Sociedad

«Un pasado sin mujeres no solo falsea la historia; la hace menos humana»

Ilustración

Yvonne Redín

Imágenes

Penguin Random House
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
08
marzo
2022

Ilustración

Yvonne Redín

Imágenes

Penguin Random House

Contar la historia del mundo de una manera diferente es posible. Esa es la premisa de la que parte Cristina Oñoro (Madrid, 1979), doctora en Teoría de la literatura y profesora en la Universidad Complutense de Madrid, para escribir ‘Las que faltaban‘ (Taurus, 2022), un recorrido por la historia de la humanidad a través de los hilos que conectan a 13 mujeres tan fascinantes como silenciadas. Juana de Arco, Malinche, Sofonisba Anguisola, Mary Wollstonecraft, Marie Curie, Simone Weil o Rosa Parks… «Ellas también estuvieron allí, aunque durante mucho tiempo su presencia se considerase irrelevante», defiende Oñoro.


Son muchos los libros, pódcast, artículos o documentales sobre la vida de mujeres del pasado que se han lanzado en los últimos años. ¿Por qué Las que faltaban es diferente?

Mi idea era contar la historia de 13 mujeres (alguna más conocida que otra) desde una perspectiva distinta; tratando de buscar las piezas que normalmente faltan en los relatos. Un ejemplo muy claro es el de Cleopatra y la relación con su hija, a quien Shakespeare olvidó. De esta manera, se presenta a Cleopatra como una madre simbólica cuya historia está sesgada porque la escribió su peor enemigo, el emperador romano Augusto. La historia de Marie Curie también se ha contado muchas veces, pero nunca desde la perspectiva de su estructura familiar y la relación con su hermana o su suegro. Así que en el libro trato de acercarme a cómo hizo para conciliar su vida científica con su vida familiar, ya que tuvo dos hijas, se quedó viuda muy pronto y tenía muy pocos recursos económicos. Mi objetivo es preguntarle a esos personajes cuestiones que tienen que ver con nuestro presente, con nuestra actualidad. 

¿Cómo ha podido ser que la historia de la humanidad se haya relatado siempre sin tener en cuenta a la mitad de la población? 

Precisamente de una pregunta parecida nació el ensayo, que comienza con una anécdota de 2016, cuando una importante editorial planeaba vender un coleccionable titulado La aventura de la historia en el que todos los personajes eran masculinos. La anécdota es reciente, pero se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. 

¿Por ejemplo?

En el siglo XVIII, con las hermanas Cassandra y Jane Austen. Su padre les obligaba a estudiar La historia de Inglaterra de Goldsmith, un libro muy extenso de cuatro volúmenes donde ellas hicieron anotaciones al margen mostrando su desesperación. A ellas les parecía todo inverosímil. Imagínate, Jane Austen con 15 años, esa tarde de 1791, se hacía la misma pregunta que nosotras en 2016: ¿dónde están las mujeres? Al final, las hermanas Austen hacen una parodia del libro, un manuscrito de 34 páginas donde se incluye a las mujeres. Este es un ejemplo de otros muchos, como el de Carlyle y su visión de que la historia de la humanidad es la historia de los grandes hombres; o en el caso de Tucídides, que pone en boca de Pericles el consejo de que de las mujeres es mejor no hablar. Incluso el propio Freud dice en una de sus conferencias de los años 30 que las mujeres no han hecho aportaciones a la historia cultural salvo el arte de tejer y trenzar. Yo he tratado de desmitificar el relato masculino, ese que dice que los grandes hombres, con mayúsculas, son los que escriben la historia. Necesitamos relatos en los que se oigan más voces, y esa construcción del pasado tan heroica y centrada en un único protagonista no solo falsea la historia, sino que la hace menos humana.

«He tratado de desmitificar el relato de que son los grandes hombres quienes escriben la historia»

«Las mujeres nos dedicamos a estudiar nuestra propia ausencia», sostenía Gloria Steinem. Parece que, de alguna manera, nosotras mismas hemos contribuido a perpetuar ese relato de la historia de la humanidad leyendo o estudiando solo a hombres. 

