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«Los europeos que se unieron a ISIS son los fantasmas vivos del califato»

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Jesús Umbría
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26
marzo
2021

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Jesús Umbría

«El epílogo del califato acaba de empezar y el camino de vuelta de sus habitantes marcará la política, las relaciones diplomáticas y la seguridad de los tiempos venideros». Con estas palabras, la periodista Pilar Cebrián (Zaragoza, 1985) introduce al lector en los entresijos de los europeos que, con el auge de Dáesh, marcharon a Siria e Irak a luchar por el Estado Islámico. Como única extranjera que ha entrevistado a los prisioneros yihadistas occidentales encerrados en Irak, tiene un punto de vista único de estos ciudadanos de la Unión de los que poco se habla. Al otro lado del teléfono reconoce que, cuando se enfrentó a las entrevistas que culminaron en su último libro, ‘El infiel que habita en mí’ (Ariel), se esperaba otro tipo de mirada. «Eran prisioneros de mi generación, incluso más jóvenes, que también son occidentales, han nacido y crecido en Europa, han ido al instituto con chicas, han salido de fiesta, han tenido novias y relaciones sexuales… No fue un gran obstáculo el que yo fuese occidental, porque nos entendíamos perfectamente y las conversaciones fueron incluso fluidas», reconoce.


El infiel que habita en mí habla sobre los europeos que se fueron al califato del autoproclamado Estado Islámico. ¿Qué caracteriza a todos esos hombres y mujeres que abandonaron Occidente para hacer la yihad?

Todos los prisioneros que entrevisté sufrieron el proceso de radicalización en un momento de crisis vital: ninguno de ellos estaba satisfecho con su vida, ni su vida estaba transcurriendo con éxito. Es un tópico, pero ahí empieza todo. El 70% de los entrevistados son descendientes de inmigrantes de origen musulmán, el 30% son conversos, y entre estos dos grupos se observan distintas motivaciones. Los descendientes de inmigrantes tienen muy adherido el conflicto identitario, esa percepción de que Europa tiene una guerra contra el islam o que los musulmanes son repudiados en el continente. Es lo que ha agudizado un enfado que les ha llevado a buscar en la propaganda del Estado Islámico una salida. Siempre se hace de manera online, en perfiles de YouTube o de Facebook, o en canales de Telegram donde se hablaba de religión, pero poco a poco se iba introduciendo la violencia y la posibilidad de migrar a Siria o Irak. En ese momento ya están, digamos, sumergidos en esta nueva doctrina ligada a una organización terrorista, y ahí es cuando culmina el proceso de radicalización y llega el detonante que les hace marcharse. Al final, es un tema identitario: finalmente deciden ser musulmanes de primera en lugar de belgas de segunda.

«Los focos de detención en Siria e Irak son la preparación del próximo califato»

«La filosofía yihadista responde a cuestiones innatas del ser humano que la sociedad de hoy no se atreve a plantear», escribes en tu libro. Pero ¿qué cuestiones exactamente pudieron llevar a los europeos a convertirse en combatientes en Siria o Irak?

Más allá de la cuestión identitaria, encontramos la de la espiritualidad. En el mundo occidental, sobre todo en Europa, el secularismo ha alcanzado su punto álgido en tanto en cuanto que se ha desligado completamente el Estado de la religión. Lo que sobre todo he visto en Francia y lo he escuchado de yihadistas franceses es que parece que la espiritualidad no tiene cabida. La aspiración de trascendencia o la vida post mortem son cuestiones muy humanas, filosóficas, innatas en nosotros, pero parece que la sociedad de hoy no las quiere ni siquiera afrontar. Europa no responde a las preguntas que lanza la espiritualidad, y tampoco quiere preguntar. En el caso de algunos franceses, especialmente los descendientes de inmigrantes musulmanes que tienen la religión como una cuestión identitaria muy fuerte, entraban en conflicto: hablaban mucho sobre el tema del velo, por ejemplo, que percibían como un tema identitario. Te repetían mucho lo de «a mi prima o a mi hermana no le dejan llevar el velo para trabajar en lugares públicos, ¿cómo es esto posible?». Ese conflicto surge al percibir el rito como identidad, y al no entender que la base sólida de Europa se ha alejado mucho de la religión. Y hago referencia a Francia porque, así como en otros países de Europa simplemente se ha implantado la no religión, parece que allí hay una especie de dictadura del laicismo. Muchos franceses me decían que hay una ridiculización de todo lo espiritual y esto –aunque en otras religiones no haya afectado tanto– hace que para algunos musulmanes surja el conflicto, especialmente ahora que perciben un momento de vulnerabilidad histórica en un contexto como el europeo y, además, sienten que su religión es su identidad.

