Cuando las especies extintas vuelven a la vida
«Efecto Lázaro» es como se denomina el descubrimiento de ejemplares de especies animales que se creían extintas desde hacía siglos, como el ratón de Gould o el pecari del Chaco.
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El llamado «efecto Lázaro» es la forma en que los profesionales de bata blanca designan al sorprendente descubrimiento de ejemplares de especies animales que se creían extintas desde hacía décadas, siglos e incluso millones de años. Referencias bíblicas aparte, lo cierto es que ni estos animales han resucitado milagrosamente, ni la ciencia ha conseguido traerlos de vuelta por medio de complejas manipulaciones de ADN, tal como ocurría en Jurassic Park. En realidad, el fenómeno destaca por su sencillez: hacía tanto tiempo que nadie había visto a uno de estos animales deambulando por la Tierra que el consenso general terminó por interpretar que ya no la habitaban. Nada más lejos de la realidad: siempre habían estado ahí, si bien llevando una existencia de lo más discreta y oculta a los ojos de los humanos.
¿Cómo es posible tamaño despiste? A pesar de lo que pueda parecer, llevar un censo exhaustivo de la fauna planetaria no es una tarea sencilla. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organismo compuesto por múltiples Estados, agencias gubernamentales y sociedad civil –y máxima autoridad mundial en lo referente al estado de la naturaleza y sus recursos–, establece que el criterio para considerar a una especie como extinta es que hayan transcurrido al menos 50 años desde la última prueba fehaciente de su presencia en un territorio. Un «criterio del medio siglo» que, aunque actualmente se encuentra revisión, parece a todas luces insuficiente para llegar a conclusiones definitivas al respecto; de hecho, da pie a no pocos «despistes».
Plumas, pieles y escamas
Uno de los últimos lo ha protagonizado un minúsculo roedor australiano: el ratón de Gould. La última vez que alguien dibujó un tic de «presente» junto a su nombre en una taxonomía había sido hace 125 años. Sin embargo, hace pocos meses un grupo de científicos lo ha vuelto a localizar e identificar mediante pruebas genéticas en una pequeña isla de Oceanía. Otra especie oficialmente defenestrada por un precipitado censo que más tarde hubo que cambiar es la tortuga gigante de Fernandina, en las islas Galápagos. Hacía más de un siglo que no se veía ningún ejemplar vivo de este reptil.
El caso del petrel cahow o fardela de Bermudas, una especie de ave que anida en una isla de dicho archipiélago y que hoy presenta prometedores signos de recuperación, es especialmente llamativo: estuvo oficialmente desaparecida durante más de 300 años. Su estado solo cambió cuando en 1951 fueron localizados alrededor de 15 nidos en los que vivían otras tantas parejas de esta clase de pájaros.
El caspio, un pequeño poni cuyos orígenes datan de la antigua Mesopotamia, fue redescubierto en 1965
Más sangrante –y más difícil de descubrir – fue el caso del celacanto, un pez prehistórico que habita en las profundidades marinas y que, se pensaba, había corrido la misma suerte que los dinosaurios hace 65 millones de años. En 1938, sin embargo, un conservador de un museo africano encontró un ejemplar vivo y lo sacó de los libros de historia para devolverlo a los de zoología.
Otro animal del que solo se conocía su versión fosilizada –y del que no se tenían noticias desde el Holoceno– es el pecari del Chaco o jabalí orejudo: paradójicamente, un cazador argentino sacó de su error a los contables de especies desparecidas cuando en 1971 mató a un ejemplar de carne y hueso. También autóctono de Argentina y Chile es un pequeñísimo marsupial de apenas 40 gramos de peso conocido como «monito del monte»; es el único superviviente del orden de marsupial conocido como Microbiotheria. Pasó siglos en un discreto anonimato antes de que en los científicos repararan de nuevo en su presencia.
Un ejemplo peculiar lo representa el caspio, un pequeño poni con hechuras de caballo en miniatura cuyos orígenes datan de la antigua Mesopotamia. Un estadounidense lo redescubrió en 1965, tras lo cual puso en marcha un ambicioso programa destinado a recuperar a una especie que hoy está presente en tres continentes y que ya no se considera en peligro de extinción.
Los insectos también tienen sus representantes en este listado de tempranos desahucios. Uno de los más singulares, por su rareza, es el insecto de palo de la isla de Lord Howe, en el océano Pacífico. A pesar de su considerable tamaño, al insecto se le dio por finiquitado en 1930, tras décadas sin que se viera a ninguno. En 2001, sin embargo, fue localizada una pequeña colonia de su especie en otra isla cercana.
El miembro español de este selecto club es el lagarto gigante de La Palma. Desde hace 2.000 años, esta especie autóctona y endémica de Canarias ha coqueteado con el desastre, algo que se creía un hecho consumado desde hace cinco siglos. En 2007, sin embargo, se demostró que aún le quedaban vidas por gastar en la recámara. No obstante, lo cierto es que el hecho que se no hayan vuelvo a avistar ejemplares desde entonces, junto a las devastadoras erupciones volcánicas del año pasado en la isla, vuelven a desplegar negros nubarrones sobre el destino que haya podido correr. Aunque, ¿quién sabe? Quizá tampoco esta vez haya dicho su última palabra.
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