Si vamos a los libros de historia, programas de clase o exámenes, no solamente no estudiamos a las mujeres, sino que parece que estamos estudiando nuestra propia ausencia. La cultura es muy rica, muy plural, pero hay muchos autores que aparecen en el libro con comentarios que dejan muy mal paradas a las mujeres, como Aristóteles o Rousseau. Ahora bien, eso no significa que debamos dejar de leerles. Al revés, deberíamos hacer como Giorgio Vasari, que incidía en que había muchas pintoras y muy buenas, y además no debería sorprendernos porque, dice, «si las mujeres saben hacer a los hombres vivos, cómo no iban a saber hacerlos pintados». Sin las mujeres no habríamos podido salir de África, ni llegar a América, ni reproducirnos. No son visibles porque se ha generado un canon basado en unas concepciones sobre lo que es arte y lo que no, y las producciones culturales de las mujeres han tendido a asimilarse como arte menor o de aficionadas. Ese primer esfuerzo que debemos realizar consiste en ampliar nuestra noción de lo que consideramos valioso culturalmente. 

Es un fenómeno –el de silenciar la voz femenina– que, según recoges en el libro, viene de largo. 

Está incluso en cómo hemos estudiado la prehistoria: durante mucho tiempo se ha creído que la caza es la actividad principal que lleva al ser humano hacia la hominización. Es decir, todo lo que tiene que ver con las armas, la posición vertical o colaborar con otros hombres se ha considerado siempre muy valioso, pero se han pasado por alto las aportaciones que podían hacer las mujeres, como el portabebés, uno de los primeros inventos de la humanidad que permitía desplazarse con otra persona, o las cestas y los envases, que derivan de la idea de la mujer como recolectora. Al final se trata de tener una visión cultural más amplia. No censurar, cancelar, ni eliminar, sino desarrollar un sentido crítico. No me parece contradictorio declararte aristotélico en muchísimas facetas y que, al mismo tiempo, puedas tener una relación crítica con algunas de sus reflexiones. 

Entonces, ¿si no estudiásemos la historia de los hombres no podríamos conocer tampoco la historia de las mujeres? 

Sería igual de equivocada una visión del mundo en la que solo tuviéramos un relato masculino que otra en la que canceláramos ese relato y propusiéramos uno exclusivamente femenino. También hay ciertos momentos en el libro en los que alabo que en algún momento de la historia hayamos engrandecido las aportaciones de las mujeres en ese proceso de desmitificación, aunque pueda parecer exagerado. Está igual de idealizado y no es científico, pero al menos imaginativamente nos puede estimular para pensar otras posibilidades. No veo negativo que en algunos momentos hayamos hecho ese esfuerzo de decir que así no fueron las cosas, que había un matriarcado o que las mujeres eran las dueñas de las cuevas, mientras nos demos cuenta de que es un mito. Cualquier relato de la humanidad debe contar con todas las partes, y no solo la de las mujeres, sino de la de otros muchos personajes que hemos silenciado y mantenido en la oscuridad. En el capítulo de Rosa Parks, por ejemplo, reivindico el boicot de los autobuses, que estuvo propiciado por las mujeres de Alabama, aunque la fama se la ha llevado Martin Luther King. 

«El desafío está en leer la literatura escrita por mujeres como obras que apelan a la universalidad»

La obra empieza con el descubrimiento genético de Denny, la primera evidencia del encuentro entre un neandertal y uno denisovano que resulta ser una niña. ¿Qué importancia puede tener determinar el sexo de un fósil de la prehistoria?

Nuestro imaginario de la prehistoria era bastante masculino hasta que llegaron las feministas y lo cuestionaron con afán desmitificador. Ellas rompieron con esa imagen del hombre que caza mientras la mujer espera pasivamente en la cueva. Me parece importante aprovechar estos avances de la ciencia, que nos han permitido conocer cuestiones sorprendentes, como que las pinturas de manos de las cuevas eran de mujeres. Incluso es maravilloso que podamos imaginar que hace un millón de años el rol de mujer supuso más de una crisis. En nuestra imaginación la prehistoria es la historia de un único personaje, el Homo sapiens. Por eso, cuando leí la noticia de Denny en verano de 2018 me conmovió profundamente la historia de una científica de apenas 34 años que, por azar, encontró con la primera evidencia material de un híbrido de primera generación. Ella iba buscando determinar la especie, pero en el análisis llega también al sexo. Tras investigar, pude ver cuántas veces por el sesgo arqueológico se había asignado mal el sexo a un fósil. Me pareció divertido conocer la anécdota de cómo se había descubierto, con el tiempo, que en realidad no se trataba del hombre de mentón, sino de la mujer de mentón. Es como cuando al principio del libro escribo: «y Virginia Woolf se removió en su tumba». Y es que «anónimo era una mujer» hasta para la prehistoria. ¿Cuál ha sido la tendencia? Estaremos todos de acuerdo en que confundimos peligrosamente humanidad con varón. 

