Toc, toc, TikTok: el nuevo ‘fast food’ cultural
La prisa y la brevedad son características de una plataforma que todavía provoca recelo en algunos países, que la acusan de fomentar la adicción hacia las plataformas digitales o de almacenar ilegalmente los datos personales.
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Desde buena parte de los reels de Instagram hasta los vídeos virales que circulan por aplicaciones de mensajería como WhatsApp, la mayoría de ellos tienen un denominador común: han sido realizados mediante TikTok, una aplicación absolutamente desconocida hace un lustro y que en la actualidad supera los mil millones de usuarios. Cómoda, fácil y con una alta capacidad para crear comunidad, la red social se ha convertido en la plataforma preferida de los adolescentes, quienes representan el 41% de los usuarios activos. También ha creado una nueva forma de relacionarnos con el mundo audiovisual, pasando a ser creadores además de espectadores.
Sin embargo, no todo reluce en TikTok. Tras su velo de modernidad y democratización de la comunicación audiovisual hay quien denuncia que se esconde el fantasma del espionaje gubernamental, la duda ante la protección de datos personales e incluso los recurrentes trastornos de conducta a los que se enfrentan los psicólogos de todo el mundo occidental ante el auge imparable de las nuevas tecnologías. Todo lleva a preguntarse qué representa realmente TikTok.
Quizá haya que retrotraerse a los orígenes de TikTok para encontrar algunas respuestas. En sus orígenes, y en su actual versión china, la red social se llama Douyin, es decir, «sacudir la música». Su evolución al sonoro nombre por el que se la conoce en el resto del mundo es consecuencia de su internacionalización: un nombre que lo alejase de sus principios asiáticos y resultase atractivo para los nativos de otras lenguas. A grandes rasgos, TikTok promueve la interacción entre los usuarios mediante comentarios, «me gusta», hagstags e incluso la opción de hacer duetos. Eso sí, los vídeos han de ser cortos, tan cortos como que la duración mínima es de tres segundos, mientras la máxima, ampliada en 2021, es de tres minutos. Así que el usuario no puede crear grandes tramas porque apenas hay margen para narrar.
TikTok se aleja de la creación audiovisual tradicional en su fomento de la prisa
Y aquí surge el primer aspecto interesante: TikTok se aleja de la creación audiovisual tradicional, precisamente, en su fomento de la prisa. Hacer cine requiere una mínima meticulosidad, tiempo y trabajo de postproducción. Todo ello desaparece en la plataforma china, donde la música de fondo, los filtros y otras tantas herramientas para modificar las grabaciones están prediseñadas de antemano. Todo lo que el usuario tiene que hacer es grabar una pequeña pieza, editarla rápidamente y subirla a la red, en espera de que se comparta, si es en masa, mejor. Tan sorprendente nos parece la velocidad a la que se propagan estos vídeos que hablamos de viralidad.
Quizá sí exista algo de patológico en el uso masivo de redes sociales como TikTok, como sugieren los expertos. Por un lado, la más evidente, es la multiplicación de trastornos como la adicción hacia la necesidad de mantener una audiencia, seguir las incesantes publicaciones de los influencers que proliferan las nuevas ágoras digitales o, simplemente, el instinto automático de abrir la aplicación cuando no hay nada aparente que hacer. Pero también existe otro problema más sibilino y que por ello suele pasar inadvertido: los moldes mentales atrofian la creatividad, según aborda un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En este caso, TikTok estaría siendo una factoría planetaria de productos que en su mayoría carecen de trascendencia más allá del deseo de entretener o exhibir habilidades y cualidades que, en multitud de ocasiones, representan un peligro para niños y adolescentes.
Muchos psicólogos advierten de la adicción que provocan redes sociales como TikTok
Al impacto humano hay que añadirle el político: TikTok es también objeto de acusaciones de colaboracionismo con el gobierno chino, almacenamiento ilegal de datos personales, publicidad encubierta y el ya nombrado espionaje, como ha sucedido con las diferentes investigaciones y condenas sobre estos aspectos por parte de Reino Unido, la Unión Europea y Estados Unidos, esta última la más significativa bajo el mandato del expresidente Donald Trump, quien quiso vetar la aplicación en el país. Además, no en todos los países se ve con buenos ojos el uso libre de la popular red social china: desde India, a raíz de la enésima escaramuza militar en sus fronteras contra el país asiático, hasta Indonesia o Egipto han prohibido, limitado o incluso condenado a usuarios de la aplicación por diversas excusas, desde la confrontación y el espionaje hasta la desinformación, la instigación de conductas consideradas inmorales o la multiplicación de las fake news.
Pero no todo es negativo en torno a TikTok. Como sucede con el resto de redes sociales y de tecnologías que el ser humano ha creado y pueda crear, tan solo reflejan nuestra manera general de comprender el mundo. En TikTok también es fácil encontrar algo más que prisa: para multitud de personas con talento artístico y de expertos es un mecanismo privilegiado para llegar a un gran público que reclama contenidos sencillos y extraordinariamente breves. En una sociedad cultivada en torno a los medios audiovisuales, TikTok permite enseñar, divertir e incluso ofrecer recursos terapéuticos a personas que, de otra manera, no se interesarían por esta clase de contenidos.
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