También hubo europeas que se alistaron en las filas del ISIS. En tu libro hablas de Yolanda Martínez o Romina Martín, pero no fueron las únicas. ¿Qué lleva a estas mujeres a dejar atrás sus libertades y derechos y buscar cobijo en un sistema como el del grupo terrorista, en el que ellas no cuentan?

El caso de las mujeres atiende a una cuestión muy personal: son vidas truncadas. Romina o Yolanda eran carne de cañón: Romina por una situación familiar totalmente desestructurada, con un padre que tiene problemas y con una inestabilidad en casa muy fuerte. En el caso de Yolanda, es esa propia personalidad que ha desarrollado, que no encuentra el fin o el objetivo de su vida, se siente un poco a la sombra de todo el mundo, es una persona muy vulnerable… Para Yolanda, su marido se presenta como un salvador. Romina es un poco al revés: busca desesperadamente un marido en internet que la saque de una situación que le está amargando la vida. Es muy paradójico que en el siglo XXI haya mujeres europeas que se metan en el ISIS, pero coincide con el momento de la historia en el que nos encontramos: el de las grandes paradojas de los movimientos revisionistas en los que, de repente, surgen los tribalismos, los nacionalismos y toda una serie de valores, de ideologías y de doctrinas que son de otra época y se intentan repetir con una perspectiva actual. Es absolutamente contradictorio, incluso antagónico. Pero hace falta realizar un análisis profundo: la gran pregunta siempre es cómo unos europeos que viven en la comunidad política más próspera del mundo toman esta decisión. Parece que dentro de esta comunidad tan próspera también hay gente que sufre, personas que no están adaptadas, hay fallos en el sistema y perdedores que acaban recurriendo al radicalismo.

¿Se está haciendo suficiente autocrítica en Europa?

No, este tema se está escondiendo debajo de la alfombra. Lo que se intenta es que ni se sepa cuántos fueron al ISIS ni qué ha sido de ellos ni dónde están, ni qué les pasará.

Frente a los 1.390 franceses que se cree se unieron a Estado Islámico, el número de españoles es prácticamente anecdótico: 248 personas. ¿A qué se debe que este fenómeno de emigrados al ISIS no haya cuajado en España de la misma manera que en el país vecino?

El principal motivo es que no somos una potencia económica equiparable a Francia u otros que han visto tantos nacionales partir al Estado Islámico. La radicalización yihadista es un síntoma de las flaquezas, pero también de las fortalezas de un país. Es decir, que haya mucha radicalización significa que hay muchos descendientes de comunidades de inmigrantes de origen musulmán, personas que fueron a ese país a mejorar su vida. En otras palabras, este fue un foco de atracción de inmigración económica. En España eso lo hemos presenciado en los años 2000 con algunos países de Latinoamérica, pero en lo que concierne a las comunidades de inmigrantes musulmanes estamos todavía en la primera o en la segunda generación, y los verdaderos problemas se encuentran en las terceras generaciones. Por otro lado, creo que –no sé si, a lo mejor, inocentemente– en España la convivencia de nuestra cultura con la árabe y musulmana es mejor que en otros países de Europa, por una cuestión de proximidad, de historia, de cultura de sur. Por último, la política que aplicó la policía española cuando se empezó a ver que los radicalizados que se desplazaban a un conflicto bélico era realmente un fenómeno, se basó en detener. Se aplicó una medida preventiva: en cuanto se daban los primeros signos de que había alguien que estaba construyendo propaganda de migración en internet o planificando el viaje, se les detenía. Otros países de Europa optaron por dejarles marchar y que murieran en combate. El hecho de que España hiciera muchas detenciones redujo el número de combatientes terroristas extranjeros, a pesar de que también hubo gente que no merecía ser detenida…

«Europa quiere que la opinión pública y los medios de comunicación se olviden del califato»

Ahora, pasados los años, parece que se ha invisibilizado esta realidad de que, una vez derrotado el ISIS, sigue habiendo ciudadanos europeos que viajaron miles de kilómetros para combatir en nombre del califato. 

