Energía
Henry Cavendish, padre del hidrógeno
Tan reservado era el químico inglés Henry Cavendish que sus descubrimientos no se le reconocieron hasta 70 años después de su muerte. Sin embargo, entre otros hallazgos, la humanidad le debe el descubrimiento de este primer elemento de la tabla periódica, uno de los más solicitados en la actual transición energética.
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Henry Cavendish (1731, Francia – 1810, Inglaterra), conocido hoy como el padre del hidrógeno, fue casi el nacimiento del tópico de científico excéntrico. Tímido, tartamudo y asocial, pudo desarrollar su carrera gracias a ser de clase alta y, a lo largo de su vida, solo se relacionó con su familia directa y otros científicos. Siempre vestía la misma ropa, completamente anticuada en su caso –vivió en el siglo XVIII–, un traje violeta que acabó dejando casi destrozado de ponérselo todos los días. Le gustaba tan poco hablar que con las criadas de su casa se comunicaba por notas.
Tan reservado era que ni siquiera comunicó la mayoría de sus descubrimientos, de manera que no se le reconocieron hasta 70 años después de su muerte. Eso explica, en parte, que siga siendo poco conocido hoy en día. Entre otros hallazgos, a su trabajo como físico y como químico la humanidad le debe los primeros estudios sobre la teoría de la electricidad –introdujo el concepto de ‘potencial’, midió la capacitancia y anticipó la ley de Ohm– y la composición química del agua; pero sobre todo, el descubrimiento del hidrógeno.
Cavendish vivió 79 años, una edad bastante avanzada para la época. Su padre, lord Charles Cavendish, ya fue un reputado científico experimental y, además, Cavendish tuvo la suerte de ser nieto por parte paterna del duque de Devonshire y, por parte materna, del duque de Kent, lo que le permitió mantener una posición económica desahogada durante toda su vida.
En 1978, Cavendish consiguió otro de sus grandes logros: calcular la densidad del planeta Tierra
En 1753, antes de finalizar sus estudios, viajó a París con su hermano Frederick. Al regresar a Inglaterra, Cavendish se instaló en Clapham, barrio del municipio londinense de Lambeth, en la residencia de su padre, y empezó ayudándole en sus experimentos. Durante ese tiempo vivió de una pensión que le pasaba su padre, pero en 1773 hereda una inmensa fortuna de uno de sus tíos y se convierte en una de las personas más ricas de Inglaterra. En ese momento se compra entonces una casa en Londres, para alojar su inmensa biblioteca, y otra en Clapham, donde monta su laboratorio dotándolo con todos los elementos tecnológicos disponibles entonces.
En 1766, Cavendish se convierte en el primer químico en formular la composición del agua, algo que ahora resulta básico en ciencias: H2O. Tomó partículas del mineral zinc que luego mezcló con ácido clórico, gracias a lo que generó un gas bautizado como «aire inflamable». Hoy lo llamamos hidrógeno y buscamos hacerlo verde para contribuir a la transición energética. Pero Cavendish, al querer comprobar cómo reaccionaba este elemento con otros como el propio aire, generó agua como fruto de una reacción química. Así, por pura serendipia, descubrió que el agua estaba compuesta de dos partes de hidrógeno y una parte de oxígeno.
Algunos estudiosos modernos han querido detectar en el químico británico indicios del síndrome de Asperger, parte del espectro autista
Más de 20 años más tarde, en 1798, consiguió uno de sus mayores logros: el cálculo de la densidad de la Tierra. Su avance permitió que 75 años después se obtuviese el valor de real de la constante gravitacional. Él mismo decía que buscaba «pesar el mundo». Su método consistió en medir la fuerza sobre una pequeña esfera debida a una esfera mayor de masa conocida y compararla con la fuerza sobre la esfera pequeña debida a la Tierra. De esta forma se podía describir a la Tierra como N veces más masiva que la esfera grande. El experimento de Cavendish (o de la balanza de torsión) aparece en su libro Experiences to determine the density of the Earth.
La mayor parte de las obras de Cavendish, como sus avances en el campo de la electricidad, no se conocieron hasta bien entrado el siglo XIX, cuando el matemático James Clerk Maxwell tuvo acceso a su laboratorio y sus notas y descubrió cómo el excéntrico noble británico había llegado mucho antes a hallazgos que se atribuían a otros. Aunque no hay pruebas fiables al cien por cien, algunos estudiosos modernos han querido detectar en Cavendish indicios del síndrome de Asperger, parte del espectro autista. Sin embargo, con lo que tenemos, podemos hablar del científico tan excéntrico y tímido que casi se olvidó de explicar todo lo que había sido capaz de descubrir.
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