Sociedad

Recicla, protégete, reinvéntate… ¿Exigimos demasiado a la responsabilidad individual?

Frente al difícil escenario de la pandemia y la crisis ambiental, la importancia de las acciones de cada ciudadano está en boca de todos. Sin embargo, el impacto de nuestras acciones no solo depende de la naturaleza de cada cual, sino de sus circunstancias.

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01
diciembre
2021
Physical distancing in public background illustration

Recicla. Reduce el consumo. Elimina los plásticos de tu vida. Emprende. Reinvéntate. Recíclate para tener un trabajo mejor. ¿Le suenan todas estas consignas? Desde hace treinta años, tanto instituciones públicas como privadas llevan emprendiendo una cruzada de modelización del individuo en función de constantes emergencias o necesidades de la sociedad, desde la medioambiental hasta la educación, el trabajo o, en estos años duros, la «responsabilidad individual» de cada ciudadano en la pandemia del coronavirus. Si bien es evidente que los actos de cada persona influyen en el resultado final (y colectivo) de los acontecimientos, es legítimo preguntarse si no existe un abuso moralista por parte de quienes ostentan el poder sobre el individuo. ¿Hasta qué punto nuestras decisiones particulares son decisivas para el bien común?

Partamos de algo esencial: la sociedad no existe. No existe porque no tiene entidad propia. Usted sí la posee, la taza de la que toma café también, pues está compuesta de distintas moléculas que también existen. No hay ninguna cosa que, en sí misma, sea la sociedad. Lo social, por tanto, es colectivo: un conjunto determinado por personas individuales que, en este caso, sí que existen. Como ya no sólo nuestro microcosmos humano, sino todo el universo, el valor de nuestros actos como individuos resulta trascendental, siempre dentro de nuestros propios límites circunstanciales.

Si quien puede imponer medidas las toma equivocadas, provocará un contexto desfavorable para la responsabilidad individual

En otras palabras, cuando elegimos no usar una bolsa de plástico para cargar la compra diaria contribuimos a no consumir un material que contamina nuestro planeta más que otros, pero con ello solo vamos a aportar nuestro granito de arena al contexto, un esfuerzo que por sí mismo resulta tan diminuto que no tiene dimensión en sus efectos sobre la reducción total de la contaminación (al menos, en este ejemplo).

Hay otra cuestión: el impacto de nuestras acciones depende no solo de la naturaleza de cada cual, sino de sus circunstancias. No es lo mismo ser un ciudadano de a pie que dirigir una empresa multinacional. Tampoco lo es vivir en un país del primer mundo que en uno más pobres. Las circunstancias no nos limitan (podemos obrar igual en un contexto u otro, ya que la acción depende en origen de nosotros mismos), pero nos contextualizan.

Con el difícil escenario de la pandemia, ahora se habla más que nunca de la responsabilidad individual. Aunque si bien es trascendental para frenar los contagios, también está enmarcada por dos factores: el grado de reflexión de los ciudadanos y el contexto marcado por las autoridades. Obviamente, cuanto menos consciente se es de la realidad que nos toca vivir más imprudencias se cometerán. Y también es obvio que, si quien puede imponer medidas las toma equivocadas, estará provocando un contexto desfavorable para la efectividad de la responsabilidad individual, produciendo así que los efectos de nuestros actos pierdan valor.

Frente a la manipulación, la mejor herramienta es la reflexión

Después está el valor de la conjunción. Cuando la multitud se une, para bien o para mal, a la hora de poner su granito de arena para apoyar una cuestión, incluso en los contextos circunstanciales más atenuantes del alcance de nuestros actos individuales, esa multiplicidad de esfuerzos sí puede tener efectos determinantes. Es el conocido poder de las masas, la esperanza del oprimido y el motor de la práctica totalidad de las revoluciones. Sin embargo, el carácter habitualmente volátil de las masas suele ser un arma de doble filo: donde la solidaridad impera en un momento dado, en otro puede ceñirse la barbarie. Basta recordar los ejemplos de los voluntarios de toda Europa que marcharon a Grecia durante la crisis de refugiados sirios en 2015, como caso de apoyo mutuo, o la fiebre del oro californiana del siglo XIX, como ejemplo, en este caso, de enajenación colectiva promovida por la codicia.

Quien tiene más poder es también más responsable

Por esta tendencia desorganizada de los conjuntos humanos, sobre todo cuanto más heterogéneos son, la figura del líder (o al menos del poderoso) resulta clave para promover la acción común en un sentido positivo o negativo. En nuestro momento histórico actual, esa responsabilidad, más que sobre determinadas figuras, recae sobre instituciones y colectivos, y la tentación de utilizar esa influencia para dirigir a nuestros semejantes casi siempre suele transmutar de la idea al deseo. Y del deseo a la acción. La manipulación colectiva es uno de los grandes riesgos que vive la humanidad, amplificado con el constante acceso a los datos a través de las nuevas tecnologías. Frente a ese peligro, la mejor y más imbatible herramienta que poseemos es la reflexión y el pensamiento que nos son innatos.

Quien tiene más poder también posee mayor responsabilidad. No puede exigirse al individuo un comportamiento ejemplar, incluso si es indispensable que también lo practique, mientras en los sectores que más pueden hacer por la educación, por el clima o por el bienestar en la salud pública, por nombrar algunos factores cotidianos, no lo hacen o se limitan a hilvanar sucesivas cumbres o reuniones mientras el modelo de consumo, de producción y de convivencia permanecen inalterables. La primera de las responsabilidades individuales es política. Sólo todos los agentes sociales unidos podrán resolver los retos que acucian nuestro planeta, nuestras vidas y nuestra civilización.

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