Sociedad

Del primer caso a la primera vacuna: un recorrido por la historia del VIH

Han pasado cuatro décadas desde la publicación del primer documento oficial que hablaba de una de las mayores pandemias del siglo XXI: la del sida. Ahora, la posibilidad de una nueva vacuna arroja algo de luz. ¿Cómo ha evolucionado la enfermedad desde entonces?

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30
noviembre
2021

Hace 40 años, en 1981, se empezaron a registrar los primeros casos de sida en el mundo. Desde entonces, la comunidad científica no ha cesado en intentar dar con una vacuna efectiva contra el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), responsable de todo un espectro de enfermedades. Cuatro décadas de investigación y financiación en las que no solo se ha tenido que luchar contra el virus, también contra un amplio abanico de prejuicios y supersticiones que hacen esta búsqueda aún más complicada. No dejamos de preguntarnos por qué es tan difícil producir esta vacuna y en qué estado se encuentran los tratamientos contra esta pandemia silenciosa, cómo afectan los factores sociales, políticos, económicos o de poder a su erradicación y quiénes fueron (y son) sus principales víctimas.

En estos dos últimos años, la mediatización de la pandemia del coronavirus ha hecho que estemos atentos a los ritmos de todo el proceso de desarrollo, fabricación y testeo de una vacuna. El mundo ha sido testigo, así, de un hecho insólito: la velocidad a la que se han conseguido no una, sino varias vacunas efectivas contra la infección vírica. A finales de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud estimaba que la vacuna contra la covid no estaría lista en menos de 18 meses y, sin embargo, un año después, España contaba ya con su primer millón de inmunizados tras las primeras vacunaciones en diciembre de 2020, tan solo 10 meses tras las declaraciones de la OMS.

Ante una imagen tan inédita como esta, es lógico que surjan cuestionamientos en torno a por qué la velocidad para dar con una vacuna contra el VIH –según datos de las Naciones Unidas, solo en 2020 contrajeron el virus un millón y medio de personas en el mundo– no tiene nada que ver con la del coronavirus. Sin embargo, el sida es una pandemia que cuenta con unas características muy particulares, tanto por la propia naturaleza del virus como por los contextos en los que se desarrolla.

¿Por qué es tan difícil hacer la vacuna?

Llevamos meses escuchando las explicaciones de los expertos sobre cómo funcionan las vacunas en un ejercicio de responsabilidad científica que pretende que la población entienda por qué el proceso de vacunación ha sido tan acelerado en el caso del coronavirus. En un lenguaje sencillo, podemos explicar que las vacunas en su modo más clásico funcionan mediante el reconocimiento de las proteínas que envuelven a los virus, dotando al sistema inmune de una capacidad de identificación y acción que se ha demostrado exitosa en enfermedades infecciosas.

Pero no en el caso del VIH. Esto es principalmente debido a los factores relacionados con la mutabilidad y variabilidad del propio virus. Frente a otros agentes infecciosos, la tasa de variabilidad de la envoltura viral del VIH es mucho más elevada, lo que hace que para el sistema inmune humano sea muy difícil reconocerlo a tiempo. Además, es un agente infeccioso altamente adaptable: sabe cómo acomodarse a las respuestas inmunitarias, de forma que muta a una velocidad mayor de la que nuestro cuerpo dispone para combatirlo.

No obstante, este año ha sido uno muy esperanzador para la erradicación del sida: una de las vacunas ya se encuentra en fase III, la última antes de su comercialización. De la mano de la ya conocida Janssen, la farmaceútica de Johnson & Johnson está buscando voluntarios en todo el mundo (250 de ellos, españoles) para poner en marcha el estudio. Las pruebas durarán 2 años y el prototipo de la vacuna usa el mismo mecanismo que ha utilizado la farmacéutica en su vacuna de inmunización contra el covid. El anterior intento de conseguir una vacuna acabó en 2009 cuando se vio que solo evitaba un 30% de las infecciones.

¿Qué alternativas existen a la vacuna?

Frente a las vacunas preventivas (que tratan de evitar el contagio) existen los tratamientos terapéuticos, aquellos que permiten que alguien infectado por el virus pueda desarrollar una vida sin las dificultades derivadas de la enfermedad. Los llamados antirretrovirales (el VIH es un tipo de retrovirus), especialmente la terapia antirretroviral de gran actividad (HAART, por sus siglas en inglés), son uno de los tratamientos clave en la mejora de la calidad de vida de las personas infectadas aumentando su expectativa de vida al reducir la carga viral y su transmisión, tanto por vía materna como durante prácticas sexuales. Esta terapia involucra el uso de varios medicamentos simultáneamente, que en ocasiones se combinan en una sola pastilla para mayor comodidad. Cada medicamento lucha contra el VIH de una forma en distinta, ya sea demorando o deteniendo la multiplicación del virus.

