«A la hora de salvar el planeta, vemos más fácil inventar tecnologías que cambiar nuestros ritmos»

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
18
abril
2022

Artículo

Elizabeth Kolbert (Nueva York, 1961) ha viajado por todo el mundo para conocer las iniciativas basadas en la intervención a gran escala capaces de contrarrestar las consecuencias del cambio climático. La reconocida periodista científica lleva a sus espaldas más de 20 años de publicaciones en la reputada revista ‘New Yorker’ y es autora de varios libros, entre ellos ‘La sexta extinción: una historia nada natural’ (Drakontos), donde explora cómo la actividad humana, el consumo de combustibles fósiles, la acidificación de los océanos, la contaminación y las migraciones forzadas amenazan contra formas de vida de todo tipo. El año pasado, Kolbert publicó ‘Bajo un cielo blanco: cómo los humanos estamos creando la naturaleza del futuro’ (Planeta), donde recorre numerosos proyectos llevados a cabo por científicos e ingenieros de todo el mundo con el objetivo de intervenir en el entorno para remediar, corregir y minimizar los daños que le hemos causado al planeta.


¿Esta amenazada la supervivencia del ser humano?

Hay casi ocho mil millones de seres humanos en el planeta. No creo que nuestra existencia esté necesariamente amenazada, pero sí en riesgo porque nuestras sociedades son asentamientos permanentes muy complicados. Dependen de cierta estabilidad y, precisamente, lo que estamos haciendo es desestabilizar muchos sistemas, empezando por el sistema climático.

¿Qué cifras pueden ayudarnos a entender la magnitud del impacto de los humanos sobre el planeta? 

Comenzaré con un número. La humanidad ha transformado cerca de la mitad de la superficie libre de hielo del planeta a través de la agricultura, la deforestación, la minería y la construcción de ciudades. Esa es una forma de ilustrar nuestro impacto sobre la Tierra. Y te daré otro ejemplo: hemos aumentado tanto la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera que un cambio de esa magnitud no ha ocurrido en muchos millones de años. En la actualidad, la atmósfera es producto en parte de fuerzas naturales y en parte de fuerzas humanas. Podemos pensar también en esa gran fotografía tomada por un sumergible japonés en la que se aprecian bolsas plásticas en la Fosa de las Marianas –esa depresión del fondo marino de casi 11.000 metros de profundidad–. Es muy difícil encontrar un rincón del planeta, desde lo más lejano de la atmósfera hasta el fondo del océano, donde no se note el impacto de los humanos. Ahora bien, hemos provocado estos impactos inconscientemente, o sin querer queriendo. ¿Llegaremos a tener una naturaleza que sea modificada por los humanos de manera consciente? Yo creo que la respuesta a esa pregunta es, cada vez más, sí.

«Si realmente maximizamos el uso de las tecnologías renovables podremos observar un gran cambio»

¿Qué quiere decir eso de ‘un cielo blanco’ que mencionas en el título del libro? 

Alude a uno de los potenciales efectos secundarios de la geoingeniería solar, que se refiere a la posibilidad de contrarrestar algunos de los impactos del cambio climático si reducimos la cantidad de luz solar que entra directamente a nuestro planeta, reflejándola de vuelta al espacio. Esto podría provocar muchas consecuencias, pero una de las posibles sería un cambio en el color del cielo. Tendríamos un cielo más blanco.

¿Qué otros ejemplos de geoingeniería has investigado?

La geoingeniería ha planteado la posibilidad de producir nubes más reflectivas, por ejemplo. Se le llama iluminación de nubes y la idea es que reflejen la luz solar de vuelta al espacio. Sin embargo, algunas personas consideran que las tecnologías que extraen el dióxido de carbono de la atmósfera también entran dentro de la geoingeniería. Esas tecnologías sí existen actualmente a una escala bastante pequeña.

De hecho, fuiste a Islandia para conocer un interesante proyecto de captura de carbono. ¿Qué te pareció?

