Diversidad

Somos (y seremos) una sociedad envejecida, ¿y ahora qué hacemos?

Actualmente podemos reconocernos ya como un país envejecido y, sin embargo, apenas tomamos medidas para favorecer la convivencia y el desarrollo de los ciudadanos de mayor edad. Las soluciones a aplicar deben reconocer, cuanto antes, la sociedad diversa y abierta que constituimos.

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02
noviembre
2021

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El envejecimiento de la población es un tema recurrente desde hace tiempo en todo tipo de foros. Somos ya una sociedad envejecida, aunque desde muchas instituciones y organizaciones las decisiones se toman aún como si fuéramos una sociedad en crecimiento. Nos cuesta creernos lo que somos y lo que seremos; y ejercemos responsabilidades políticas y desempeños profesionales como si no fuéramos ya una sociedad longeva. No se han aplicado en la práctica aun las prospecciones demográficas que venimos anunciando hace tiempo. Es imprescindible analizar ya en qué punto estamos en cuanto al envejecimiento y qué es necesario modificar sin demora.

Como individuos debemos comprender y mentalizarnos que desde que nos jubilemos tendremos 20, 25 o 30 años de vida por delante para, así, tomar las decisiones que nos competen a cada uno, haciéndonos responsables de nuestra vida. También la sociedad debe dar respuestas a esta realidad, desde la justicia y el reconocimiento de la dignidad hasta el respeto a las trayectorias y al curso de vida de cada ciudadano, priorizando y destinando los recursos necesarios. Por eso debemos decir no al actual edadismo y al ‘autoedadismo’, tanto al ejercido por familiares, profesionales y medios de comunicación, como al que llega desde el ámbito institucional y administrativo.

Hemos hablado de estos temas en los Diálogos sobre Envejecimiento, celebrados en Santiago de Compostela, con la vista puesta en el proyecto de perspectiva España 2050. Entre las muchas ideas que se han expuesto es posible destacar la necesidad de optimizar el envejecimiento activo y saludable, prevenir y minimizar el envejecimiento prematuro con oportunidades de salud, de seguridad, de aprendizaje, de participación y construcción social; oportunidades de vida y relaciones significativas, así como oportunidades de carácter diverso e inclusivo que favorezcan que sus protagonistas, los ciudadanos mayores, tengan un papel activo en su diseño, desarrollo y valoración. También debemos desarrollar un sistema de cuidados y apoyos de larga duración para aquellas personas que los necesiten.

El sector de los apoyos y cuidados se debe revalorizar y financiar para garantizar salarios dignos, acordes a la responsabilidad e importancia de su función

Para lograrlo contamos con muchos elementos positivos. Tenemos, de hecho, una larga trayectoria de políticas gerontológicas que fueron exitosas en su momento, pero que han de adaptarse a las personas mayores de nuestra sociedad longeva y compleja: a sus valores, características y expectativas, a las nuevas formas de relacionarse, de convivir y de envejecer en casa, con otros proyectos vitales, intereses y competencias. Deben ampliarse a todos los ámbitos, y no solo a los servicios sociales, de dependencia, sanidad o de pensiones, sino incluir todos los ámbitos que nos afectan: cultura, educación, transporte, comercio, vivienda; todos han de ser analizados y mejorados para favorecer su uso a los ciudadanos de más edad.

Somos una sociedad diversa y abierta con iniciativas plurales y movimientos asociativos, con una creatividad que debemos desarrollar para dar respuesta a nuevos servicios, entornos y modos de trabajar. Se tendrán que generar muchos –y mejores– empleos en este ámbito. Ello no será posible sin la capacitación y participación de muchas personas no nacidas aquí, pero dispuestas a vivir con nosotros y a trabajar en un sector, el de los apoyos y cuidados, que se debe revalorizar y financiar para garantizar salarios dignos, acordes a la responsabilidad e importancia de su función social. Y también deberemos nosotros, con una mentalidad abierta, acoger y ayudar a integrarse a estas personas, imprescindibles para completar nuestra pirámide poblacional y continuar avanzando en una sociedad justa que busque ofrecer buenas oportunidades de vida a la ciudadanía de hoy, pero también a la que seremos.

El aprendizaje a lo largo de toda la vida y para toda la ciudadanía ha de ser una realidad: tenemos que saber relacionarnos y ofrecer nuestros servicios a la población más mayor en una tienda, en una notaría, en un banco o en un ayuntamiento.

La tecnología será una aliada de todas las personas para el acceso a la información y al conocimiento, pero también para el desarrollo de sus relaciones

Conseguir esa amigabilidad en los entornos y en los servicios es otro tema pendiente de mejora, pues estos no están suficientemente pensados para una ciudadanía mayor actualmente. Los servicios sanitarios, por ejemplo, continúan orientados más a lo agudo que a la cronicidad, con un insuficiente despliegue de la atención primaria comunitaria, un escasísimo enfoque de geriatría comunitaria y, en territorio rural, con graves dificultades para ofrecer servicios estables y de calidad. También habrá que mejorar y aumentar los servicios de atención en el domicilio para que envejecer en casa sea una realidad factible.

A ello hay que sumar la necesidad de repensar y cambiar los centros residenciales con el objetivo de garantizar no solo la calidad de los servicios que allí se prestan, sino también para asegurarnos de que ofrecemos las oportunidades que las personas que viven allí necesitan para tener una vida plena.

Necesitamos también nuevos y mejores marcos normativos en las comunidades autónomas. Marcos que sean más coherentes con un modelo de atención integral centrado en las personas, con una perspectiva de derecho, dignidad y calidad de vida. Tendremos que ayudar –con capacitación y acompañamiento– a los responsables de las residencias en los profundos cambios que han de producirse. Y necesitaremos que los profesionales de los servicios de inspección puedan garantizar que en todos los centros se haga adecuadamente y que sea una realidad para todas las personas que viven allí, y para ello tienen que ser suficientes y estar bien formados.

En esta proyección de futuro el uso de tecnología será, sin duda, un aliado de todas las personas para el acceso a la información y al conocimiento, pero también para el desarrollo de sus relaciones personales, de su participación social y el ejercicio de una ciudadanía plena. Minimizar la brecha digital, será un tema prioritario, así como el desarrollo de tecnologías que estén al servicio de las personas que necesitan apoyos o cuidados. Tecnologías que faciliten la vida y la enriquezcan y no que la compliquen.

Finalmente, me gustaría llamar la atención sobre la urgencia a la hora de orientar las políticas y las praxis profesionales a la sociedad que somos. Hemos logrado llegar hasta aquí, pero nuestro reto ahora es trabajar para que todo ello sea una realidad.


Lourdes Bermejo es vicepresidenta de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

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