Sociedad

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para ser parte de un grupo?

Durante siglos hemos intentado dar con el origen de los extremismos. Experimentos sociales como el de ‘La Tercera Ola’, llevado a cabo en 1967 por el profesor de instituto Ron Jones con sus propios alumnos, sirvió para demostrar que el simple hecho de pertenecer a un grupo provoca una sensación de identidad y, por tanto, una tendencia a la división.

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03
enero
2022
Fotograma de ‘La Ola’. Fuente: Youtube

El 3 de abril de 1967 fue un lunes completamente normal. Los atascos de las grandes ciudades enlentecían a los trabajadores, los carteros repartían el periódico a primera hora de la mañana y los estudiantes cruzaban el umbral de sus colegios con una mezcla de ilusión por ver a sus compañeros y hastío por tener que pasarse horas sentados frente a una pizarra. Ese clima de jolgorio juvenil reinaba en el Instituto Cubberley de Palo Alto (California), donde aquel insulso lunes marcaría un punto de inflexión en la historia de la psicología.

El profesor Ron Jones quiso entonces explicar a sus alumnos lo que sucedió durante el Holocausto, pero sentía que una simple descripción sacada de un libro no iba a ser suficiente para que los jóvenes llegasen a comprender adecuadamente la magnitud del exterminio judío a mano del partido nazi. Por eso ideó un pequeño experimento: inducir un clima supremacista en el propio centro escolar. 

‘La Tercera Ola’: experimento de cinco días, legado de 50 años

El primer día del experimento tuvo lugar ese 3 de abril y consistió en introducir pequeños cambios encaminados a aumentar la disciplina de la clase. Los alumnos debían entrar en el aula en menos de treinta segundos. Después, tenían que permanecer en silencio durante toda la hora salvo si tenían dudas, en cuyo caso era necesario levantarse y formular una pregunta breve que incluyese las palabras «señor Jones». Cuando sonase la segunda campana, podrían salir del aula. ¿El resultado? Un aumento del rendimiento.

El martes, Jones mantuvo esa actitud autoritaria e incorporó una novedad: un identificativo. Todos los alumnos de la clase de historia pasarían a ser miembros de ‘La Tercera Ola’. Jones escogió estas palabras porque, según la creencia popular, la tercera ola es siempre la más fuerte en el mar. Así, este no resultaba un nombre cualquiera: había asociados ciertos atributos deseables como la robustez, la disciplina y la unidad. 

‘La Tercera Ola’ sirvió para demostrar que el hecho de pertenecer a un grupo provoca una sensación de identidad que tiende a la división

Además de crear este movimiento, también inventó un saludo secreto para los alumnos de historia pertenecientes al grupo y les sugirió utilizarlo no solo al entrar en clase, sino también al encontrarse en los pasillos, otras aulas, la cafetería o incluso fuera del centro. Todos acataron estas reglas de buena gana y, al día siguiente, ‘La Tercera Ola’ había adquirido tanta popularidad en el instituto que 13 alumnos solicitaron cambiarse de clase para pertenecer al exclusivo club de Ron Jones. 

Los ahora 43 alumnos de la clase eran brillantes y destacaban sobre el resto. Sacaban buenas notas, atendían, participaban en los debates y estaban motivados. Querían aprender y, de paso, divertirse siendo parte de algo más grande que ellos mismos. Para premiar ese compromiso, Jones entregó a los alumnos una tarjeta de miembros de ‘La Tercera Ola’ y les asignó diferentes tareas. Algunos tenían que diseñar un logo, otros tenían que asegurarse de que nadie ajeno al movimiento entrase en el aula y unos pocos debían captar nuevos miembros siguiendo unas directrices muy rigurosas. Además, todos ellos debían asegurarse de que se cumplían las normas grupales informando si había algún insurrecto. A última hora del miércoles, se habían cuadriplicado los integrantes.

Durante siglos, la psicología se ha preguntado qué hace que una persona rompa deliberadamente su brújula moral

Llegó el jueves, cuarto y penúltimo día del experimento, y Jones comenzó a perder el control sobre sus alumnos, que estaban tan comprometidos con la causa que habían comenzado a discriminar y atacar a otros compañeros. Les explicó entonces que ‘La Tercera Ola’ pertenecía a un movimiento nacional en Estados Unidos y que un alto cargo iba a anunciar al día siguiente la existencia del mismo. Todos los alumnos debían asistir sin falta al centro al día siguiente para presenciar el anuncio.

