Mujeres en la ciencia, una carrera de obstáculos
Cinco mujeres científicas de distintas edades nos cuentan su experiencia y analizan lo que se ha conseguido en los últimos años y las cimas que aún quedan por conquistar en materia de igualdad.
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En otoño de 2020, la prestigiosa revista Nature se vio obligada a retirar de su portada un artículo –hito excepcional en el ámbito de las publicaciones científicas– tras recibir quejas de cientos de lectores. En él, un grupo de investigadores de la NYU de Abu Dabi, tras analizar estadísticamente más de 222 millones de papers, parecía sugerir que si las mujeres científicas querían triunfar como investigadoras debían trabajar mano a mano con investigadores hombres. El estudio sostenía, en realidad, que las investigadoras más jóvenes que coautorizaban papers con científicos veteranos eran más citadas que las que no lo hacían y, por tanto, tenían mayor probabilidad de llegar lejos.
Más allá de posibles malinterpretaciones, lo que la NYU de Abu Dabi sacó a colación fue una problemática todavía vigente: a pesar de seguir el mismo camino que sus compañeros hombres, las mujeres tienden a estancarse en la base, mientras que ellos ocupan en mayor medida los puestos de dirección en los proyectos de investigación. Las cifras globales de Naciones Unidas avalan esa tesis: hay cerca de 379.920 mujeres doctoradas en una rama científica frente a 1,2 millones de hombres. Y los datos de la desigualdad trascienden la investigación. Menos del 30% de los científicos de todo el mundo son mujeres y solo 1 de cada 3 estudiantes de carreras universitarias del ámbito STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) es una mujer.
Por el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, en Ethic hemos reunido a las voces de cinco mujeres de distintas edades y con carreras científicas de distintas ramas para conocer su experiencia y analizar lo que se ha conseguido en los últimos años y las cimas que aún quedan por conquistar.
«Hacía guardias de 24 horas aún con la lactancia. La única opción que te daban era que te trajesen a tu hijo al hospital cada 3 horas»
Pilar García. | 70 años | Jubilada. Ejerció como médico pediatra y neonatóloga durante 43 años en el Hospital Clínico de Salamanca y fue vocal de la Sociedad Española de Neonatología.
Mi madre nació en 1911 y estudió química en una época en la que no era común que una mujer estudiara. Mucho menos una carrera de ciencias. Empezó a trabajar y lo dejó cuando tuvo hijos. Para nosotros eso fue un precedente. Ninguno nos planteamos no estudiar. Yo hice un bachillerato de letras porque no lo tenía muy claro y era lo que la gran mayoría de mujeres escogían. Finalmente decidí hacer medicina y mi padre, que era médico, me decía: «No es una carrera para una mujer, es un trabajo muy duro». Por suerte le hice poco caso y seguí adelante.
No puedo decir que me haya sentido discriminada por ser mujer durante mi profesión como médico, aunque es un ámbito predominantemente femenino. Sí que es cierto que, al principio, la gente asociaba ser mujer a ser enfermera y no médico. Muchas veces, cuando hablábamos con los pacientes –en mi caso, con los padres de los pacientes– y terminabas de dar la información te preguntaban: «¿Y cuándo va a venir el médico?». Cuando tuve a mi hijo estaba haciendo la tesis. Tuve que parar durante dos años porque era muy difícil compaginar las dos cosas, hasta que finalmente me obligué a darle un empujón, sacrifiqué unas vacaciones de verano y me dediqué a ella totalmente. Gracias a eso pude ser doctora. Pero eso no fue lo más complicado a la hora de conciliar, siempre he contado con mi marido. Lo más difícil fue que tuve que empezar a hacer guardias de 24 horas tan solo dos meses después de dar a luz. Todavía estaba con la lactancia materna y, o usabas biberón, o no te daban ninguna otra opción que no fuese que te llevasen a tu hijo al hospital cada 3 horas para que le dieses de mamar. Por suerte eso ha ido cambiando.
«Además de referentes como Margarita Salas y María Blasco, la presencia de mujeres a lo largo de mi carrera ha sido esencial»
Neus Martínez-Bosch. | 37 años | Estudió química y se doctoró en biomedicina. Actualmente es investigadora del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (Imim) y una de las científicas que ha identificado un biomarcador de diagnóstico precoz para el cáncer de páncreas tras 15 años estudiando la enfermedad.
Cuando acabé mi tesis doctoral tuve muy claro que quería formar una familia, así que renuncié a seguir con la carrera como investigadora principal, tener un grupo propio de trabajo. Ahora tengo cuatro niños y la suerte de que mi supervisora, Pilar Navarro, me ha dado siempre apoyo y facilitado la conciliación para poder seguir investigando y hacerlo compatible con la maternidad. No es algo común en el campo de la ciencia, donde frecuentemente, para seguir en la carrera de investigación tienes que retrasar la maternidad. Si no, te quedas fuera. Por ejemplo, hay becas competitivas que te exigen haber estado en el extranjero ciertos meses, y la movilidad es un tema complicado cuando tienes hijos. Queda mucho por hacer en el terreno de la conciliación. Aquí, el papel de la pareja es fundamental, y yo he tenido la suerte de estar muy bien acompañada durante todo el viaje.
