Economía

De liderazgo consentido al liderazgo con sentido

La inmensa mayoría de las personas que forman una empresa desean establecer lazos emocionales con su organización, conexiones que van mucho más allá de la retribución pecuniaria. En la cúspide de estas conexiones figura el propósito, una combinación entre la misión y la visión que otorga sentido a lo que hace la empresa: los trabajadores no admiten promesas que sus líderes no estén en condiciones de cumplir, porque mandar mucho (ya) no es sinónimo de mandar bien.

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Tyler Hewitt
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15
noviembre
2022

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Tyler Hewitt

¿Cuándo Elon Musk entra en la sede central de Twitter cargando con un lavabo en sus brazos se está comportando como un líder o como un jefe estúpido y soberbio? Estoy convencido de que los trabajadores que despida el nuevo dueño de la red social no serán los únicos en abandonar la compañía. Todos aquellos que no están dispuestos a consentir al millonario que se comporte como si hubiese comprado un rancho de reses mansas estarán pensando en buscar otra empresa que de sentido a sus expectativas y valores.

Los trabajadores de hoy en día no quieren sentirse como meros asalariados. Y muy probablemente es lo que Elon Musk hace sentir a muchos de los colaboradores de Twitter que, sin duda, le pasarán la factura al dueño en cuanto deje de serlo para ellos. Muchos recordarán aquello de «es tan pobre que solo tiene dinero».

La inmensa mayoría de las personas que forman una empresa desean establecer lazos emocionales con su organización, conexiones que van mucho más allá de la retribución pecuniaria. En la cúspide de tales lazos figura el propósito, una combinación entre la misión y la visión que otorga sentido a lo que hace la empresa y, sobre todo, que ilumina el camino que debe guiar las relaciones con sus grupos de interés.

Mandar mucho es antónimo de liderar: el líder tiene la capacidad de delegar el mando, de tal forma que las decisiones no sean la consecuencia de órdenes, sino de un orden compartido

La búsqueda de sentido está cada vez más implícita en la búsqueda de trabajo. Las nuevas generaciones quieren estar seguras de que su aportación tiene un impacto positivo en la empresa y en la sociedad. Y no están dispuestas a esperar un mundo mejor para sus descendientes, sino que lo quieren ya, para sí mismas. No admiten promesas que no estemos en condiciones de cumplir en un plazo corto de tiempo. Los jóvenes y no tan jóvenes de 30 años para arriba son vividores del presente, una expresión que, debido a nuestra cultura del sacrificio vinculada a la esperanza, tal vez nos resulte extraña para quienes estamos en el tercio final de nuestra vida laboral.

En este mundo pospandemia y en permanente crisis de identidad (tal vez las otras crisis no sean más que la consecuencia de tal indefinición), los líderes están habilitados para ejercer como jefes, pero los jefes no son necesariamente líderes. Mandar mucho no es sinónimo de mandar bien y es antónimo de liderar. El líder tiene la capacidad de delegar el mando, de tal forma que las decisiones no sean la consecuencia de órdenes, sino de un orden compartido por todos y en todos los niveles de decisión. Las órdenes no son tan necesarias cuando cada cual sabe qué tiene que hacer, para qué lo hace, cuál es su responsabilidad y cómo impacta en los otros.

Los liderazgos de este tiempo combaten con certezas las incertidumbres, arrojan luz sobre las sombras y dan sentido a las decisiones que nos permiten avanzar hacia un mundo tal vez menos cómodo, pero más justo

A los jefes, esos que viven en un orden económico y social que está dejando de existir, se les consienten cada vez menos sus imposiciones, sus veleidades y sus caprichos. La gran renuncia es una prueba de esta falta de consentimiento, que lleva incluso a dejar un trabajo sin tener amarrado el siguiente. Así, la felicidad laboral empieza a cotizar al alza y no solo se nutre de salario, que desde luego sigue siendo importante, sino también del clima, el propósito y el comportamiento social y medioambiental de la empresa. Un salario, por cierto, que suma poco a la felicidad por encima de una cantidad suficiente (75.000 dólares brutos anuales, según el conocido estudio de Daniel Kahneman y Augus Deaton, de la Universidad de Princeton) y resta mucho cuando no es digno o justo.

Si el capitalismo evoluciona hacia el humanismo, al menos en su formulación ideológica, el liderazgo tiene que seguir el mismo camino. Diría Pedro Grullo que la humanidad es lo que nos hace humanos, aunque para muchos jefes tal obviedad pase desapercibida. Según Ken Blanchard, autor de la obra Liderazgo de nivel superior, este consiste en tratar bien a las personas, algo que aparentemente resulta tan fácil y se torna tan difícil para algunos caracteres que sólo están acostumbrados a ser bien tratados. Un trato que para muchos jefes de la vieja escuela adquiere forma de vasallaje y que realmente está soportado por el miedo al castigo o la expectativa de una recompensa selectiva.

Consentir debe dejar paso a sentir con. El mundo de los buenos evoluciona hacia la cooperación, la colaboración y la comunicación. Y los liderazgos de este tiempo son aquellos capaces de combatir con certezas las incertidumbres, arrojar luz sobre las zonas de sombra, aquellas en las que florece la duda, y dar sentido a las decisiones que nos permiten avanzar hacia un mundo tal vez menos cómodo, pero más justo.

Mandar, solo mandar, es lavarse las manos en el lavabo de tu propia historia.


José Manuel Velasco es ‘coach’ ejecutivo de comunicación y miembro del comité
ejecutivo de la Global Alliance for Public Relations and Communication Management.

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