Medio Ambiente
¿Salvará al planeta dejar de comer carne roja?
Al contrario que aquello señalado por el debate público, extremadamente polarizado, todo apunta a que comemos demasiada carne, tanto para nuestra propia salud como la del planeta. Según la ciencia, no obstante, la respuesta puede estar en un punto medio: comer mejor.
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COLABORA2021
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El ministro de Consumo, Alberto Garzón, recomendaba el pasado julio consumir menos carne roja para cuidar no solo la salud propia, sino también la del planeta; valga el tópico, ardieron las redes. El dirigente, como es evidente, no pidió a los españoles convertirse en veganos, pero dentro de nuestra polarizada realidad actual basta que alguien del equipo de fútbol contrario diga algo para que, de inmediato, nos posicionemos en contra y lo convirtamos en un salvaje debate identitario.
El ministro, en realidad, se había limitado a transmitir lo que hoy forma parte del consenso científico desde hace un década: en el primer mundo comemos demasiada carne –sobre todo roja– en relación a nuestro bien individual y el equilibrio del planeta; respecto a algunos informes, de hecho, Garzón llegó a quedarse corto. No obstante, más allá de la polémica partidista, el consenso científico apunta a que debemos comer menos carne pero, en cambio, de una mejor calidad y producida de una forma que logre ser más respetuosa con el medio ambiente.
Un estudio realizado por la Comisión EAT y The Lancet en 2019 –Alimentos, planeta y salud– calcula que los sistemas de producción alimenticia provocan entre el 25% y el 30% del efecto invernadero, una cifra sólo superada por el sector energético y que, además, se prevé que se incremente en los próximos años a medida que aumente la población mundial. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), habría que aumentar la producción de alimentos alrededor de un 60% para que esta pudiera ir pareja al ritmo del crecimiento demográfico.
El Ministerio de Transición Ecológica subraya que «el consumo de alimentos como la carne roja deberá reducirse en más del 50%»
El mismo Ministerio de Transición Ecológica de España subraya, como dicho informe advierte, que «el consumo mundial de frutas, vegetales, frutos secos y legumbres deberá duplicarse, y el consumo de alimentos como la carne roja y el azúcar deberá reducirse en más del 50%». A ello se suman también las recomendaciones acerca de la implementación de una dieta sana y sostenible, lo que supone la ingesta de tan solo 300 gramos de carne a la semana: en España, hoy, consumimos más de 250 gramos al día.
Otros informes señalan, por ejemplo que la carne de vacuno es la principal causa de la deforestación a nivel mundial, siendo responsable de hasta el 41 % de la destrucción de selvas tropicales. En comparación, la tala para la obtención de madera y papel, aunque más llamativa, es «solo» del 13 %. A ello ha de sumarse que, en general, los productos animales producen entre 10 y 50 veces más gases de efecto invernadero que los vegetales. Las excepciones incluyen el chocolate, el café y el aceite de palma. Incluso la soja para consumo, denostada por muchos grupos de ecologistas por su impacto medioambiental en países como Argentina o Brasil, es menos perjudicial que la carne.
El estudio Greenhouse gases emissions from the diet and risk of death and chronic diseases in the EPIC Spain cohort, coordinado por investigadores de la Unidad de Nutrición y Cáncer del Instituto Catalán de Oncología (ICO) y del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL), apunta hacia el mismo dato: el consumo de carne roja y procesada –siendo el último término en el que, en realidad, reside el núcleo de la cuestión– origina un 41% de las emisiones de efecto invernadero de la dieta española. Frutas, verduras, legumbres y cereales solo el 11%. El mismo informe avisa: cuanto más consumo de dicha carne, mucho más de riesgo de sufrir enfermedades coronarias y de desarrollar diabetes tipo 2; no es solo política ambiental, es salud pública.
Escapar de la polarización
Aún todo, en el debate –habitualmente histérico– de la política española se ha pasado de puntillas por un detalle fundamental: las macrogranjas. Una práctica ganadera contra la que surge cada vez una mayor movilización, sobre todo en el nivel local de lo que llamamos la «España vaciada». A este respecto existe ya una organización llamada Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial que combina a grupos ecologistas, políticos locales y ganaderos tradicionales.
Las macrogranjas contaminan acuíferos, las prácticas extractivas de éstas destruyen el territorio y destruyen empleo
Los purines –residuos de origen orgánico– de las macrogranjas contaminan acuíferos, las prácticas extractivas de éstas destruyen el territorio y, además, al contrario de lo que se afirma, también destruyen empleo. Las denuncias de organizaciones rurales contra las macrogranjas en España ya han llegado a Bruselas, mientras que otros países europeos las regulan desde hace una década. Cabe recalcar que, además, la carne que producen no es más barata, pero sí es peor para la salud.
Lo peor es que los estudios apuntan a que la mayor parte de la sociedad española no ve mal una reducción del consumo de carne en su dieta. Una encuesta de 2020 –previa a la pandemia y, por tanto, casi un año y medio anterior a las recomendaciones de Garzón– vino a decir que un 61% de los residentes en España está dispuesto a reducir su ingesta de carne para combatir el cambio climático. Un número que tan solo se sitúa ligeramente por debajo de la media de la UE-27, la cual se halla en el 66%.
Los datos de este sondeo, realizado por parte del Banco Europeo de Inversiones, desmontan tópicos que salieron irremediablemente tras la aparición de Garzón, como que un mayor consumo de carne se asocia a cierta idea de masculinidad. Así, el 57% de los hombres dice haber reducido su consumo de carne, en comparación con el 66% de las mujeres. Ni siquiera parece ser una cuestión «ideológica»: el 59% de las personas que se identifican a sí mismas como «de extrema derecha» dicen haber reducido la ingesta de carne por razones climáticas, en comparación con el 72% de las personas «centristas» y el 80% de las personas de «extrema izquierda». Un debate que hoy ya no pertenece al futuro.
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