Sociedad

La ciencia de lo paranormal

Las supuestas experiencias paranormales sirven de antídoto para lidiar con el luto y para encontrar consuelo en el miedo a la muerte, haciendo de esa posible existencia del más allá una puerta con un letrero en el que podemos leer que «quizá, el fin de la vida no es el final». Sin embargo, existe una explicación científica detrás de todas estas historias para no dormir.

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21
octubre
2022

Los seres humanos sentimos una atracción hacia lo paranormal que roza lo adictivo. Quizá es porque resulta tranquilizador conocer historias ligadas al más allá ya que nos permiten afrontar el miedo a morir algún día. A fin de cuentas, esa es la única certeza de nuestra existencia.

Tal vez al ser humano le apasiona leer teorías conspiratorias sobre abducciones, avistamientos o señales de vida extraterrestre porque así mantenemos nuestra curiosidad en efervescencia. Puede que nos hayamos apropiado de doctrinas tan antiguas como la propia religión en un ejercicio de disidencia hacia lo convencional, como ocurre con la wicca, la astrología o la magia blanca.

Independientemente de motivo en cuestión, hay algo que es evidente: todos estos supuestos fenómenos se alejan de las capacidades humanas y de las leyes científicas empíricamente demostradas. Sin embargo, la certeza no atiende a la lógica para gran parte de la población: según informe de la consultora IPSOS, el 46% de los norteamericanos cree que los fantasmas son reales, el 32% afirma que los alienígenas han visitado la Tierra y el 10% piensa que los vampiros y los zombis son un peligro objetivo. Todos ellos cumplen el primer requisito indispensable para vivir una experiencia paranormal: creer a pies juntillas que es posible.

No es casualidad que la mayoría de sucesos paranormales tengan lugar de noche: la somnolencia y la fatiga se suman a la oscuridad dando pie a una ilusión tan común como el sentido de presencia

Tras la creencia llega la evidencia, o al menos un amago de esta. Los seres humanos tenemos dos vías para dar sentido a la información nueva: podemos realizar un razonamiento lógico, tarea que implica gran esfuerzo cognitivo, o recurrir a heurísticos, pequeños atajos que nos permiten sacar conclusiones más deprisa porque hacemos criba de la información «irrelevante».

Ciertas experiencias requieren de una actuación rápida; por ejemplo, al adentrarnos en una casa abandonada podemos escuchar un ruido, pero la acuciante sensación de peligro nos exige reaccionar con celeridad ante lo que acabamos de oír. Aplicar el razonamiento lógico en este caso supondría analizar cada rincón del lugar hasta dar con la fuente del sonido.

En cambio, los heurísticos nos llevan a sacar conclusiones más precipitadas, algo útil cuando tenemos prisa o estamos en peligro. Es ahí cuando aparecen las creencias paranormales, aunque lo ideal psicológicamente hablando es que, pasado un rato –o cuando recobramos el aliento tras el susto–, apliquemos el razonamiento lógico para explicar lo que hemos vivido. El problema es que no todo el mundo es capaz de realizar esta tarea, tal y como descubrió el psicólogo Gordon Pennycook en un estudio.

Pennycook aplicó a 237 participantes la Prueba de Reflexión Cognitiva, un instrumento que evalúa la capacidad de inhibir la primera respuesta incorrecta ante un problema a partir de tres preguntas: «Un bate de beisbol y una pelota cuestan en total 1,10 dólares. Si el bate cuesta un dólar más que la pelota, ¿cuánto cuesta la pelota?»; «cinco máquinas tardan cinco minutos en fabricar cinco objetos. ¿Cuánto tiempo tardarían cien máquinas en fabricar cien objetos?» y, finalmente, «en un lago hay nenúfares y cada día duplican su extensión. Si tardasen 48 días en cubrir el lago entero, ¿cuánto tiempo tardarían en cubrir solo la mitad?». En función de las respuestas fue posible conocer la capacidad de razonamiento analítico de la persona, pero lo más fascinante es que el estudio reveló que los participantes con peores resultados creían con mayor firmeza en los fenómenos paranormales.

Los heurísticos nos llevan a sacar conclusiones más precipitadas cuando ocurre algo en nuestro entorno, lo que alimenta esta tendencia a la creencia de vivir sucesos paranormales

Al pensamiento intuitivo estudiado por Pennycook se suman otros factores, por ejemplo, el estado fisiológico en el que se encuentra la persona y la ambigüedad estimular. No es casualidad que la mayoría de sucesos paranormales tengan lugar de noche: la somnolencia y la fatiga se suman a la oscuridad dando pie a una ilusión tan común como el sentido de presencia –sensación de que estás acompañado por alguien o algo no visible–.

Si además entran en juego emociones muy intensas como la ansiedad o la tristeza, la probabilidad de experimentar esta distorsión perceptiva aumenta, tal y como ocurre durante el duelo por la pérdida de un ser querido: cinco de cada diez personas afirman haber notado su presencia. Estas pseudoalucinaciones de viudedad, como se las denomina en psicología, nos ayudan lidiar con la pérdida pues nos sentimos acompañados.

También son un antídoto contra la tanatofobia o miedo a la muerte: evitamos pensar que algún día no estaremos y que, independientemente de la religión que profesemos, lo que suceda después de morir es incierto. Sin embargo, cuando alguien cercano fallece, esa duda se instaura en nuestro cerebro como un virus y la sensación de presencia surge como una puerta con un letrero en el que pone «quizá ese no es el final».

Es fácil aferrarnos a cualquier explicación científica cuando las historias para no dormir son relatadas por otro del mismo modo que nos asustamos –pero no mucho– al ver una película de terror basada en hechos reales. La lógica se tambalea al convertirnos en protagonistas de lo paranormal y es que, como dijo H. P. Lovecraft, «la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido».

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