Michel de Montaigne escribió que la amistad era un afecto exclusivamente masculino, que las mujeres carecían de «la inteligencia necesaria para establecer ese vínculo». En el libro muestras lo contrario, cómo la historia también se ha ido construyendo a través de alianzas entre mujeres. 

El libro es una defensa de la amistad femenina como elemento fundamental para la historia de las mujeres y de la humanidad. En el caso de Juana de Arco, por ejemplo, abordo la relación de amistad (muy olvidada) con Christine de Pizan, la primera autora que levantó su pluma para defender a las mujeres en La ciudad de las damas en 1405. El poema que escribe posteriormente sobre Juana de Arco, que ni siquiera está traducido al castellano, trata de cómo Juana es la prueba de que Dios ama a las mujeres. Y para Christine eso era muy importante, porque el discurso misógino que circulaba en la Edad Media era que las mujeres eran aliadas de satanás. Luego está la amistad entre las hermanas de Sofonisba Anguissola o entre Malala y su mejor amiga, con quien viajaba en la furgoneta escolar en la que le pegaron un tiro los talibanes. Y un último ejemplo fascinante es el de Elsa y Ana de Frozen, la primera película de la factoría Disney dirigida por una mujer. Es curioso que cuando quien escribe el guion es una mujer, la historia de amor con el príncipe pasa a transformarse en una historia de amor apasionado hacia una hermana. 

A Jane Austen, a quien acusaron, entre otras cosas, de costumbrista, consiguió retratar a mujeres de la época que piensan por sí mismas y con sentido del humor, cualidad que destacas de la autora. ¿De qué manera la literatura escrita por mujeres ha permitido romper con ciertos estereotipos?

Frente a lo que Aristóteles decía que era la historia, que cuenta el dato o lo que ha ocurrido, la literatura nos permite imaginar posibilidades, trata de lo que podría o debería ocurrir, nos permite acceder a lo general y salir de la estrechez de nuestras pequeñas vidas. En ese sentido, leer es una escuela para la vida. La literatura escrita por mujeres introduce otra mirada en el relato. Por ejemplo, El léxico familiar de Natalia Ginzburg, las obras de Jane Austen o las novelas de Muriel Spark. El esfuerzo que ahora tenemos que hacer es que esas historias no sean vistas como «cosas de mujeres», sino que podamos leerlas como hemos leído a los autores, como algo que apela a la universalidad. Homero está hablando de la guerra, algo que, aunque por desgracia a día de hoy parece universal, viven pocas personas. Aún así, leemos la Ilíada como un poema que habla de la universalidad del ser humano. ¿Por qué cuando leemos a autoras nos parece que hablan de algo que solo podría interesar a las mujeres? El nacimiento o la maternidad, por poner un caso, son también experiencias muy universales: todos hemos nacido.

«La amistad femenina es un elemento fundamental de la historia»

Hablas de personajes que, como Juana de Arco o Agnódice, la primera ginecóloga de la historia, tuvieron que disfrazarse de hombre para conseguir sus propósitos. ¿Qué nos dicen estas anécdotas?

No estaba para nada premeditado a la hora de escoger a las 13 mujeres, pero mientras iba escribiendo me di cuenta de que un porcentaje bastante elevado tuvo que disfrazarse de varón en algún momento. Además del ejemplo de Agnódice o el de Juana de Arco –que rechazó vestirse de mujer tras la condena, pero insistía en seguirse llamando Juana–, está también el personaje de Margaret King, alumna de Mary Wollstonecraft, que tiene que disfrazarse de hombre para estudiar medicina en el siglo XIX; Victoria Kent, que durante la ocupación alemana en París escribe un diario en masculino refiriéndose a si misma como Plácido, o Simone Weil, que escribe a sus padres firmando como Simón. Creo es que estas anécdotas nos hace ver que los patrones de género han sido desafiados en distintos momentos de la historia.

¿Qué lectura podemos hacer hoy de que haya casos inversos, como el de los autores detrás de Carmen Mola, que han cosechado tanto éxito bajo el pseudónimo de una mujer?

