Sociedad

El café que nunca fue

Un compañero de la escuela, una expareja, alguien con quien veraneábamos: cuando nos topamos con quienes no forman parte de nuestra rutina pero sí de un buen recuerdo, siempre surge la falsa promesa de quedar y ponerse al día. Pero, si ya sabemos que lo más probable es que ese encuentro nunca ocurra, ¿por qué seguimos insistiendo en comprometernos? El miedo al fracaso y la necesidad de satisfacer pueden estar entre las causas.

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26
octubre
2022

«A ver cuándo tomamos un café». Es una situación que pocas veces se materializa: compartir una pequeña porción de nuestro tiempo alrededor de una taza con alguien a quien no solemos ver habitualmente, pero que ha formado parte de nuestro pasado. Un compañero de la escuela, una expareja, alguien con quien veraneábamos o una amiga de una amiga; todas estas personas no forman parte de nuestra rutina, pero cuando nos topamos con ellas siempre se pronuncia esa falsa promesa: «Tenemos que ponernos al día».

Si ya sabemos que es altamente probable que no ocurra, y siendo conscientes de que no daremos el primer paso, ¿por qué insistimos? En primer lugar, por la presión de quedar bien. Probablemente no tengamos intención alguna de reincorporar esta persona en nuestras vidas, pero en nombre de lo que un día fue nuestra relación o de lo que significa para otras personas que sí son cercanas, nos prometemos una cita futura para no herir los sentimientos de nadie y demostrar que, pese al distanciamiento o al paso de los años, seguimos valorando su recuerdo.

En estos casos, el compromiso es entendible. Pero es que en ocasiones llegamos a comprometernos con personas que no nos caen bien o que no deseamos vernos en el futuro. En psicología esto se conoce como el síndrome de Wendy, aquella persona que siente la necesidad de satisfacer los deseos de otra dejando en segundo plano sus propias peticiones. Entre las principales causas, el miedo al rechazo o al abandono.

La complacencia, la necesidad de mostrar aprecio o de satisfacer las necesidades ajenas son características muy extendidas en nuestra forma de relacionarnos

Lo cierto es que la complacencia, la necesidad de mostrar aprecio –incluso a aquellos con los que no sentimos afinidad– o la necesidad de satisfacer las necesidades ajenas son características muy extendidas en nuestra forma de relacionarnos. Si bien el síndrome de Wendy se produce a nivel individual, está extremadamente arraigado a las influencias culturales y estilos educativos de nuestras sociedades contemporáneas.

Sin embargo, esta tendencia puede afectar a nuestro bienestar mental. Tras ese «a ver si tomamos un café» aparentemente inofensivo, hay personas que sufren una gran ansiedad social o presión para tener que mostrarse perfectas o disponibles las 24 horas.

¿Deberíamos parar de prometer cafés que no van a suceder? ¿O quizás la respuesta está en dejar de sentir la necesidad de complacer socialmente?

De este argumento surge otro: la irrealidad de nuestras expectativas. Somos incapaces de pensar que hemos fracasado en una relación o que no estamos atendiendo a todas nuestras obligaciones sociales. Por ello, cuando nos encontramos a alguien a quién hace tiempo que no dedicamos atención, nos invade un sentimiento de culpa que buscamos paliar con una promesa futura de encuentro. La simple constatación del fracaso o descuido de esta amistad se hace mucho más difícil de afrontar que la mentira piadosa.

¿Deberíamos parar de prometer cafés que no van a suceder? ¿O quizás la respuesta reside en dejar de sentir la necesidad de complacer socialmente a personas que, seguramente por alguna razón, ya no forman parte de nuestras prioridades?

No podremos nunca hacer todo lo que deberíamos para cumplir con todo lo que creemos que deberíamos, por lo que eliminar la culpa que nos genera es fundamental. Por último, pero no por ello menos importante, tenemos dejar de ocupar nuestros pensamientos con personas que ya no forman parte de nuestra vida. Si es así es por alguna razón.

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