Son los fantasmas vivos del califato y, de momento, casi todos están recluidos en los focos de detención de los que hablo en el libro, en Siria e Irak. Los que han regresado ha sido por sus propios medios, de manera clandestina, antes de 2017, que es cuando surge el cambio de políticas de Europa. La mayoría de los hombres han entrado en prisión; en el caso de las mujeres, algunas sí, algunas no. Entrevisté a un retornado belga que estuvo en Siria solamente seis meses, y ni siquiera se unió al Dáesh, sino que combatió junto a una brigada salafista yihadista de la que luego desertaron muchos combatientes a Al-Nusra –que pertenecía a Al Qaeda– y luego al ISIS. Se trataba de una brigada embrionaria de lo que eran los europeos en los frentes bélicos de Siria. A esta persona le decepcionó el proyecto y, como tenía a su mujer y a su hijo en el norte de Bruselas, volvió a casa. Estuvo un tiempo en prisión y ahora ha salido: ha colaborado con la justicia y ha tenido ventajas por ello. Aún así, sigue cargando con el estigma, porque el terrorismo es un crimen imperdonable que nunca se olvida. Él consiguió un empleo después de salir de prisión y, aunque la respuesta por parte de su jefe ha sido buena, ha tenido problemas con sus compañeros cuando la plantilla de su empresa se enteró de que era un retornado.

Como cuentas, los retornados no son bienvenidos en Europa, pero ¿cómo crees que debería afrontarse, desde la UE, su posible vuelta a casa?

Lo más conveniente, no solamente por una cuestión de derecho humanitario o por los procesos penales, sino también para la propia seguridad de la Unión Europea, es que se hagan repatriaciones organizadas de los nacionales que hay en Siria e Irak. Los focos de detención en esto países, muy lejos de ser la panacea, son el futuro Abu Ghraib y las universidades de yihadistas: la preparación del próximo califato. No solo está habiendo fugas de prisioneros, sino que están en contacto con miembros de la organización terrorista en el exterior y se están fraguando unos vínculos muy importantes con yihadistas de otras regiones geográficas. Es un problema que se está dejando ahí porque lo que realmente quiere la política europea es que tanto la opinión pública como los medios se vayan olvidando del califato y que esa gente vaya, poco a poco, muriendo allí. Lo que pasa es que va a ser complicado que ocurra: los carceleros de los yihadistas son aliados de la Unión Europea y de vez en cuando van exigiendo que se repatrie a los prisioneros por su peligrosidad para el propio país. Y también cuesta dinero. Pero, tanto por seguridad como por derecho humanitario, deberían volver. Y cuando hablo de derecho humanitario me refiero a los niños que han nacido en el califato, que ahora mismo están creciendo y desarrollándose allí, y que tarde o temprano volverán a nuestras fronteras. A nadie le interesa que sigan conviviendo con esas personas, que sigan sufriendo problemas de nutrición, de hambre, de escolarización, no saben leer ni escribir con trece o catorce años… hay que sacarlos de ahí cuanto antes.

¿Han sufrido también los niños ese proceso de radicalización?

No veo ningún tipo de radicalización en un niño. Para radicalizarte hace falta voluntad y estos niños no han tomado ninguna decisión: o bien han nacido en el califato o bien han seguido a sus padres a un viaje que no sabían hacia dónde les llevaba. La radicalización no es solamente estar acostumbrado a un nivel de violencia alto, es hacerlo con convencimiento. Sí, hemos visto vídeos de propaganda en los que había niños protagonizando ejecuciones. Sí, hemos visto que había entrenamientos. Pero la sensación que tengo es que ha sido algo más de marketing que real. No creo que ninguno de esos niños y adolescentes –de hasta 13 o 14 años–representen ninguna amenaza para la Unión Europea, pero interesa que parezca que sí, porque si se trae a los niños hay que traer a las madres. Por una cuestión de convenio internacional no se les puede separar. Si la opinión pública realmente reclama que esos niños inocentes salgan de ahí rápido, los mandatarios van a tener que enfrentarse a repatriar a sus madres también.

