Opinión

Narcolepsia mental

Reverenciamos nuestro ‘smartphone’ mientras este se encarga cada vez más de disponer del orden de nuestra vida: nos hallamos en una narcolepsia mental en la que ya no precisamos estar dormidos para soñar que nosotros somos los que disponemos

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26
enero
2022

Un dispositivo, por definición, es algo que dispone. Y toda disposición implica un orden determinado, una colocación. La riqueza de nuestro lenguaje también apunta a que disponer conlleva mandar lo que hay que hacer («yo dispongo que»). Poca duda cabe si afirmamos que todas estas acepciones podrían ser perfectamente válidas cuando hablamos del smartphone o teléfono inteligente. Creo que ya hemos asimilado, a base de inclinar reverencialmente la cabeza cada vez que sujetamos dicho artefacto, lo adecuado de su nomenclatura desde el momento en el que se encarga, cada vez más, de disponer nuestras vidas.

Antes de que internet y la omnipantalla condicionaran nuestro mundo, el pensador Michel Foucault defendía que el dispositivo representa una relación muy estrecha entre saber y poder. Es precisamente esta relación la que confiere una enorme capacidad para configurar subjetividades. Si el dispositivo cumple bien su función, este será capaz de «disponer del sujeto».

En el año 2006, poco después del pensador francés y con anterioridad al apogeo de las redes sociales, el filósofo italiano Giorgio Agamben apuntaba esta definición de dispositivo: «Llamaré dispositivo a cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes». Sustituyan las palabras «cualquier cosa» por «teléfono inteligente» y verán que la definición no pierde mucha coherencia.

«Michel Foucault defendía que el dispositivo representa una relación muy estrecha entre saber y poder»

El smartphone se ha relevado como una hiper-encarnación del dispositivo capaz de disponernos, ordenarnos, y colocarnos allá donde más interesa. Bajo la seducción narcisista que facilita corremos el riesgo de convertirnos en aquello que Marshall McLuhan –el padre de la aldea global– postuló como «el sujeto narcotizado». El pensador estadounidense alegó que en la etimología de la palabra narciso existe una referencia a la palabra griega narcosis, que significa «entumecimiento». Entumecer implica entorpecer o impedir el movimiento de un miembro. Todo el dispositivo que rodea al smartphone tiene el poder de entumecer uno de nuestros elementos más importantes: la voluntad.

Lo último a este respecto ha sido la moda de la red social BeReal. Su funcionamiento, grosso modo, es sencillo: la aplicación te envía un mensaje diario cuando a ella le apetece diciéndote que tienes tan solo dos minutos para hacerte una foto y subirla. La foto estará disponible durante 24 horas. Para poder ver las fotos de los demás estás obligado a compartir tu foto. La aplicación, de este modo, te dice cuándo y dónde tienes que hacer la foto. De esta forma, el dispositivo, a través del smartphone, consolida su relación de poder, ampliando su capacidad de disponer del sujeto.

El cambio de paradigma al que apunta esta plataforma es una vuelta de tuerca más hacia una narcolepsia mental en la que no precisamos estar dormidos para soñar que nosotros somos los que disponemos.

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