Ciudades sostenibles: seguridad ante las incertidumbres
Algunos plantean una ciudad organizada a través de barrios autosuficientes, como una agregación de pequeños pueblos. No obstante, ¿cómo será la ciudad del futuro?
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Es posible percibir con intensidad no solo los importantes problemas ambientales y sociales, sino también el hecho de que estos conducen a una revisión del papel de las ciudades en nuestras vidas. Los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que enmarcan muchas de las iniciativas políticas de las democracias avanzadas, no han dejado atrás ese importante elemento de la socialización. Así, en su objetivo 11 persiguen «lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles». A continuación se aportan algunas reflexiones que tratan de confluir desde especialidades profesionales completamente diferentes.
Perspectivas históricas y geográficas
El dilema entre el núcleo pequeño y la gran ciudad es hoy un componente fundamental de la dinámica social
La formación de ciudades a partir de núcleos familiares resulta una dinámica imparable a lo largo de la historia de la humanidad: es el resultado lógico de la aspiración humana de socialización, un desenlace que lleva a una agrupación con la que poder alcanzar mayores cotas de supervivencia y bienestar. Así, nos encontramos desde el amurallamiento de los campamentos para defenderse de los ataques hasta nuestra época actual, donde parece que solo en las grandes urbes se encuentran el trabajo y los servicios suficientes; el dilema entre el núcleo pequeño y la gran ciudad es hoy un componente fundamental de la dinámica social.
Simplificando mucho, en el mundo podemos encontrar tres modelos urbanos muy diferentes. Uno es el caso de Sudamérica, con núcleos urbanos como Ciudad de México o São Paulo, las cuales se constituyen como ciudades no planificadas en su crecimiento y, por tanto, formadas por agregados desordenados de nuevas viviendas levantadas aleatoriamente. En cambio, en Norteamérica y en muchos países de Europa, las ciudades tienen un núcleo central donde se agrupan las oficinas y edificios en altura, mientras que las zonas residenciales se esparcen hasta grandes distancias. Esto genera un tráfico muy denso en las horas de entrada y salida de los lugares de trabajo, lo que se suele paliar con unos transportes públicos muy eficientes. Como contraposición, además, en varios países asiáticos como China o Corea del Sur se han terminado por desarrollar megaciudades en las que predominan los edificios en altura a causa de la altísima densidad de población.
Tendencias urbanísticas. Ciudades ante la complejidad ambiental y social
La tendencia general de las últimas décadas responde a la despoblación progresiva de las pequeñas entidades, cuyos habitantes se mudan a las grandes ciudades. La pandemia de la covid-19 ha acentuado las ventajas e inconvenientes de esta dinámica, haciendo surgir la posibilidad de un cambio de paradigma al detectarse que un creciente número de habitantes del centro de las ciudades busca trasladarse a viviendas unifamiliares que, en general, se encuentran en la periferia. Algunos incluso regresan a los pueblos, aprovechando las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la información, la comunicación y el teletrabajo. No desean tanto salir de la ciudad como buscar una vivienda más amplia, un reencuentro con la naturaleza –el jardín como símbolo– y, de forma subsidiaria, aprovechar beneficios como una menor congestión y contaminación. Este fenómeno se ha producido, por tanto, no de una forma planificada, sino emocional, obligada y promovida por las circunstancias. Tanto si este proceso finalmente termina por ser coyuntural como si desemboca en un nuevo paradigma, planteará sin duda retos para las dinámicas, la planificación y el desarrollo de las urbes y sus áreas metropolitanas, pero también de los núcleos rurales aledaños.
Un creciente número de habitantes del centro de las ciudades busca trasladarse a viviendas unifamiliares situadas en la periferia
Vivienda y tipo de ciudad están lógicamente ligadas. Este vínculo plantea la pregunta –y el desafío– de cómo hacer compatible el desarrollo y la necesidad de asociarse para mejorar los servicios con el bienestar y la posibilidad de disfrutar de un esparcimiento al pie de la vivienda. Este es uno de los núcleos de discusión de urbanistas y arquitectos en su interacción con las autoridades municipales y estatales. En este debate la dimensión económica es un componente esencial por la enorme importancia que alcanza el valor del suelo urbanizado. No obstante, también lo es por lo que supone para una rica gestión administrativa; no solo de tipo fiscal, sino para plantearse una evolución estratégica conectada por la cultura.