En tu libro narras las historias de seis de estos europeos que se unieron al califato. ¿Crees que es posible reengancharse a la sociedad occidental después de haber pasado por las filas de un grupo terrorista?

Sí que creo que es posible la desradicalización en las personas que he entrevistado. A mí me ha llamado mucho la atención la juventud de los prisioneros con los que he hablado. El fenómeno del califato dentro de Europa ha afectado de una manera muy destacable a los jóvenes, y además a personas muy ignorantes en el aspecto islámico y teológico. Y creo que son rehabilitables precisamente por eso. El hecho de que hayan sido sus fracasos, que sus vidas estabas descarriadas o que no se sentían satisfechos con ellas lo que les ha radicalizado, más que la propia ambición de un mundo gobernado por la sharia, es lo que me hace ver que la religión ha sido un pretexto. Eso sí, algo que me ha llamado la atención y he visto en las cárceles de Amberes es que en los procesos de desradicalización abandonan la violencia, pero mantienen una fe muy estricta. Pero es posible que dejar la violencia y que sean compatibles con los sistemas en los que vivimos.

«Para radicalizarse hace falta voluntad, y los niños del ISIS no han tomado ninguna decisión»

El califato de Estado Islámico es uno de los episodios negros de una región que lleva varias décadas sufriendo. Contaste sobre el terreno la revolución egipcia, y parece que desde entonces Oriente Próximo no levanta cabeza. ¿Cómo valoras los resultados de las primaveras árabes una década después? 

Los procesos de apertura y democratización son largos. No sé si han fracasado las primaveras árabes, pero se percibieron de una manera muy ingenua. El discurso que predominó en ese tiempo en que se dieron las revueltas árabes fue el de la prensa occidental que creía que por quitar a los dictadores iban a entrar los pacificadores. Pero eran dictadores que tenían entre rejas a un montón de grupos que habían sufrido la represión durante décadas, con la colaboración de nuestros países, y hubo muchas ansias de venganza. Era obvio que la revolución iba a culminar en una guerra, porque esos dictadores no se habían mantenido en el poder de cualquier manera. Esta situación de inestabilidad ocurre, de manera generalizada, porque son países de un gran interés para las principales potencias del mundo: tienen energía, tienen mano de obra muy barata –en el caso de Turquía o Egipto–, unas reservas de gas y de petróleo muy interesantes… y las guerras dan muchísimo dinero. Al final, ¿por qué no se encuentra una estabilización, por qué el norte y el sur no se aproximan en derechos y en libertades? Porque para que esos países estuvieran mejor, nuestros países tendrían que estar peor.

¿Y por qué está costando tanto instaurar regímenes democráticos?

No hay tradición ni historia democrática. Si ya de por sí es difícil, además hay pobreza. Es una cuestión de que no hay una base suficientemente culta o educada en una población que, en general, es muy manejable. Son dictaduras que han funcionado con el apoyo de Occidente: son tierras muy ricas que no interesa que se repartan de una manera equitativa. Esta es la realidad subyacente en todo lo que ocurre en la región.

Tras diez años del inicio de la guerra en Siria seguimos viendo un país devastado, pero también hay conflictos abiertos en Yemen, en Gaza y Cisjordania… ¿Cómo ves el futuro de la región?

No puedo contestar esa pregunta, pero veo un avance muy imparable de Irán en toda la zona, especialmente comparado con cuando empecé a trabajar allí en 2011. Ahora mismo, Irán está presente en absolutamente todas las guerras con fuerzas proxi o con sus propias legiones. Está pasando en Irak, por ejemplo, pero también en Siria. El futuro es el dominio cada vez más notable de Irán en la región.

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