Economía

¿Por qué ya no nos afectan los escándalos económicos?

La corrupción lleva golpeando las portadas de los diarios desde el estallido de la crisis financiera de 2008. A pesar de ello, y de los perjuicios que conlleva, la población parece haber terminado por perder su sensibilidad frente a estos sucesos.

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30
noviembre
2021

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En un momento político en el que la opinión pública parece estar cada vez más polarizada, pocos son los aspectos que, puestos sobre la mesa, reúnen el consenso de una amplia mayoría de ciudadanos. Uno, por fortuna, es el apoyo a la vacunación para frenar la covid-19, un hecho que nos ha colocado en los puestos de cabeza en todo el mundo. Otro recoge cierta visión estatal: según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 70% de la ciudadanía está de acuerdo en que el Estado debe ser un ente protector que vele por los intereses y el cuidado de todos.

El 70% de la ciudadanía se muestra de acuerdo en que el Estado debe ser un ente protector que vele por los intereses y el cuidado de todos

Esta idea se extiende a lo largo y ancho del espectro político. En los últimos 25 años, así, este pensamiento se ha convertido en hegemónico: el estudio Values and Worldviews que la Fundación BBVA presentó en 2013 ya se hacía eco de ello. Tal como refleja el informe, el ciudadano español se halla mucho más a a favor que la media de la Unión Europea en cuestiones tales como contar con un amplio sistema de seguridad social –un 81% frente al 66% de media en la UE– o el proporcionar una ‘vivienda digna’ –un 64% frente al 44% europeo– para todos. La evolución es clara: aún en 1996, tan solo un 46% de los españoles defendía la acción de apoyo del Estado a toda la población. Partiendo de esta visión integradora y sabiendo que un Estado capaz de hacer frente a las necesidades de sus ciudadanos debe minimizar –o erradicar– las fugas de capital y los escándalos de corrupción, ¿cómo es posible que cada vez impacten menos en la opinión pública los escándalos económicos?

La indignación cansa

Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencia de la Universitat Autònoma de Barcelona, definía la indignación en una entrevista con El Tiempo en febrero de 2017 como «una reacción emocional a una injusticia que se manifiesta de muchas formas: con gestos, palabras o hasta agresividad». Según Morgado, la indignación se asemeja a conducir un coche a máxima velocidad: si lo hacemos demasiado tiempo, el coche termina por averiarse.

Pero ¿es esa la razón de que los escándalos económicos ya no nos afecten tanto? Haber vivido durante más de un lustro en un constante momentum político con cientos de irregularidades económicas en todos los niveles de la administración –y tocando a tantísimas personalidades públicas– puede haber hecho que, por miedo a romper el coche, hayamos pisado el freno y nos hayamos relajado.

Puede que estemos ante una desensibilización de la sociedad en materia de escándalos económicos

En los últimos 10 años hemos visto cómo grandes nombres de la vida pública en nuestro país eran señalados una y otra vez por las autoridades judiciales como imputados en tramas de corrupción. No solo miembros de la clase política: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, los dos futbolistas más famosos del mundo, también se vieron las caras con la justicia debido a sus actos de evasión fiscal. Esta clase de casos, amplificados por los medios de comunicación como en una cámara de eco, terminaron por llegar mes tras mes a la opinión pública. Cabe pensar que el receptor habitual de la información haya sufrido una suerte de efecto rebote: ante tanta información pareja, deja de prestar atención a noticias similares; para dejar de sufrir, dejo de prestar atención.

Este fenómeno es lo que los psicólogos llaman ‘desensibilización‘, algo común que afecta por igual a lo físico y a lo mental. El caso más habitual es el de un cirujano que se ve obligado a desensibilizarse para poder llevar a cabo su trabajo de manera funcional. Del mismo modo, por tanto, podemos estar ante una desensibilización de la sociedad en materia de escándalos económicos: no podíamos realizar nuestra vida normal pensando constantemente en los males que nos aquejaban como sociedad, así que los hemos obviado para poder salvarnos.

Es paradigmático el caso de Mar Cabra, una de las periodistas de La Sexta que ganó el Premio Pulitzer por su investigación de los Panama Papers. En la charla que el periodista Javier Aznar tuvo con ella en el podcast Hotel Jorge Juan, Cabra relataba su agotamiento vital tras la publicación de una de las mayores filtraciones de documentos en la historia reciente: había dejado el trabajo y se había alejado de toda esa información que ella misma había llegado a destapar.

Un abandono del materialismo

La población, una vez ha cubierto sus propias necesidades, no siente ya interés alguno por los problemas económicos

Otra posible explicación para esta nula indignación es la vida en un mundo líquido en el que absolutamente nada parece estable. Las identidades y el auge de las políticas interseccionales que giran alrededor de ellas –idealistas– han superado a la clase social y a las reivindicaciones económicas –materialistas– en cuanto impactos políticos de primer orden. Al menos, así lo defienden distintas organizaciones o think tanks de diversas ideologías que van desde el comunismo clásico al conservadurismo democristiano. A ello se suma que la misma población que estaba indignada en 2011, una vez ha cubierto sus propias necesidades, no siente ya interés alguno por los problemas económicos.

España en particular, y el resto del mundo en general, vivió una gran cantidad de escándalos tras la crisis de 2008, la cual sirvió para que las economías occidentales levantaran el pie del simulador de conducción que pilotaban. En la década posterior vieron la luz los escándalos del ‘turbocapitalismo‘ de las décadas de 1980, 1990 y 2000. Se hizo evidente que nuestros líderes, al igual que las personalidades más conocidas de nuestro sistema mediático, se habían quedado –o gastado– más dinero del que debían; la indignación, como una mecha, recorrió entonces el mundo. Sin embargo, los aspectos económicos pasaron a un segundo plano, y la indignación dejó de mirar tanto el bolsillo para mirar aspectos más personales; aspectos que, en definitiva, se alinean más con nuestra propia esencia como seres humanos. Quizás no estemos cansados de indignarnos; quizás es que tan solo nos indignamos ya por otros motivos.

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