Los tratamientos alternativos implican la reducción de la carga viral del VIH, de forma que no sea transmisible

Otro tratamiento, más extendido en otros países como Estados Unidos pero recién llegado a España en fase de evaluación, es la pastilla conocida como PrEP. Desde 2018, nuestro país ya cuenta un documento de consenso que aborda los criterios necesarios para la selección de los futuros usuarios y las medidas a tomar para la regulación de su prescripción y control. En 2012, Estados Unidos, y en 2015, Francia, se convirtieron en los primeros países en autorizar el uso de este medicamento a nivel nacional. En 2016, la Agencia Europea del Medicamento emitió el informe positivo necesario para su prescripción en Europa.

A pesar de que, en nuestro contexto, los principales afectados por esta pandemia son hombres que mantienen sexo con otros hombres (termino médico que trata de evitar prejuicios a la hora de designar un grupo específico de hombres sin atender a su orientación sexual), este tipo de tratamientos preventivos está altamente recomendado a otros colectivos especialmente vulnerables como las personas que se ven forzadas a ejercer o ejercen por voluntad la prostitución, así como consumidores de drogas inyectables.

Son tratamientos que implican el consumo de una pastilla al día y cuyo éxito reside en mantener el virus controlado y reducir su carga viral en la persona infectada de forma que esta no pueda transmitirlo a otra –lo que ha llevado a la creación del lema contra los prejuicios de ‘indetectable=intransmisible’–. A pesar de las continuas ratificaciones sobre la intransmisibilidad de las personas tratadas, siguen existiendo muchos prejuicios que frenan un uso más común de estas pastillas, además de la presión psicológica que supone para algunos usuarios el consumo diario y de por vida de una pastilla ante el miedo de que cualquier improvisto u olvido afecten significativamente al tratamiento, y por ende, a su salud. Y, paradójicamente, el éxito de estos tratamientos es uno de los principales obstáculos a la hora de invertir más en la investigación en la vacuna, puesto que se revelan como una forma más sencilla que requiere menos esfuerzos e inversiones.

¿Quiénes son los principales afectados?

Si la pandemia del sida lleva casi desde su origen envuelta en una espiral de prejuicios es porque desde sus inicios en los años ochenta ha estado ligada a colectivos vulnerables o discriminados. Antes de que existiera un nombre oficial entre la comunidad científica, los medios la denominaban usualmente como GRID, siglas de gay-related immune deficiency (inmunodeficiencia asociada a la homosexualidad, traducido literalmente). Es más, se llegó a referir también a ella como ‘la enfermedad de las cuatro haches’, al relacionarla con los principales casos conocidos: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos. A pesar de la creencia general de la prevalencia de la enfermedad entre hombres homosexuales, los estudios refutan estas aserciones y demuestran que el sexo homosexual no es más proclive a la transmisión de la enfermedad, por lo que los tratamientos son efectivos independientemente del tipo de coito, anal o vaginal.

A la lucha científica y sanitaria hay que sumarle la batalla social contra los estereotipos que crecen alrededor de esta enfermedad

Sin embargo, estas conclusiones son de difícil aceptación en según que contextos. África, y especialmente el África subsahariana, concentra el mayor número de infectados por VIH y, según el Fondo de las Naciones Unidas para las Mujeres (UNIFEM), las mujeres suponen el 50% del total de infectados, alcanzando el 60% en el caso del África Subsahariana. A pesar de estos datos existen negacionistas del sida, del VIH, o de la relación entre enfermedad y virus que la provoca. Incluso ha habido quien ha sacado rédito político de teorías de la conspiración sobre los intereses farmacéuticos del sida, como el expresidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, que recurría a estas ideas como uno de los principales pilares de su argumentario político.

Las estimaciones de la pandemia del VIH son de difícil cálculo, aunque el consenso arroja cifras cercanas a los 32,7 millones de muertes en todo el mundo. Es una lucha constante que ha visto modificadas sus condiciones con el paso del tiempo. La búsqueda de una vacuna y la ampliación de los usuarios que tienen acceso a tratamientos preventivos o terapéuticos son los principales motores de la lucha a nivel económico, científico y tecnológico; aunque social y políticamente se debe seguir luchando por una educación sexual que elimine prejuicios, por la creación de redes de apoyo que acompañen a todas aquellas personas afectadas y por un debate mucho más público que permita entender que esta pandemia no se encuentra en la misma situación que en sus orígenes. Y que una vida con VIH puede ser tan plena como la de una persona no infectada.

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