Sociedad

Por qué hay algo que (siempre) desaparece en medio de una crisis

Cada crisis muestra sus consecuencias directas en los pasillos del supermercado: si durante 2008 fue la barra de pan la que midió la crisis económica, durante la pandemia esa vara la tomó el papel higiénico. Ahora, el precio de los alimentos se ha multiplicado por diez en el camino entre el campo y el supermercado. ¿Por qué los recursos más básicos son siempre los más afectados?

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28
abril
2022
‘La escasez del pan’, por Jean Baptiste Lesueur (1749-1826).

En contextos de crisis económicas, políticas y sociales es común medir el impacto de la gravedad del momento a través de productos que nos resultan cotidianos. Durante la Revolución francesa, fue el aumento del precio del pan lo que en gran medida incitó al pueblo francés a la revuelta. Durante la pandemia del coronavirus ocurrió algo similar: los supermercados se quedaron sin parte de los alimentos esenciales por el miedo a quedar desprovistos durante el período de confinamiento. Con el reciente estallido de la guerra en Ucrania, ha sido la subida del precio del gas y del aceite de girasol –productos que provienen o nos llegan a partir de la zona del conflicto– lo que ha representado la mayor sensación de peligro por parte del ciudadano. La realidad actual es evidente: la cesta de la compra de los hogares españoles es casi un 7% más cara que antes de la pandemia. 

En un momento de inflación como el presente, en el que los precios han aumentado un 9,8% respecto a 2021 según datos del Instituto Nacional de Estadística, necesitamos sistemas de medición que nos permitan cuantificar el impacto de los grandes sucesos que afectan nuestra vida cotidiana, y es justamente la cercanía de algunos productos lo que nos permite medirlo. Una de las teorías psicológicas que respaldan situaciones como la fiebre del papel higiénico durante el confinamiento –cuando la gente arrasaba en los supermercados con rollos y rollos de papel– es el efecto FOMO, lo que en inglés significa fear of missing out [miedo a perderse algo]. Este efecto, según explicaba entonces la profesora Debra Grace en una entrevista en la BBC, se debía a una razón relativamente sencilla: la población «quería estar preparada porque era lo único que podía hacer para tener una cierta sensación de control».

En este sentido, los alimentos forman parte de lo que consideramos como ‘imaginario colectivo compartido’; es decir, de aquellos productos que todo el mundo conoce y consume. Es gracias a este factor de cercanía por lo que conocemos mejor las alteraciones que pueden sufrir sus precios, volviéndonos capaces de reaccionar de forma más inmediata a la subida de su coste habitual.

Los alimentos forman parte del ‘imaginario colectivo compartido’: aquellos productos que todo el mundo conoce y consume

Lo mismo ocurre con otros productos o servicios, como el coste del precio de un café en cualquier bar o el precio del transporte público. Recordemos, por ejemplo, el alboroto social generado en Chile durante 2019 por la subida del precio del billete de metro, que terminó en una inesperada revuelta sin precedentes en la región. Puede que ese aumento fuera la gota que colmó el vaso de una situación influenciada por muchos otros problemas básicos, pero el ejemplo que ofrece es evidente: las alteraciones en el consumo habitual pueden ser el punto de inflexión a partir del cual la sociedad decide romper con una situación conflictiva para ‘pasar a la acción’. 

Emociones como el miedo o la incertidumbre se desarrollan durante cualquier crisis económica y estas, agregadas a la sensación de incomprensión que tiene gran parte de la ciudadanía sobre los conceptos macroeconómicos con que nos bombardean constantemente los medios de comunicación, contribuyen a generar una sensación de alerta general. Ante esto, el aumento de precios de productos habituales se presenta como una evidencia de la sensación de temor que ya indicaba el estado de ánimo general, incitando a la población, por tanto, a la acción colectiva. 

En la actualidad, el comportamiento colectivo aún no ha logrado crear consenso por parte de la academia y los teóricos de la psicología de la acción colectiva, por lo que continúa siendo necesario buscar las explicaciones capaces de dar respuesta a dichos fenómenos sociales. ¿Hay productos que movilizan más que el resto? Y, de hecho, ¿qué factores es necesario conjugar para que una subida de precios incite a la movilización? En el futuro continúa la posibilidad, aún abierta, de descubrir definitivamente los patrones que nos hacen actuar de este modo.

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