Por suerte, cada vez hay más presencia de mujeres en la ciencia. Ahora veo que mis hijas tienen un montón de bibliografía de mujeres referentes que antes no teníamos. ¿Las mías? Margarita Salas, que desarrolló una carrera increíble cuando la ciencia giraba en torno a los hombres y rompió las barreras sociales establecidas, y María Blasco, a Blasco, ejemplo de liderazgo femenino actual en España en mayúsculas. Luego dos mujeres han sido claves en mi carrera en particular. El paso a la biomedicina lo hice de la mano de la doctora Anna Aragay, que me dio la posibilidad de hacer una estancia maravillosa en Noruega, donde me di cuenta de que la biomedicina era lo que me fascinaba. Luego, toda mi carrera científica ha estado marcada por la doctora Pilar Navarro. En general, creo que las mujeres tienen cada vez más visibilidad y están liderando asociaciones científicas, congresos o eventos de difusión para jóvenes como ‘CONÓCELAS’, organizado por la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer (ASEICA). El problema es que todavía hoy, cuando miras a los estudiantes predoctorales o a los técnicos, la presencia de la mujer es muy abundante, pero a medida que vas subiendo el grado de responsabilidad hay menos y menos mujeres. A todo esto se le suma la inestabilidad laboral que hay en el sector, la dificultad de encontrar un contrato fijo o estable como investigador.
«Hay más igualdad, pero falta equidad: reconocer las circunstancias reales de las mujeres»
Milagros Lozano. | 26 años | Ingeniera ambiental. Estudió en la Universidad Católica de Santa María en Perú y se mudó a España, donde ahora estudia un máster de Gestión de Residuos en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Desde el colegio comenzó a preocuparse por el medio ambiente y la gestión irresponsable de los recursos. Espera poder dedicarse a ello, aunque todavía no se decide si lo hará por la vía científica o por la vía empresarial.
En Perú se está trabajando para asegurar una mayor presencia de la mujer en la ciencia. Sobre todo en lo que a reconocimiento se refiere, porque antes pasaban mucho más desapercibidas a pesar de sus descubrimientos, lo que reducía, obviamente, el interés de las niñas por la ciencia. En mi universidad había muchas más mujeres que hombres y, sin embargo, ellos se llevaban todo el reconocimiento. Para mí, por ejemplo, la única referente –además de mis profesoras– fue Marie Curie, y no porque me lo enseñaran en la escuela, sino porque me generó un enorme interés personalmente. Por eso creo que es importantísimo aumentar el reconocimiento de las mujeres científicas. Y creo que España va mucho más avanzada en este sentido.
En mi opinión, es evidente que, además de igualdad, todavía falta equidad: reconocer las circunstancias sociales y económicas que llevan a las mujeres a no poder dedicar tanto tiempo a su carrera científica como desean. Hablo de la conciliación, de la presión –en muchas ocasiones– de formar una familia y, a la vez, seguir trabajando en la ciencia. Es fundamental conocer los problemas a los que se enfrenta una mujer común que le llevan a no poder liderar una investigación y plantear soluciones lógicas y eficientes para ello, además de incrementar las facilidades para conciliar adecuadamente y que se sienta tranquila tanto en su vida profesional como en su vida personal.
«¿Por qué mencionamos continuamente a James Watson y no a Rosalind Franklin?»
Iciar Fernández. | 23 años | Se licenció de ciencias biomédicas en Inglaterra (allí, las carreras tienen una duración de tan solo tres años). Posteriormente comenzó un máster en Canadá, pero el país permite ‘transformar’ este grado académico en un doctorado a través de un examen, y eso es lo que hizo. Este es su tercer año como doctoranda de biomedicina en el BC Children’s Hospital Research Institute, donde investiga los factores genéticos de la preeclampsia, una complicación del embarazo.
Dado que mi campo de investigación se centra en el embarazo, la presencia femenina en la investigación es bastante relevante: mi supervisora del doctorado es mujer y en el laboratorio tengo siete compañeras y un compañero. Sin embargo, cuando luego vas a las conferencias lo más habitual es que los ponentes de las charlas principales sean hombres, en los sorteos de colaboración entre laboratorios para llevar a cabo proyectos de investigación acostumbran a ser mujeres las que se quedan fuera o, si miras la ratio de publicaciones firmadas, es mayor en hombres.
El problema creo que está en cómo está construido el sistema científico. El éxito se mide en función de las publicaciones, cuando hay muchas otras actividades dentro del mundo de la ciencia, como la divulgación o el trabajo de campo, que, pese a ser esenciales, pasan más desapercibidas. Y es en estas actividades, que se encuentran en la base de la pirámide, donde las mujeres dedicamos gran parte de nuestra vida laboral. Más allá de las medidas para paliar problemas como la conciliación, el acceso a publicaciones o la falta de referentes –¿por qué mencionamos continuamente a James Watson y no a Rosalind Franklin?–, el cambio tiene que venir desde dentro y, sobre todo, desde arriba: las estructuras de la ciencia deben transformarse. En un mundo ideal, no mediríamos las cualidades dependiendo de si somos hombres o mujeres pero, de momento, hasta llegar ahí tenemos mucho que hacer para garantizar la igualdad en la ciencia.
«Creo que la situación de las mujeres en la ciencia seguirá cambiando para bien»
Ana Suárez. | 22 años | Estudia el tercer año del grado en Química en la Universidad Complutense de Madrid. Aunque en un principio quiso entrar en Farmacia y la nota no se lo permitió, asegura estar muy satisfecha con esta decisión porque siente que le «abre puertas» a lo que le interesa en el futuro: trabajar en la industria farmacéutica.
Una de mis principales inspiraciones para elegir una carrera de ciencias fue mi profesora de Física y Química en bachillerato, quien me transmitió por completo la belleza de la ciencia. También que, aunque nos lo venden como una carrera tremendamente complicada, no lo es tanto si se le dedica el tiempo suficiente. Para mí, mi mayor referente y quien más me ha inspirado de cara al futuro de mi carrera fue mi profesora de Química Orgánica el curso pasado. Como estudiante, creo que la situación de las mujeres en la ciencia ha cambiado mucho para bien. Y sigue cambiando.
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