La voz ciudadana
Hay, por tanto, muchos vectores convergentes y divergentes que tienen su origen –en un sentido que va de arriba a abajo– en la política, la arquitectura y el urbanismo. Pero el hecho de encontrar un equilibrio para cada sociedad es un elemento de gran importancia para el bienestar individual, ya que le afecta en lo más íntimo, como es la vivienda, pero también en lo social, como son los espacios urbanos de uso colectivo y socialización. Por ello, la participación que va de abajo a arriba, con origen en la ciudadanía, se constituye como un vector de convergencia de gran relevancia. Los habitantes de las ciudades deberíamos mostrarnos más, ya que es fundamental la voz del usuario en el diseño del futuro de cada ciudad; es la experiencia y sabiduría popular de quienes habitan las ciudades en el día a día. Es imperativo implicarnos más en las políticas municipales relacionadas con la vivienda, ya sea directamente o a través de las múltiples plataformas sociales y políticas; es decir, comprometernos más mediante la acción cotidiana. Ahora, además, disponemos de la potencia de las redes sociales. No olvidemos el hecho de que el voto, en las sociedades democráticas, es un derecho y, por supuesto, una importante herramienta para mejorar las condiciones de nuestra propia vida.
Los habitantes de las ciudades deberíamos mostrarnos más; es fundamental la voz del usuario en el diseño futuro de cada ciudad
En este tema, como en el caso de la covid-19, la ciencia y los expertos tienen un papel fundamental, como lo tienen los usuarios, pero las decisiones las toman las autoridades atendiendo, en teoría, al bien común. Nosotros, los habitantes de las ciudades, no somos expertos ni en urbanismo ni en vivienda, por lo que no debemos solicitar la exclusividad en la toma de decisiones. Estas deben salir de los responsables, pero siempre después de un diálogo amplio donde se escuchen todas las perspectivas. Ese es el rol de la ciudadanía y el papel de la inteligencia colectiva: hacer presente la opinión del usuario en las soluciones de los técnicos y en las decisiones de los responsables de las políticas.
Menno Schilthuizen, en una propuesta tan radical como provocadora, plantea a través de Darwin viene a la ciudad. La evolución de las especies urbanas si «quizás valdría la pena desconfiar de las autoridades municipales como gestoras de una versión mucho más evolutivamente inteligente del ecosistema urbano […] para confiar en las comunidades de ‘urbanitas’ concienciados, dado que en muchos países los ciudadanos ya están organizándose en grupos de presión que comparten el interés por la naturaleza». No obstante, como firmes defensores de la cooperación, creemos que el camino se encuentra en el término medio: en la consideración de la ciudadanía y de las instituciones; en definitiva, en la cooperación horizontal, capaz de utilizar y aprovechar la inteligencia colectiva a favor de objetivos comunes.
La voz de la ciencia
En este equilibrio también es esencial la voz de la ciencia. Son muchos los elementos implicados que determinan las características y la habitabilidad de las ciudades, como por ejemplo ocurre con aspectos de corte psicológico, sociológico, antropológico, de salud pública e individual, de biodiversidad o económico. A su vez, elementos como la luz, el sonido –la recuperación de los sonidos de la naturaleza y la comunicación humana–, la eliminación de los ruidos, la temperatura, la ausencia de contaminación, el espacio, la vegetación o el ritmo, forman también parte de este conjunto de elementos que articulan la vida. Es el momento de un diseño urbano centrado en las necesidades y el bienestar de las personas frente a una ciudad que, desde antaño, ha ido sometiendo su diseño y su urbanismo a las necesidades del automóvil –tal como señala Gabi Martínez en su libro Naturalmente urbano– y a los condicionantes económicos y especulativos.
