Cultura

El hombre que cambió el mundo diciendo ‘negrata’ en un escenario

En los años 70, subió a los escenarios estadounidenses Richard Pryor, un hombre afroamericano que hizo humor, por primera vez, con esa palabra que todavía resulta un tabú para cualquier personalidad pública en el país. Consciente de la fragilidad que suponía su color de piel, el humorista recurría a esos guiones como una herramienta de liberación que cambió el género de la comedia para siempre.

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25
octubre
2021

Nigger‘ (‘negrata’, en español), o también conocida como ‘la palabra con ‘N’’ (the ‘n’ word) es un tabú aún hoy temido por cualquier personalidad pública en Estados Unidos, incluso si es de raza negra. En los años 70, sin embargo, un hombre que pasaba por un cómico familiar anodino, imitador de Bill Cosby con aspiraciones de actor, se subió a los escenarios y empezó a hacer chistes con ella. Incluso llegó a llamar a uno de sus shows ‘That Nigger’s Crazy’, (‘ese negrata está loco’), convirtiéndolo en un título de éxito cuyos presentadores blancos evitaban decir en voz alta. Ese tipo se llamaba Richard Pryor y el documental I am Richard Pryor cuenta ahora su particular historia.

La película llega por primera vez a España gracias a Serielizados Fest. Dirigida por el canadiense Jesse James Miller, reconstruye la carrera de Pryor desde sus inicios en la televisión de los 60 hasta su fallecimiento en 2005. En nuestro país, el cómico es más conocido por sus papeles secundarios en el cine —algún titular lo ha llegado a identificar como ‘el ciego de No me chilles que no te veo’— pero en el país estadounidense no solo es considerado uno de los mejores humoristas del siglo XX (si no el mejor) sino el que cambió o, directamente, inventó el actual estilo de los monólogos de stand-up.

La conciencia de su propia marginalidad y su condición de hombre negro en un país racista sirvieron de gasolina para un nuevo tipo de comedia que llega hasta hoy

El largometraje arranca con Pryor como un cómico amable en la América llena de tabúes de los 60. Cuando empieza su carrera, el humorista negro más famoso del país es Bill Cosby mientras que el público de los monólogos de comedia es fundamentalmente blanco y de clase alta. Cosby era —al menos en apariencia— un tipo respetable, aseado, familiar y responsable. Pryor, «un chico de barrio» bastante menos sofisticado, se disfraza de esa respetabilidad para acceder a la televisión y hacerse un nombre. Su epifanía tiene lugar en 1971 en un club de Berkeley (California), cerca de la Universidad que desde pocos años antes se había convertido en símbolo de la lucha por los derechos civiles y la libertad de expresión. En ese mismo año, 43 presos, la mayoría de raza negra, mueren durante la represión de un motín en la prisión de Attica, un caso que escandaliza al país.

Pryor, más consciente que nunca de la fragilidad que supone su color de piel, empieza a hacer chistes sobre su madre prostituta, su padre proxeneta y su abuela madame de un burdel. A sus amigos les cuenta que supone una liberación después de años de actuar ante caras blancas que no podían soportar números de humor tan negro porque no querían admitir que esa realidad existía. El cómico familiar se había dejado bigote, subido a un escenario con un cigarro en la mano y decía demasiado la palabra prohibida para hacer chistes con muertos a tiros por la Policía. Todo había cambiado.

Richard Pryor, icono de derribo

Richard Pryor corresponde al tópico del humorista cuya vida personal es una tragedia. I am Richard Pryor es una respuesta, en parte, al documental de 2017 de Netflix, Richard Pryor: Icon, que se centra en su controvertida vida privada (tres hijos de diferentes mujeres, una más que pública adicción a la cocaína, incidentes violentos con representantes y compañeros de reparto). La nueva película trata de explicar cómo esa conciencia de su propia marginalidad y de su condición de hombre negro en un país racista fueron la gasolina de un nuevo tipo de comedia que llega hasta hoy.

Cómicos actuales como Mike Epps reconocen su influencia: usar la propia vida, la propia tragedia, para escandalizar. En España, el principal alumno confeso de Pryor es Ignatius Farray. Y es que no se trata de desafiar lo políticamente correcto, sino de hacerlo volar por los aires. Si hoy decir «no soy adicto a la cocaína, solo me gusta su olor» no resulta tan impensable, en los ochenta era como aparecer en televisión con un bidón de gasolina y una cerilla.

Los cómicos negros posteriores reivindican a Pryor en el derecho a no tener tabúes, a ser negros, como dice Mike Epps, «de una forma que no sea higiénica»

En uno de sus monólogos, Pryor se recordaba a sí mismo de niño viendo los dibujos animados de Superman en televisión y pensando que, algún día, él saldría allí también. Parodia así el lema de los 40 del superhéroe —¿Es un pájaro? ¿Es un avión?— para sustituirlo por ¿Es un cuervo? ¿Es un murciélago? ¡No! ¡Es Supernigger!. Un chiste con truco, claro: el número es de 1982 y justo un año después Pryor aparece en Superman III junto a Christopher Reeve en un papel secundario.

Perseguido por una fama de artista difícil al que se le atribuía toda clase de excesos, Pryor murió en 2005 a los 65 años de edad. Los cómicos negros posteriores lo han reivindicado como su maestro en el derecho a no tener tabúes, a ser negros, como dice Mike Epps en el documental, «de una forma que no sea higiénica». Su lección final, en la época en la que no está claro ni siquiera qué es ser políticamente correcto, es que si alguien no quiere decir una palabra porque le da miedo lo que significa, hay que lanzársela a la cara para que ya no pueda evitarlo.

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