Ética pública y confianza
La UAM y el Círculo de Bellas Artes, con la colaboración de la Fundación Banco Sabadell y de Ethosfera, organizan la presente colección de encuentros sobre la ética, la política y la virtud pública. En estos encuentros buscamos dar respuesta a algunos de los desafíos estratégicos de nuestro panorama político a través de la conversación pausada, informal pero informada. Esta semana, la catedrática Victoria Camps y la doctora Carmen Rodríguez se juntan para dilucidar las claves necesarias para una sólida ética pública.
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Victoria Camps es filósofa, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y ex Consejera Permanente del Consejo de Estado. Carmen Rodríguez es delegada de Internacionalización y Enlace CIVIS de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid. Ambas están de acuerdo en la necesidad de la ética pública y en que para que se pueda desarrollar debe darse un clima de confianza en la sociedad.
En un contexto de desconfianza en la política –y en el que no se conoce qué es la ética pública– es necesario reflexionar sobre qué crisis nos han llevado a esta situación y sobre qué responsabilidad tienen los ciudadanos en una sociedad democrática. Pero para hablar de ética pública es necesario empezar por definir qué es la ética. Según defiende Camps, esta es algo interior del individuo, algo que atañe a cada uno y que por vivir en sociedad tiene una dimensión pública. La ética pública, en definitiva, abarca las obligaciones cívicas que hay que cultivar y desplegar, deber de todos. No existe el bien común si los ciudadanos no tienen obligaciones cívicas: si el ciudadano no coopera, las leyes, por sí solas, no funcionan.
Pero ¿qué es necesario para que los ciudadanos se impliquen en la ética pública? Ambas están de acuerdo en que es vital la confianza para que haya responsabilidad cívica; debe existir una conciencia recíproca de responsabilidad y confianza mutua entre ciudadanos y políticos. Existe un algo público que nos concierne y responsabiliza a todos. Así pues, la crisis de la desconfianza tiene mucho que ver con la crisis de la responsabilidad. Aunque el liberalismo trajera el desarrollo de la propia libertad, esta tiene que ir unida con responsabilidad. Cuando una sociedad carece de responsabilidad entra la coacción y, por tanto, la confianza se desmonta. En definitiva, la confianza y la responsabilidad van completamente unidas: son necesarias para que se pueda desarrollar una ética pública.
Además de la crisis de responsabilidad y confianza, se habla mucho de una crisis moral como algo novedoso, pero los filósofos de la Antigüedad ya se quejaban de ello, si bien es cierto que no nos encontramos en el mismo contexto. La secularización de las sociedades ha sido una de las principales causas de esta crisis moral: la moral religiosa ayudaba a que la sociedad estuviera cohesionada por unos mismos valores religiosos, lo que llevaba a una mayor responsabilidad y confianza. En cambio, la secularización ha contribuido a una mayor diversidad de valores, lo que dificulta una ética pública común.
Llegados a este punto del diálogo, ambas pensadoras se plantean qué sería necesario para definir una mínima ética pública que permitiera volver a poner en el centro de la política al ser humano y, por ende, la justicia social que permitiera reconocer en la diversidad democrática al otro como igual en dignidad. La clave para que exista una ética pública es la confianza, la responsabilidad y la motivación moral. Ambas terminan con un deseo: que se invite a pensar juntos un futuro basado en el pensamiento y la reflexión.
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