Creo que puede haber una sensación de que hay más publicaciones de autoras cuando vamos a una mesa de novedades, sobre todo si se acerca el mes de marzo. También es verdad se ha avanzado mucho en los últimos años, que hay un mayor interés en la literatura escrita por mujeres y que podemos acceder a traducciones de textos que en su momento no llegaron a España, como ocurre con Cómo acabar con la literatura de las mujeres de Joanna Russ o Los apegos feroces de Vivian Gornick. Sin embargo, con los datos en la mano, la distancia entre el número de autores y el de autoras es enorme. Todavía no hay una paridad en el número de publicaciones, por lo que creo que se trata de una sensación de visibilidad que no responde a la realidad.

Hace ya cuatro años desde ese Día de la Mujer (8M) de 2018 que cambió la historia y que dio pie también al inicio de tu libro. ¿Qué supone esta efeméride?

El feminismo se presentaba ese 2018 como un movimiento capaz de salir del activismo y convertirse en un asunto de opinión pública, conformando una agenda de la humanidad. No se trataba de un movimiento que defendería solo una parte de la población, sino uno que aspiraba a construir un mundo con unos valores que pasan por la igualdad. De ahí la famosa frase de «todos deberíamos ser feministas». Después, en 2019 tuvo muchísimo eco en España, que se puso casi en la vanguardia de este movimiento mundial. De ahí que el libro sea circular: el comienzo y el final se sitúan en 2016 y 2017 –los años de efervescencia feminista–, y entre medias viajo en el tiempo hacia el pasado, a través de muchos momentos significativos de la historia. El libro no es una historia del feminismo, pero pretende recorrer sutilmente algunos de sus logros. Trato de recoger la aportación de las diferentes olas y lo que me gustaría mostrar es que en realidad no está todo ganado. Han sido logros que han costado mucho esfuerzo y lucha, y que podrían perderse como se ve en la propia historia del pensamiento feminista. Después de la segunda ola de los años sesenta y setenta hay un retroceso, así como en la propia revolución francesa que prende la mecha del feminismo pero hay un paso hacia atrás, siendo necesario esperar un siglo para que vuelva con las sufragistas. 

«Confundimos peligrosamente humanidad con varón» 

Un retroceso que, según adviertes en el libro, podría volver a darse. 

Sí, la pandemia puede suponer un retroceso a los logros que se han realizado sobre todo en el último siglo, ya que ha supuesto, de nuevo, que una mayor parte de los cuidados recaigan en las mujeres, y se ha convertido también el caldo de cultivo para que las violencias hacia las mujeres en situaciones difíciles. Por eso me parece más importante que nunca volver al espíritu de 2018 y 2019.

Los comentarios de Virginia Woolf te acompañan durante todo libro. ¿Qué ha supuesto su obra para el pensamiento feminista?

Virginia Woolf era, además de mi autora favorita, la interlocutora idónea para el libro. Su obra, El cuarto propio, es un clásico del feminismo contemporáneo, aunque en realidad fue una conferencia que le pidieron que hiciese para hablar sobre las mujeres y la novela. Ella transformó esa pregunta en un escrito donde aborda muchísimas cuestiones que superan completamente la pregunta inicial: habla de la visión que se tiene de las mujeres dentro de nuestra cultura, de cómo le han cerrado las puertas de la educación, de las mujeres y la pobreza, del andrógino… Aunque se trata de un texto corto, es muy rico. Yo en cada capítulo pretendo abordar temas distintos, y en todos ellos Virginia Woolf tenía algo que decir. Además, hay un pequeño juego con Orlando, novela en la que va viajando a través del tiempo. Las que faltaban también, aunque cambian los personajes, es un viaje a través del tiempo. 

Como docente, ¿qué mensaje lanzarías a las nuevas generaciones para que no vuelvan a faltar más mujeres? 

Escuchar desde pequeños que las mujeres no han participado en la vida social tiene un efecto debilitador. Por eso, al menos desde la docencia, debemos poner en valor la cultura que han producido. No es difícil: en lugar de llevar cinco ejemplos de personajes masculinos, ¿por qué no incluimos a mujeres? Eso va a dar mayor colorido y diversidad al programa y, además, las alumnas, que suponen la mitad de la clase, van a agradecer encontrar un espejo en le que poderse reflejar. Al final, retrata de hacer un esfuerzo para renovar tus materiales, no quedarte anquilosado y repetir siempre lo mismo. No faltan mujeres en la historia, solo hay que darles el papel que se merecen.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME