana- mejoran el bienestar social y tienen el potencial de resolver algunos de los grandes retos del planeta, como el cambio climático o el envejecimiento de la población.
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Ya es casi una tradición periodística: si se va a hablar de tecnología, se acabará mencionando la serie Black Mirror. Funciona porque sus episodios –y sus tramas distópicas– adelantaron muchos de los males que la tecnología acabaría trayendo a la sociedad actual. Los espectadores reconocen en no pocas de las polémicas que los rodean aquello que vieron antes en sus pequeñas pantallas.
Este recurso sirve, sobre todo, para conectar con una cuestión importante: la ciudadanía se ha desencantado del avance tecnológico y ha empezado, en cierto grado, a temerlo. Particularmente, las crisis de reputación protagonizadas por compañías de primer orden –como las vinculadas a privacidad y manipulación en las redes sociales– han servido para horadar la confianza en ese progreso.
Pero, por mucho que esas cuestiones existan y que esas críticas sean legítimas, ver la tecnología y su potencial centrándose únicamente en eso resulta muy limitante. Simplificando, se podría decir que la tecnología «no es solo eso». De hecho, puede ser la solución a muchos de esos problemas, pero también lo es para otros tantos que todavía necesitan ser solventados. No solo se puede usar «para el mal» –como teme la ciudadanía cada vez que un escándalo les hace perder un poco la fe en la innovación– sino que también es clave para el avance de la humanidad y para dar respuesta a los grandes retos globales.
Para la ciudadanía, la aplicación cada vez mayor de la tecnología en la salud abre la puerta a diagnósticos tempranos o a una mayor –y mejor– medicina preventiva, pero también la individualización del tratamiento
Uno de los mejores escenarios para comprender cómo la tecnología puede cambiar –para bien– la realidad es el sanitario. Las últimas décadas han hecho avanzar la innovación médica de forma sustancial, no solo mejorando cómo se responde a las enfermedades sino también adelantando las capacidades en medicina preventiva o mejorando la calidad de vida de los enfermos crónicos. Sin tecnología nada de esto se habría podido lograr.
Ese uso desde una perspectiva humana ha permitido alcanzar grandes hitos. Como explica este estudio elaborado por la Universidad Internacional de Valencia (VIU), las disrupciones tecnológicas que se han ido aplicando a la medicina –y también las que se sumarán en el futuro– han revolucionado la capacidad de diagnóstico y de tratamiento.
Por ejemplo, en algunas especialidades, comparar el presente con el pasado no tan lejano muestra diferencias a años luz que además tienen efectos notables a la hora de determinar qué pasa en el cuerpo enfermo. Así, todas aquellas especialidades vinculadas a la imagen han logrado afinar de forma sustancial sus resultados, llegando a ver lo más reducido y conociendo mucho mejor el cuerpo humano. Lo que antes hubiese sido una pequeña lesión invisible es ahora localizable y, por tanto, tratable. Incluso es factible adelantarse a lo que podría ocurrir, gracias a soluciones como la reconstrucción en 3D.
Pero los usos de la tecnología van mucho más allá. Los avances en inteligencia artificial permitirán afinar diagnósticos, pero también detectar patrones o adelantarse a problemas médicos. Para la ciudadanía, la aplicación cada vez mayor de la tecnología en la salud abre la puerta a diagnósticos tempranos o a una mayor –y mejor– medicina preventiva, pero también la individualización del tratamiento hacia las necesidades específicas y únicas de cada persona. Si gracias a las herramientas TI se accede a más información genética de forma sencilla y rápida, apuntar de forma directa a aquello que funcionará para cada persona concreta es más que factible.
Un humanismo sostenible
Las tecnologías verdes serán claves para la descarbonización y la lucha contra el cambio climático, pero también lo smart resolverá los problemas que genera la subida de población de las ciudades o las nuevas herramientas tech ayudarán a las empresas a ser más competitivas, como indica el informe mencionado anteriormente. Incluso, como recuerda el Foro Económico Mundial, la revolución digital servirá –si se aplica adecuadamente– para navegar los retos del envejecimiento constante de la población mundial: estas herramientas permiten que los cuidados sean más efectivos, que todo sea más accesible, que se mejore la prevención o que se cree el contexto necesario para que las personas puedan permanecer en la recta final de su vida en sus casas con cierta autonomía.
Usar herramientas como la inteligencia artificial para «el bien» consigue mejoras económicas y beneficios para el bienestar colectivo en áreas tan diversas como la salud, la educación, la igualdad de oportunidades, las condiciones de vida o el medio ambiente
La clave que une a todas estas proyecciones está en pensar, antes que nada, en las personas. No es una idea nueva: la propia industria TI habla del «humanismo tecnológico» que busca un impulso tecnológico ético y ecuánime mediante cambios normativos y legislaciones específicas. No se trata solo de resolver brechas digitales o corregir los lastres de la tecnología, sino de proponer nuevas visiones de cómo estas herramientas afectan a la sociedad.
Al final y al cabo, lo importante no es que la tecnología esté ahí, sino que las personas sepan y puedan usarla y, sobre todo, que mejore su calidad de vida. Como adelanta McKinsey en este estudio, usar herramientas como la inteligencia artificial o la automatización inteligente para «el bien» consigue no solo mejoras económicas –como la subida de la productividad o del PIB– sino también beneficios para el bienestar colectivo en áreas tan diversas como la salud, la educación, la igualdad de oportunidades, las condiciones de vida o el medio ambiente solucionando problemas y creando nuevas oportunidades.
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