Cultura
La corrosiva lucidez de ‘La vida de Brian’
Monty Python estrenaba hace cuatro décadas una de las comedias más irreverentes de la historia. Su profunda crítica social y religiosa, aún actual, sería lo que la consagraría de forma definitiva, acabando por trascender lo meramente cinematográfico.
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Cuando seis prometedores actores británicos crearon la serie Monty Python’s Flying Circus en la BBC, pocos anticipaban el cambio que supondría en la comedia televisiva. Utilizando un humor inteligente, mordaz e irreverente, los integrantes del grupo Monty Python lograron traspasar los límites de lo políticamente correcto, llegando a convertirse en un fenómeno sociológico. De hecho, tan populares fueron sus sketches que uno de ellos, titulado ‘Spam‘, da nombre actualmente a los molestos mensajes publicitarios del correo electrónico. Un breve resumen de su importancia: aún hoy, los Monty Python son considerados los Beatles del humor.
Y fue justamente un miembro de la banda, George Harrison, quien permitió la llegada al cine de La vida de Brian en 1979. No fue un esfuerzo baladí: el músico hipotecó su casa y creó su propia productora para sacar adelante la película. Los productores iniciales se negaron a financiar una cinta que entonces consideraban blasfema y que hoy, en cambio, es aplaudida como una de las mejores comedias de todos los tiempos. La vida de Brian narra la historia de Brian Cohen, un habitante de Judea que pretende llevar una vida simple y tranquila. No lo tendrá fácil: una serie de desafortunados acontecimientos transformarán su vida en una existencia excesivamente similar a la de Jesucristo. Tanto que, de hecho, morirá también crucificado.
Los integrantes de Monty Python querían dejar en evidencia la sacralidad del cristianismo a través de la parodia, razón por la cual desplazaron la solemnidad de la figura mítica de Jesús de Nazaret a un entorno sencillo y cotidiano. No obstante, a pesar de no burlarse directamente de las figuras cristianas reales, su película terminaría siendo condenada como «pecaminosa» por todo tipo de colectivos religiosos. Es más: terminaría prohibida en numerosas localidades de Reino Unido y Estados Unidos, así como en países como Irlanda y Noruega.
A través de un humor casi absurdo, ‘La vida de Brian’ consigue ser tan irreverente como lúcida
Las peripecias que vive Brian a lo largo del metraje no tienen desperdicio. Su acercamiento al Frente Popular de Judea, facción enfrentada al régimen romano, revela la inutilidad de las disputas internas de algunos grupos políticos y su fragmentación en corrientes que acaban enfrentadas. Los miembros del Frente, así, aseguran en un primer momento que para formar parte del mismo solo hay que odiar a los romanos; pronto terminarán corrigiéndose: también al resto de facciones. A la par, uno de ellos manifiesta su deseo de ser considerado como una mujer para poder tener hijos y, aún coincidiendo todos en que es fisiológicamente imposible, deciden reivindicar su derecho a desearlo como símbolo de su lucha contra el opresor.
En otro momento de la cinta, los mismos rebeldes transmiten a un grupo de ciudadanos una pregunta que ya es icónica: «¿Qué han hecho los romanos por nosotros?». Contrariados, responden que los romanos les han dado acueductos, alcantarillado, carreteras, sanidad, enseñanza, vino, seguridad y baños públicos: la incapacidad para el diálogo y la incoherencia en que caen determinados movimientos sociopolíticos se revela entonces con una sencillez abrumadora.
La crítica al capitalismo también aflora cuando, de camino a una lapidación, Brian y su madre se detienen ante el tenderete de un vendedor ambulante de piedras para hacerse con una roca mejor que cualquiera de las que hay por el suelo. Asimismo, las mujeres, que tienen prohibido asistir a las lapidaciones públicas, esquivan la norma ayudadas por los vendedores de barbas postizas. La humillación pública como espectáculo popular y las artimañas del mercado para enriquecerse a toda costa se condensan en apenas minuto y medio.
Lo mismo ocurre con las capas supersticiosas –en este caso, corrosivas– del sentir religioso: Brian, que solo quería una vida normal, se ve convertido sin pretenderlo en líder de una multitud convencida de estar ante el nuevo mesías. Así, huyendo de ellos, pierde una sandalia que parte de esos seguidores interpretan como señal divina; otros, en cambio, ven dicha señal en una calabaza que Brian había dado previamente a un vagabundo. Cada cosa que haga, pronto se convertirá en un símbolo de su supuesta aura divina.
A través de un humor casi absurdo, La vida de Brian consigue ser tan irreverente como lúcida, lo que exige una dificultad mayor de la aparente. La propia existencia del protagonista termina recogiendo estas mismas cualidades: condenado a morir crucificado, comprende que todo es un sinsentido y que es mejor reír y mirar el lado luminoso de la vida. Así, para evitar el dramatismo inherente a la crucifixión cristiana, Brian finaliza sus días silbando y cantando, junto a otro grupo de ajusticiados, en uno de los números musicales más divertidos que ha dado el séptimo arte. Y una frase para la posteridad: always look on the bright side of life.
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