Medio Ambiente

¿Quién teme a la Agenda 2030?

El mapa dibujado por las Naciones Unidas para hacer frente a los principales retos socioeconómicos y medioambientales de nuestra era se ha convertido, durante los últimos años, en diana para los ataques de distintos partidos políticos detractores de la globalización.

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21
abril
2022

En  mayo de 2020, el conocido como Partido del Progreso noruego definió como un comportamiento «antipatriota» que los políticos del país luciesen en las solapas de sus trajes el emblema de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. El famoso icono en forma de rosquilla multicolor –presente en nuestras vidas desde 2015 tras la adhesión de 190 países a sus metas– despertó la virulencia de las reacciones ultranacionalistas noruegas, que tacharon de «traidores» a los mandatarios y exigieron sustituir la insignia por la bandera nacional. Más de un año después, en octubre de 2021, en España el partido político Vox lanzó igualmente numerosos dardos contra la Agenda 2030 y presentó en su lugar la llamada Agenda España, una hoja de ruta alternativa diseñada, según el propio partido, como «una respuesta a las agendas globalistas que pretenden la destrucción de las clases medias, la liquidación de la soberanía de las naciones y el ataque a la familia y la vida».

Entre otras propuestas, como respuesta a los retos climáticos actuales, la hoja de ruta de la ONU hacia la sostenibilidad persigue la disminución de la pobreza y el hambre en el mundo, además de la creación de economías circulares, la mejora de la educación y la protección de los ecosistemas. Sin embargo, ha sido ese tinte global precisamente lo que ha causado el rechazo de los grupos políticos más extremistas en distintos países.  Reacciones que para los expertos, a grandes rasgos, no son más que una reivindicación de los idearios políticos y partidistas locales, en lugar de proponer soluciones a problemas urgentes que requieren de la cooperación internacional.

En cuanto al partido noruego de ultraderecha, las acusaciones llegaron en el momento en el que se celebraban los 75 años de la liberación de la Alemania nazi. Fue entonces cuando el exministro de Justicia, Per-Willy Amundsen, pidió «reconsiderar el uso de símbolos nacionales y no internacionales, que suprimen la importancia del Estado». Igualmente, el portavoz de la política migratoria de FrP, Jon Helgheim –entre otros miembros parlamentarios– rechazaron en las redes sociales el hecho de que la élite política de su país portase una insignia de organismos internacionales en lugar de su bandera.

«Nunca me veréis con ningún pin de la ONU», publicó en sus redes Helgheim. «He sido elegido por el pueblo para salvaguardar los intereses de Noruega, y un pin dice algo sobre a quien o qué representas. En mi opinión, da señales absolutamente equivocas que el Gobierno noruego luzca uno de las Naciones Unidas. No debemos olvidar a quién representamos».

Noferini: «La Agenda 2030 es criticable, pero rechazarla solo por ser globalista globalistas es una postura carente de cualquier sentido»

Para Andrea Noferini, profesor del CEI International Affairs, esto es algo propio de los populismos. «Sucede en todo el mundo, y como ejemplos tenemos a Donald Trump, a Bolsonaro o lo ocurrido con el Brexit», explica. Y recuerda las declaraciones que el expresidente de Estados Unidos hizo en la Asamblea General de la ONU allá por 2018: «Estados Unidos está gobernado por los estadounidenses, por lo que rechazamos la idea del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo».

La tendencia parece ir en aumento. De acuerdo con un informe del Foro Mercator Migración y Democracia (Midem), la pandemia aumentó el respaldo de los movimientos de ultraderecha en Europa. Este análisis de las publicaciones en redes sociales de 12 partidos europeos considerados como populistas concluyó que la covid (y su gestión) fue un factor clave para la movilización de las formaciones que lanzan más críticas hacia las élites (entre ellas, aquellas que hacen referencia a la ONU). El trabajo destacó la actividad digital de partidos como Alternativa por Alemania (Afd), La Lega (Italia) y Vox (España). En el caso alemán, de hecho, reveló que el 50% de la población que no había recibido ni una sola vacuna estaba asociada a AfD y a movimientos antiglobalización.

Por otro lado, en no pocas ocasiones la iniciativa verde de la ONU ha sido víctima de los ataques de Vox. El pasado mes de octubre, el partido decidió prender fuego a una falla con imágenes de la Agenda 2030 –que incluía figuras de una feminista, un magnate de izquierdas y un ecologista–. Aunque, finalmente, la falla no sufrió ese destino porque no contó con el permiso del Ayuntamiento de la capital. Antes, sin embargo, en marzo de 2021, la diputada Magdalena Nevado había aprovechado la comisión Mixta para la Coordinación y Seguimiento de la Estrategia Española para criticar, de nuevo, a los ODS: «Consideramos (a la Agenda 2030) absolutamente ideológica y perfectamente disfrazada… Es una destrucción planificada de nuestra soberanía».

La Agenda España es un claro reflejo de sus reacciones. Esta reinterpretación a la española incluye, entre otros puntos, la igualdad entre los españoles, la unidad de España, la «educación en libertad» y «la inmediata expulsión de todos los inmigrantes ilegales, eliminación de ayudas públicas a inmigrantes ilegales o el cierre de los centros». También aporta sus propias visiones sobre la soberanía energética o la «perspectiva de familia y dignidad humana» (que pide la derogación de la actual ley contra la Violencia de Género).

Ninguna agenda local puede resolver los problemas universales

Para Noferini, el carácter reivindicativo de este tipo de propuestas es incapaz de resolver problemas globales que, a fin de cuentas, acabarán por afectar a toda la población (independientemente de la ideología). De hecho, señala que todavía es necesario localizar y adaptar la Agenda 2030 a las circunstancias de cada país: «Lo que vale para Francia, por ejemplo, no vale igual para otros países».

Además, pese a que la mayoría de la gente esté a favor de los derechos humanos, la igualdad de género o la transición energética, las vías para alcanzar esas metas tendrían que responder a las prioridades de cada territorio. Y por eso para él es fundamental el concepto de localización. «Aunque la agenda no resulte vinculante, vale la pena recordar que es el fruto de décadas de reflexiones, así como de anteriores agendas y programas que tienen un recorrido histórico ampliamente reconocido», afirma. «Independientemente de que un Gobierno sea de izquierda o de derecha, se trata de un espacio para el reconocimiento».

En otras palabras, sí que es posible criticar a la Agenda 2030 y sus posibles ejecuciones pero, insiste, «rechazarla solo lo porque ha sido escrita por los defensores de los valores globalistas es una postura carente de cualquier tipo de análisis y de profundidad».

Ahora bien, el académico destaca que los argumentos que utilizan la fuerzas políticas más reacias hacia los documentos de carácter universal y las posturas políticas integristas suelen basarse en que es la misma globalización la culpable de la pauperización de las clases medias, la inmigración ilegal descontrolada o la pérdida de competitividad económica. «Parte de este diagnóstico sería también compartido por otras fuerzas políticas. Y creo, sinceramente, que es imposible negar que algo de razón tienen», opina el experto. «Pero sus propuestas, ahora mismo, no resuelven nada».

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