Sociedad

El alma del hombre

En ‘El alma del hombre bajo el socialismo’ (Arpa), el dramaturgo y escritor irlandés Oscar Wilde deja entrever sus tempranas ideas de libertad y justicia. Esta etapa fue fugaz, aunque singular, en su genio creativo, pues proyectaba un socialismo que huye del marxismo o del anarquismo.

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08
agosto
2022

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La miseria y la pobreza son tan absolutamente degradantes, y ejercen un efecto tan paralizador sobre la naturaleza de los hombres, que ninguna clase se hace realmente consciente de su propio sufrimiento. Otros se lo tienen que decir, y a menudo no los creen nada. Lo que dicen grandes empresarios contra los agitadores es incuestionablemente cierto. Los agitadores son una suerte de personas entrometidas e impertinentes que se dirigen a una clase satisfecha de la comunidad y siembran las semillas de la discordia entre sus miembros. Esta es la razón de por qué los agitadores son absolutamente necesarios. Sin ellos, en nuestro estado imperfecto no habría avance alguno hacia la civilización.

La esclavitud no se prohibió debido a una acción por parte de los esclavos, ni siquiera por un deseo expreso por parte de esos esclavos de que deberían ser libres. Se suprimió solo por la conducta groseramente ilegal de ciertos agitadores en Boston y en otros lugares, que no eran ellos mismos esclavos, ni propietarios de esclavos, y que en realidad no tenían nada que ver con la cuestión. Fueron, indudablemente, los abolicionistas los que encendieron la antorcha, quienes comenzaron el asunto.

Y es curioso señalar que de los esclavos no solo recibieron poca asistencia, sino que incluso recibieron apenas simpatía; y cuando, al final de la guerra, los esclavos se vieron libres, se encontraron tan absolutamente libres como para morirse de inanición, muchos de ellos lamentaron amargamente el nuevo estado de las cosas. Para el pensador, el hecho más trágico de toda la Revolución francesa no fue que María Antonieta fuera asesinada por ser una reina, sino que el campesino muerto de hambre de la Vendée se ofreciera voluntariamente a morir por la horrible causa del feudalismo.

Queda claro, por tanto, que ningún socialismo autoritario funcionará. Pues, aunque bajo el sistema actual un gran número de personas puede llevar unas vidas con una cierta porción de libertad y felicidad, bajo un sistema industrial y de barracas, o un sistema de tiranía económica, nadie podría tener esa libertad. Es de lamentar que una parte de nuestra comunidad deba estar prácticamente en esclavitud, pero proponer resolver el problema esclavizando a toda la comunidad es infantil. Todos los hombres han de disponer de libertad para elegir su propio trabajo. Sobre este aspecto no se debe ejercer ninguna coacción. Si se ejerce, el trabajo no será bueno para los hombres, no será bueno en sí mismo, y no será bueno para los demás. Y por trabajo entiendo simplemente una actividad, cualquiera que sea su índole.

Autoridad y coacción son inaceptables: toda asociación ha de ser voluntaria

Apenas puedo imaginarme que un socialista, en estos días, proponga seriamente que un inspector llame todas las mañanas en cada casa para comprobar que todo ciudadano se levanta y cumple con su trabajo manual durante ocho horas. La humanidad ha superado esa fase y reserva esa forma de vida para las personas que, de una manera muy arbitraria, decide llamar criminales. Pero confieso que muchas de las opiniones socialistas con las que me he topado me parecen contaminadas con ideas de autoridad, cuando no de efectiva coacción. Desde luego que autoridad y coacción son inaceptables. Toda asociación ha de ser voluntaria. El hombre solo se encuentra bien en la asociación voluntaria.

Pero se ha de preguntar cómo el individualismo, que ahora depende más o menos de la existencia de la propiedad privada para su desarrollo, se beneficiará con la abolición de dicha propiedad privada. La respuesta es muy simple. Es cierto que, bajo las condiciones existentes, unas cuantas personas que han tenido medios privados, como Byron, Shelley, Browning, Victor Hugo, Baudelaire, y otros, han sido capaces de desarrollar su personalidad de una manera más o menos completa. Ni una de estas personas hizo un solo día de trabajo a sueldo. Estaban libres de la pobreza. Tuvieron una inmensa ventaja. La cuestión estriba en si sería ventajoso para el individualismo que se quitara esa ventaja. Supongamos que se quita. ¿Qué pasa entonces con el individualismo? ¿Cómo se beneficiaría?

La verdadera perfección del hombre se encuentra no en lo que el hombre tiene, sino en lo que el hombre es

Se beneficiaría del modo siguiente. Bajo las nuevas condiciones el individualismo será mucho más libre, mucho más libre y mucho más intenso de lo que es ahora. No estoy hablando del gran individualismo efectuado en la imaginación de poetas como los que he mencionado, sino del gran individualismo efectivo que suele estar latente y en potencia en el género humano. Pues el reconocimiento de la propiedad privada realmente ha perjudicado al individualismo, y lo ha oscurecido, al confundir al hombre con lo que posee. Ha descarriado por completo al individualismo. No ha hecho del crecimiento y la ganancia su punto de mira. De modo que se pensó que lo importante era tener, y no se sabía que lo importante es ser.

La verdadera perfección del hombre se encuentra no en lo que el hombre tiene, sino en lo que el hombre es. La propiedad privada ha aplastado el verdadero individualismo y ha instaurado un individualismo que es falso. Ha privado a una parte de la comunidad de ser individual matándola de hambre. Ha privado a la otra parte de la comunidad de ser individual al ponerla en el camino equivocado y al encumbrarla. En efecto, la personalidad del hombre ha quedado absorbida de una manera tan completa por sus posesiones que el derecho inglés siempre ha tratado los delitos contra la propiedad de un hombre con mucha mayor rigurosidad que los delitos contra su persona, y la propiedad sigue siendo la prueba de la plena ciudadanía. La laboriosidad necesaria para hacer dinero también es muy desmoralizante.

En una comunidad como la nuestra, donde la propiedad confiere una inmensa distinción, la posición social, el honor, el respeto, los títulos, y otras cosas agradables de la misma índole, el hombre, siendo naturalmente ambicioso, se propone acumular esta propiedad, y continúa tediosa y fatigosamente acumulándola mucho después de haber conseguido tanta como necesita, o puede utilizar, o disfrutar, o tal vez incluso conocer.

El hombre será capaz de matarse por exceso de trabajo con objeto de asegurar su propiedad, y realmente, considerando las enormes ventajas que conlleva la propiedad, apenas sorprende. Lo que hay que deplorar es que la sociedad se haya de construir sobre semejante fundamento, cayendo en un hábito en el que no puede desarrollar libremente lo que hay en ella de maravilloso, fascinante y encantador, por lo que renuncia al verdadero placer y a la verdadera alegría de vivir. Bajo las condiciones existentes, también está muy inseguro. Un comerciante enormemente rico puede estar –a menudo lo está–, en cada momento de su vida, a merced de acontecimientos que no están bajo su control. Si el viento sopla un poco más o un poco menos, el tiempo cambia de una forma súbita u ocurre alguna cosa trivial, su barco puede hundirse, sus especulaciones fracasar y puede acabar empobrecido, perdida su posición social. Ahora bien, nada debería ser capaz de dañar al hombre salvo él mismo. Nada debería ser capaz de empobrecer a un hombre. Lo que un hombre realmente tiene es lo que está en él. Lo que está fuera de él debería ser un asunto sin importancia.


Este es un fragmento de ‘El alma del hombre bajo el socialismo‘ (Arpa), por Oscar Wilde.

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