El 7 de abril, los alumnos de la clase de historia se congregaron ansiosos por la inminente revelación del movimiento nacional. Mientras esperaban, gritaban incesantemente «¡Fuerza a través de la disciplina! ¡Fuerza a través de la comunidad! ¡Fuerza a través de la acción!», pero cuando el profesor encendió la televisión la euforia cesó. Una señal estática con un molesto ruido blanco emanaba del aparato, y Jones finalmente les explicó que habían sido participantes involuntarios de un experimento sobre el nazismo.

Lo que ocurrió durante esa semana supuso una valiosa lección para los más de 200 jóvenes que fueron partícipes del experimento, pero también para la sociedad, ya que los apuntes de Ron Jones han trascendido hasta nuestros días recreándose en el cine, teatro y literatura, la película La Ola la obra más popular. Sin embargo, más allá del valor cultural, cabe preguntarse qué moraleja moral podemos extrapolar de lo ocurrido en aquel sencillo instituto en 1967.

Pertenencia grupal y movimientos extremistas

Durante siglos, la psicología se ha preguntado qué hace que una persona rompa deliberadamente su brújula moral o, en palabras menos metafóricas, cuál es el origen de los extremismos. Las primeras teorías aludían a determinantes internos, destacando la personalidad autoritaria de Theodor Adorno, el filósofo alemán de origen judío que defendía la existencia de una serie de rasgos que predisponen a los hombres a adoptar ideologías antidemocráticas. Sin embargo, este tipo de hipótesis que sitúan la responsabilidad en factores individuales han sido descartadas progresivamente.

En la actualidad, la psicología social es la que más peso tiene a la hora de explicar el origen del extremismo ideológico, ya que los factores contextuales son clave para entender por qué actuamos cómo actuamos, independientemente de si dicho comportamiento encaja dentro de la moralidad o bien se aleja dramáticamente de ella.

De todos los planteamientos de la psicología social, hay uno que ilustra a la perfección lo que Ron Jones demostró de forma práctica mediante su experimento: el paradigma del grupo mínimo de Henri Tajfel, desarrollado en 1970 en un intento de entender la conducta discriminatoria. Se llevó a cabo en dos etapas. En la primera, se seleccionó a un gran número de participantes divididos en dos grupos de forma aleatoria, o bien lanzando una moneda, o bien haciéndoles una pregunta completamente trivial. Eran anónimos, no se conocían entre sí y no podían utilizar ninguna etiqueta identificativa.

Para luchar contra el extremismo, la psicología social tiene una estrategia clave: generar un pensamiento colectivo

En la segunda, Tajfel creó una tarea de distribución de recursos, concretamente de dinero. Cada persona debía asignar dinero a otro participante, sin saber su nombre. Solamente figuraba el número y el grupo al que pertenecían los demás miembros del experimento en una lista, y debía escoger libremente. Al finalizar la tarea, se le explicaba a cada participante que recibiría el dinero que el resto le hubiese asignado.

Como resultado, Tajfel descubrió que todos los participantes del grupo A asignaron dinero a otros participantes de su mismo grupo, produciéndose el mismo fenómeno en el grupo B. Surgió así un favoritismo endogrupal y una discriminación exogrupal basados únicamente en el sentido de pertenencia. No se conocían, no ganaban nada por asignar dinero a unos o a otros, pero prefirieron premiar a sus anónimos compañeros.

Este experimento evidenció que el simple hecho de ser miembro de un grupo provoca una sensación de identidad y, por tanto, una tendencia a la división. El paradigma del grupo mínimo se ha replicado con contenido ideológico, por ejemplo, segmentando a los participantes en ‘inmigrantes’ y ‘no inmigrantes’; o ‘mujeres’ y ‘hombres’ en vez del neutral ‘grupo A’ y ‘grupo B’. En estas variantes del experimento inicial, la segregación grupal y el pensamiento extremista a favor del endogrupo aumentó radicalmente.

Han pasado más de 50 años desde el experimento de ‘La Tercera Ola’ y los movimientos extremistas no solo no se han reducido, sino que han aumentado en adeptos, visibilidad e influencia. Para luchar contra ellos, la psicología social tiene una estrategia clave: generar un pensamiento colectivo. En otras palabras, identificarnos con un criterio que sobresalga a la propia identidad de grupo. Los merengues y los culés pasarían a ser hinchas del fútbol, los fans de Marvel y de DC pasarían a ser cómic-adictos y los que prefieren la tortilla con patata frente a los que le añaden cebolla pasarían a ser entusiastas de la gastronomía española. Aunque ni todos los gustos o ideologías son reconciliables, ni todos los extremismos nacen de la identificación grupal, quizá es un buen punto de partida vernos como parte de una sociedad y no solo de un aislado endogrupo.

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