Sí. Ese proyecto tiene una máquina que absorbe el dióxido de carbono del aire y lo inyecta muy profundo bajo tierra, en la roca volcánica que conforma Islandia. Algunos argumentan que es una manera viable de eliminar dióxido de carbono de la atmósfera. Pero hacerlo requiere energía. Y precisamente nuestro problema es que quemamos combustibles fósiles para generar energía. Otro obstáculo es, simple y llanamente, la escala: todos los aspectos de nuestra vida moderna aportan gases de efecto invernadero a la atmósfera por lo que, para poder sacar suficiente dióxido de carbono de la atmósfera como para que observar una diferencia significativa, tendríamos que hacer algo comparable a la escala de la infraestructura de combustibles fósiles que tenemos actualmente. Y eso obviamente es algo gigantesco.

También hay científicos que están intentando modificar los arrecifes coralinos.

Como sabemos, los arrecifes de coral se están viendo fuertemente afectados por muchas amenazas humanas, principalmente por el cambio climático. Durante mi investigación visité un proyecto en Australia donde estaban intentando crear corales resistentes a temperaturas más calientes. La idea es que si logramos una combinación de rasgos genéticos que permita a los corales tolerar temperaturas más altas, se podrían cultivar en tanques y colocarlos en los arrecifes que están siendo muy afectados.

«Nuestra existencia no está necesariamente amenazada, pero sí en serio riesgo»

Que los seres humanos busquen controlar y moldear la naturaleza por supuesto que no es nada nuevo. En tu libro hablas de lo que se conoce como biocontrol. ¿Qué es?

Se le llama biocontrol a la idea de no usar químicos para eliminar plagas, sino recurrir a otras criaturas que se coman a las plagas o que las afecten de alguna forma. Esto, sin embargo, genera muchas dudas ya que las criaturas que han sido utilizadas para el control biológico a menudo han resultado ser una amenaza mayor que la plaga original. Por ejemplo, durante los 60 se importaron cuatro especies de carpa a Estados Unidos para que acabaran con malezas acuáticas y, sin embargo, lo que acabó pasando fue que esos peces se escaparon de los estanques experimentales donde debían permanecer y llegaron hasta el río Misisipi, donde se adueñaron del sistema. Ahora hay partes del río donde el 75% de los peces que habitan son carpas asiáticas que no deberían estar ahí.

¿Te has vuelto más pesimista con respecto a la tecnología después de hacer la investigación y escribir este libro?

El famoso biólogo estadounidense Ed Wilson tiene una cita maravillosa que dice que tenemos cerebros de la era de piedra e instituciones medievales, pero tecnologías de la era espacial. Es decir, somos mucho mejores inventando nuevas tecnologías que buscando nuevas maneras de vivir, de actuar y de organizar nuestras sociedades para que no sean tan dañinas para el medioambiente. A medida que nos enfrentamos a un creciente número de problemas enormes y potencialmente desestabilizadores, vamos a querer buscar soluciones tecnológicas. ¿Las encontraremos? ¿Funcionarán? Creo que esas son las verdaderas preguntas de este siglo.

¿Qué tres acciones concretas le recomendarías a cualquier Gobierno para ayudar a remediar el daño que hemos provocado en nuestro planeta?

Realmente necesitamos transformar la manera como obtenemos electricidad y somos afortunados de tener las tecnologías que podrían marcar una gran diferencia. Los paneles solares se han vuelto muy económicos, tenemos turbinas de viento… Si realmente maximizamos nuestro uso de estas tecnologías podría haber un gran cambio. También debemos transformar la manera de movernos, transicionar a vehículos eléctricos (aunque eso también significa mejorar nuestros sistemas de transporte público para que las personas no tengan que moverse en auto a todos lados). Además, debemos cambiar nuestros sistemas agrícolas, que son enormes productores de gases de efecto invernadero, e incentivar distintas maneras de cultivar. Y probablemente debamos reducir la cantidad de carne que comemos, especialmente la carne roja, dado que el ganado, desafortunadamente, produce una gran cantidad de metano. Si abordamos esas tres cosas de manera significativa y a gran escala, eso podría provocar un gran cambio. Aunque, para ser honesta, esta pregunta se está enfrentando a distintos intereses que no quieren cambiar la manera cómo hacemos las cosas.


Este contenido fue emitido en formato audiovisual por el programa de televisión ‘Efecto Naím’, una producción de Naím Media y NTN24. Forma parte de un acuerdo de colaboración de este programa con la revista Ethic.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME