Siglo XXI

Cómo fabricar una identidad digital (y no morir en el intento)

Nuestro ‘yo’ digital es parte de nuestras vidas, tengamos o no una gran actividad en internet: las redes se han convertido en un espacio donde se proyectan no solo las expectativas vitales, sino también profesionales.

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30
mayo
2022

Las redes sociales no son solo un espacio de interacción digital: se han convertido en un nuevo escenario en el que mostrarnos como individuos. Muchos hablan ya de una supuesta «identidad digital», la cual constituiría la versión cibernética de la identidad física de una persona. Una pregunta, sin embargo, continúa siendo esencial. Y aún no tiene una respuesta definitiva: ¿es realmente nuestra identidad la que proyectamos en redes sociales o mostramos en ella lo que nos gustaría llegar a ser en un mundo ideal?

Las redes sociales, que pueden representar espacios donde mostrar recuerdos bonitos, fotos graciosas y memes sobre la existencia de la vida, también son un espacio donde perpetuar algunos comportamientos violentos o discriminatorios hacia diversos colectivos o individuos. Según el fundador de LinkedIn, Reid Hofmann, las redes sociales reflejan los siete pecados capitales. Para él, en su analogía Facebook era el ego, mientras que su propia red social, LinkedIn, era la codicia. 

Pero en la red, mostrar un hábito o un gusto musical, un bronceado como el que está de moda o unos zapatos de una marca determinada son, a fin de cuentas, una cesión de nuestra información, de nuestros datos más personales. Esta venta invisible puede parecer voluntaria, pero a veces terminamos haciéndola condicionados por una serie de presiones sociales encubiertas en un estándar de vida al que parece que todos tenemos que aproximarnos; y lo hacemos por una razón: pensamos que, en realidad, esa es la forma deseable de vivir. No hay persona que capture mejor esta tendencia que el humorista Bo Burnham con el single White Woman’s Instagram. 

En la red, mostrar un gusto musical, un bronceado o unos zapatos de marca constituye una cesión de nuestros datos más personales

En el libro No seas tu mismo, el filósofo Eudald Espluga expone un ejemplo de la fatiga de nuestra época cuando habla de que las redes sociales se han convertido, en algún modo, en nuestra propia marca personal, en la cual trabajamos durante nuestro tiempo libre (y que tiene, además, un gran impacto tanto en nuestra vida profesional como en nuestro prestigio social). El filósofo afirma que, por ejemplo, estamos en Tinder aplicando la misma lógica respecto a nuestras relaciones íntimas que cuando hacemos un tuit sobre un tema de trabajo o publicamos una foto en Instagram. Así, nuestra identidad digital no solo es algo que se valora, considera o tiene en cuenta cuando uno busca trabajo, sino más bien un trabajo extra no remunerado –aparentemente exigido por nadie– que llevamos a cabo para construir nuestra identidad en la pantalla.

Desde hace algunos años ya estamos viendo los primeros pasos regulatorios en torno a la identidad digital. La Comisión Europea, por ejemplo, ha impulsado nuevas normas legales a partir de mecanismos como el reglamento eIDAS, que busca establecer un marco para reconocer las identidades digitales de la Unión Europea. En un marco general existe también el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR por sus siglas en inglés), que busca garantizar la protección de los individuos en estos espacios y su participación en cualquier espacio online. Uno de los progresos más llamativos relacionados con el avance de las identidades digitales es el llamado «derecho al olvido», que solicita que, cuando el consumidor o individuo lo requiera bajo ciertas condiciones, se pueda eliminar todo lo relativo a su perfil, así como hacer que sus datos no figuren en la búsqueda de resultados de internet. Todo ello hace que la lucha de los derechos sociales tenga que dar un paso más en el espacio online. Los esfuerzos de los países para proteger tales derechos ya no pueden avanzar sin la complicidad de campos de conocimiento como la ciberseguridad.

Vivimos en un mundo en el que la vida pasa entre la realidad y las pantallas, estando estas dos dimensiones cada vez más interconectadas. Del mismo modo que la fama o un recuerdo, el rastro digital también puede influir las tendencias de la vida personal o profesional más allá de las fronteras de la pantalla. Por esta razón, la cautela y el conocimiento serán claves imprescindibles para orientar qué, cómo y hasta qué punto podemos construir nuestra identidad en el espacio digital. 

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