Medio Ambiente

Justicia climática, justicia alimentaria

Ambas formas van de la mano en el sector de la agricultura: nuestra forma de usar los recursos naturales para alimentar al mundo y los niveles de vida actuales no son sostenibles.

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25
noviembre
2022

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A día de hoy, casi mil millones de personas sufren desnutrición, mientras que el desperdicio de alimentos asciende al 30% del total de la producción. Un problema global que se menciona en el octavo episodio del podcast Ser B o no ser sobre cómo transformar la forma en que producimos y consumimos alimentos en clave sostenible.

En este contexto, seguimos sin avanzar en una actuación directa, rápida y clara hacia un menor impacto en la agricultura, sector que emplea a más del 40% de la población mundial. Tampoco avanzamos con un estudio riguroso del cambio que ganadería y pesca deberían incorporar, ni con una gestión de los alimentos que ponga en el centro de la discusión el acceso de las comunidades vulnerables a la alimentación.

Justicia climática y alimentaria van de la mano, acompañadas de un cambio desde el sector público y el privado. Un consumidor cada vez más concienciado, pero con menor poder adquisitivo, empieza a alzar su voz y a realizar sus compras en varios puntos de venta para intentar mantenerse cual equilibrista entre la lucha económica y la ética. El compromiso empresarial debería llevar por delante las palabras interdependencia, colaboración y rigor para trabajar en lenguajes y políticas que, más allá de la confusión, tiendan una mano a aquellos que han iniciado este camino de conciencia y a otros que vendrán.

La agricultura emplea a más del 40% de la población mundial y produce el 30% de las emisiones de efecto invernadero

La agricultura, que actualmente produce alrededor de un 30% de las emisiones de efecto invernadero, necesita restaurarse hacia la diversidad de cultivos, posibilitando así que las granjas puedan obtener una mayor productividad de la tierra con menos insumos de agua, fertilizantes y energía. Una variedad nos lleva a un sistema de cultivo ecológico y regenerativo que puede llegar a tolerar mejor plagas, resistir el calor y, sin duda, la sequía.

La ganadería y la pesca, sin duda, deben transformarse en clave sostenible. En Estados Unidos y Europa, el consumo de carne sigue siendo muy elevado, algo que agota los recursos naturales. A su vez, economías emergentes como China y Brasil –las cuales representan el 30% de la población mundial– han incrementado su consumo más que nunca.

En cuanto al consumo de pescado, unos 3.000 millones de personas en todo el mundo consumen especies marinas como principal fuente de proteína. Y nuestros océanos están lejos de ser inagotables: el impacto de la sobrepesca y la contaminación les ahoga.

Parece que más que un cambio de paradigma alimentario, estamos ante una realidad en la que el agua será limitada, la energía será más cara y el clima más cálido. Los patrones de consumo deben de cambiar, pero deben hacerlo desde alianzas público privadas que acompañen al consumidor en esta transición hacia una alimentación más sostenible en la que el consumo de proteína animal debe disminuir substancialmente.

Cuando hablamos de agricultura, ganadería y pesca, las nuevas generaciones están más concienciadas acerca de lo intensivo e insostenible del sistema; más concienciadas del «somos lo que comemos». Sin duda, la justicia climática, los derechos de los animales y el saber cómo ha llegado la comida a nuestro plato tiene (y tendrá) cada vez más peso.

Pero ¿dónde está el rigor, la responsabilidad y el sentido de honestidad de la industria alimentaria? Falta un trabajo que deje los posicionamientos de marketing de lado y apueste por ayudar a paliar esta situación de emergencia climática en la que tanto tenemos que ver desde el sector alimentario.

No obstante, hay un formato de trabajo –que parece en desuso, dando paso a conceptos con grandes agujeros negros en la cadena de valor– aplicable transversalmente a este sector: se llama ecología y regeneración. Nuestro impacto en el uso de los recursos de nuestro planeta es altísimo y debe minimizarse, empezando por desplazar el foco, de forma contundente, del beneficio económico al beneficio humano.

Hablar de sostenibilidad debería conllevar rigor desde la semilla hasta el producto final, conociendo nuestro impacto desde las fases iniciales del proyecto, nuestro impacto en el planeta y, por supuesto, en el de las personas que trabajan en los primeros estadios de la cadena; no podemos quedarnos tranquilos con conceptos y dietas como el plant based o el veganismo sin asegurar que todo lo anterior en la cadena de valor cumple un estricto compromiso con la naturaleza.

El consumidor no necesita más desorientación y la industria no debe jugar con el desconocimiento: esto se revierte en desconfianza hacia la industria y en un alto riesgo no sólo de perpetuar el problema actual, sino de hacerlo mayor.


Mónica Navarro es cofundadora de Delicious & Sons.

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