Medio Ambiente

Aprender a cambiar el mundo

La educación del futuro debe enseñar que nuestras acciones no ocurren en un vacío, sino que son consecuencias de otras acciones y crean más consecuencias. Es decir, que somos capaces de transformar el sistema según cómo actuemos.

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20
octubre
2022

Mi profesora de latín era muy estricta: cuando yo interpretaba de manera un poco creativa las traducciones desde el latín, me gritaba: «¡Federica, los antiguos latinos son precisos! ¡No inventes!». Y efectivamente, los antiguos latinos tenían muy presente la importancia del sentido de las palabras. Un ejemplo de los más interesantes es la palabra educare, compuesto por «ex», que se refiere a sacar afuera, y «ducĕre», conducir. La educación permite a una persona revelarse, llevarse al exterior, sacar lo que tiene dentro y enseñarlo al mundo. Una definición que puede que no corresponda a algunos estereotipos educativos tradicionales más asociados a la memorización, la obediencia y la replicación.

Sin embargo, hay una parte de la educación contemporánea que está intentando borrar estos estereotipos y acercarse a la idea que tenían los latinos. Se trata de un segmento de la educación que está comprometido con el concepto de cambio sistémico: el cambio que se puede dar en la manera en que la gente piensa y actúa en distintos sectores de la sociedad, y que producirá efectos en los patrones de consumo y de gobernanza a nivel global.

¿Pero cómo se acompaña a los estudiantes –y las personas en general– a crear el cambio sistémico? Este desafío, abordado en Aprender a Cambiar el mundo, el tercer episodio del podcast Ser B o no ser, se está demostrando más y más relevante, y no solo para los educadores de primaria y secundaria, sino también para las administraciones públicas y las empresas privadas. Y es que unos ciudadanos y unos clientes conscientes y responsables son mejores ciudadanos y clientes no solo para las ciudades o las empresas, sino para el planeta.

Unos ciudadanos y unos clientes conscientes son mejores no solo para las ciudades o las empresas, sino para el planeta

Lo primero que hay que compartir para educar hacia el cambio sistémico es la existencia de un sistema: nuestras acciones no ocurren en un vacío, sino que son consecuencias de otras acciones y crean más consecuencias. La camiseta que compras online ha requerido que alguien produjese las fibras, que la trabajase y que diseñase el modelo, y así hasta la persona que entregó el paquete en tu puerta. Y no termina allí: cuando te desprendas de esa camiseta, esta va a seguir existiendo, y posiblemente terminará en un vertedero, ahogando la vegetación y la fauna de la zona. Este es el sistema de una simple compra, y el primer punto es entender que este sistema existe.

El segundo punto es entender que el sistema se puede cambiar. La camiseta no necesariamente va a acabar en el vertedero, sino que depende de las acciones que tomemos. ¿De verdad tenemos que comprar esa camiseta? ¿Y si en vez de comprarla online la compramos de segunda mano, ahora que se está poniendo de moda? Es más, ¿y si no la compramos y en cambio le pedimos a alguien que arregle esa camiseta tan bonita de mi tía o aprendo a personalizar mi ropa? Enseñar a cambiar el mundo requiere que se enseñe que el sistema no es fijo, sino cambiante según de las acciones de sus componentes.

El tercer punto es que una persona sola, una empresa sola o un actor público solo no va a cambiar el sistema. Hace falta un sistema para cambiar un sistema. Hay que formar individuos que sepan crear y mantener colaboraciones intersectoriales exitosas. B Lab, junto a la B Corp Ferrer, al Ayuntamiento de Barcelona y la escuela de negocio EADA, lo saben. Por eso han montado una iniciativa transformadora llamada BCN+B, que reúne al sector público, privado y educativo en un gran movimiento de movilización ciudadana para empujar el cambio sistémico. Esta iniciativa resume la esencia del cambio sistémico porque, aunque nazca de un grupo de organizaciones limitado, tiene el objetivo de difundirse, tomar las formas que mejor se adapten al contexto y a las personas e instituciones que la difunden y, finalmente, provocar cambios en las acciones de individuos y empresas.

La transición a una educación hacia el cambio sistémico no es simple y estos tres puntos no son exhaustivos, pero gracias a la naturaleza misma del cambio que se pretende crear hay muchas formas de acercarse y educarse. Por ejemplo, dentro de la iniciativa BCN+B se han creado talleres en que se trabaja el rol de la educación en el cambio sistémico, sea esto en la educación ejecutiva, secundaria o primaria. Hay también iniciativas públicas que animan a los jóvenes a actuar para el cambio. En Barcelona, por ejemplo, un proyecto empujado por las escuelas verdes anima a los estudiantes de primaria y secundaria a convertirse en investigadores, colaborando con un científico y analizando un problema relacionado con la sostenibilidad. Al final de la investigación, los estudiantes presentan los resultados y piden una acción concreta a un político de la ciudad para que ponga en marcha esa acción.

Estas iniciativas educan y sacan hacia fuera; quizás no se parezcan a la educación tradicional, pero estoy segurísima de que mi profesora de latín estaría feliz al ver que finalmente estamos entendiendo de manera profunda y participativa lo que los antiguos latinos intentaban decirnos con la palabra educare.


Federica Massa Saluzzo es Assistant Professor de Strategy, Leadership & People en EADA Business School Barcelona e impulsora de B Academics Spain.

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