¿Hay espacio para el optimismo climático?
El ‘Green New Deal’ ha dejado de considerarse una propuesta radical en Estados Unidos. Mientras, en Europa, las políticas verdes despegan con los planes de recuperación. Tras la COP26, ¿podemos ser aún optimistas?
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Según el último informe del IPCC, «es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra». Como relata Lawrence M. Krauss en El cambio climático. La ciencia ante el calentamiento global, la época actual no tiene precedentes en la historia registrada del CO2 atmosférico del planeta durante casi el último millón de años. El inicio de este aumento de emisiones coincide con el de la era industrial moderna, y su ritmo creciente coincide con el consumo mundial de combustibles fósiles. Este cambio cuantitativo –y cualitativo– en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) es, por tanto, el que está provocando el aumento progresivo de la temperatura de la superficie terrestre (en estos momentos, por encima de un grado respecto a la era preindustrial). Los datos a fecha de hoy son indiscutibles, con el agravante de que todavía ahora seguimos aumentando las emisiones: en este siglo vamos camino de duplicar la concentración de CO2 desde 1750. Es decir, en 200 años habremos emitido el doble de CO2 del que ha existido en la atmósfera terrestre durante la mayor parte del registro geológico.
La buena noticia, y la conclusión más relevante de los científicos, es que el rápido y reciente aumento de la temperatura se detiene también rápidamente en cuanto cesan las emisiones. La mala noticia, sin embargo, es que la temperatura alcanzada hasta que llegue ese momento –ya sean uno, dos o tres grados centígrados– no disminuirá apreciablemente durante los siguientes 1.000 años a pesar de la (posible) disminución de las concentraciones de CO2. A menos, claro, que dispongamos de una innovación tecnológica que consiga eliminar el CO2 que ya hemos aportado a la atmósfera y que se almacena en la tierra y los océanos.
En 200 años habremos emitido el doble de CO2 del que ha existido en la atmósfera terrestre durante la mayor parte del registro geológico
Las consecuencias derivadas de esta situación son inquietantes, pues a pesar de la hipotética detención de emisiones estos cambios serán inamovibles a largo plazo. Así, los océanos continuarán calentándose muchos siglos después de que haya cesado la causa del calor adicional; la dilatación térmica del agua oceánica causada por el aumento de la temperatura provocará que el nivel del mar siga subiendo; los patrones mundiales de precipitación continuarán alterados con impactos significativos a escala regional mucho tiempo después de que disminuyan o cesen las emisiones; y el casquete glacial en Groenlandia y la Antártida se verá alterado con pérdidas de masa de hielo –en el caso de Groenlandia el casquete se está fundiendo de manera acelerada– que redundarán en el impacto sobre el aumento del nivel del mar.
Aparte de estos cambios previstos, los científicos contemplan también los efectos derivados de lo que denominan ciclos de «realimentación no lineal»: en determinadas circunstancias, un pequeño cambio puede provocar efectos de crecimiento exponencial imprevisibles. Un concepto que, además, está relacionado también con los tipping points: puntos de no retorno o puntos de inflexión que deberíamos evitar activar, pues una vez en marcha las desestabilizaciones que provocan –en la barrera de hielo de la Antártida, en los ecosistemas, en las masas forestales, en el permafrost siberiano– podrían convertirse en irrevocables y devastadoras.
Hablar de optimismo climático ya no puede significar aspirar a revertir la situación para volver a la casilla de salida previa a la era industrial
Desde el reconocimiento comprobado de esta situación, hablar de optimismo climático ya no puede significar aspirar a revertir la situación para volver a la casilla de salida previa a la era industrial, porque esto ya no parece posible. Tal vez no podamos ya evitar lo inevitable, pero sí que aún podemos retrasarlo a fechas más allá de este milenio, y hacerlo reduciendo o desactivando el número de posibles tipping points, así como sus efectos, profundizando en bases científicas, en innovaciones tecnológicas y en políticas públicas transformadoras que ofrezcan nuevas oportunidades y soluciones a los desafíos y problemas climáticos ya evidenciados. Los nuevos «pactos verdes» impulsados tanto en Europa como en Estados Unidos, o la construcción de una «civilización ecológica» china, así como los tímidos logros alcanzados en la COP26 de Glasgow, van en esa dirección, pero están avanzando a marcha lenta. En la Cumbre de la Tierra de 1992, los niveles de mitigación para no superar los 2ºC se podrían haber conseguido mediante este tipo de «cambios evolutivos» que ahora están implementando los gobiernos. Pero hoy, después de décadas de inactividad y ante una emergencia climática real, la mitigación exige «cambios revolucionarios». La nueva evidencia es que ahora las acciones moderadas no conducirán a resultados moderados, sino a resultados catastróficos. Nuestro optimismo básico debería partir de aquí.
Àngel Castiñeira es Director de la Cátedra de Liderazgo y Sostenibilidad de Esade.
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