Por tanto, son necesarios el diálogo entre las diferentes visiones, necesidades y propuestas, así como la interacción e integración de diferentes perspectivas; en definitiva, una aproximación interdisciplinar que permita enriquecer la ingeniería y la arquitectura de urbanistas a través de la consideración de los diferentes factores ya mencionados.
Hacia ciudades más sostenibles
De cómo se definan las prioridades para las futuras ciudades depende la sostenibilidad: el compromiso con las siguientes generaciones para dejarles el mundo sin hipotecas insostenibles y con los mismos recursos.
Paradójicamente, con la conmemoración del vigésimo aniversario de los atentados del 11-S en Estados Unidos, que hicieron prevalecer el concepto de seguridad policial frente a derechos esenciales, las ciudades se reivindican como espacios más seguros. Un concepto de seguridad íntimamente relacionado hoy con la sostenibilidad, la calidad medioambiental, la neutralidad climática, la calidad de vida y la generación de empleo.
Cabe destacar un ejemplo muy determinante como es el tráfico. Todos aspiramos a movernos en nuestros automóviles por la comodidad que supone, lo que sabemos que genera elevada contaminación en el centro de las ciudades, donde se concentran los lugares de trabajo, ocio y compras. Esto, sin embargo, expulsa a los habitantes de esas zonas y engulle muchas horas muertas de transporte en los atascos. Una solución probada hasta ahora es la promoción del transporte público, pero en época de pandemia existe el riesgo de promover el contagio, por lo que su uso ha bajado radicalmente. Otra opción es, a su vez, optar por un transporte menos voluminoso, como ocurre con las motos o las bicicletas, las cuales tienen un alto riesgo de accidente y cuyo uso es más reducido, evidentemente, en poblaciones más envejecidas. Hasta el presente, por tanto, la dinámica de las ciudades choca con la del transporte, sin que se vean estrategias satisfactorias salvo aquella que conlleva la supresión del tráfico en los centros urbanos, lo que deja en condiciones precarias a muchas personas mayores con dificultades de movilidad y despuebla esas zonas, convertidas a partir de entonces en lugares exclusivos para el ocio y turismo.
Una solución que se plantea como ideal es la de la ciudad organizada por barrios autosuficientes, como una agregación de pueblos donde el trabajo se hallara a corta distancia. Pero, ¿es así como se planifica el crecimiento de la ciudad? En algunas ocasiones sí, ya que se hacen nuevos barrios enteros, aunque tardan mucho en alcanzar un sentido de comunidad y en tener las suficientes dotaciones de servicios. En otros casos, como es el de Madrid Norte, no parece que sea este modelo el que se vaya a aplicar. Según informan los medios de comunicación, en este proyecto urbanístico parece que hay un elevado componente de operación inmobiliaria y de revalorización de terrenos en las que promotoras y administraciones cuentan con grandes expectativas e intereses económicos manifiestos. En sí mismo, es lógico que se pretenda valorizar un recurso como es el suelo, pero habría que aplicar el principio de escuchar a las distintas perspectivas, entre ellas las del interés ciudadano. ¿Qué desean los habitantes de Madrid para esa zona? Estas opiniones, seguramente muchas utópicas e irrealizables, se deberían combinar con los rigurosos conocimientos de urbanistas sin interés específico, así como con las opiniones de los propietarios de los terrenos y las administraciones. Seguramente, algunos lectores pensarán que esta forma de proceder es un sueño imposible. Otros, no obstante, la observamos como una reivindicación que no hay que dejar de reclamar; una utopía positiva o realizable con pretensión de ver cumplidos sus objetivos.
Por un urbanismo interdisciplinar y humanista
Lo idóneo sería un urbanismo interdisciplinar, humanista, evolutivo, ecológico y ciudadano. Un urbanismo que, recogiendo el legado de Alexander von Humboldt respecto a su enfoque planetario, considere las ciudades como organismos en los que todos los elementos están interrelacionados, dependiendo unos de otros. Esta disciplina debe tomar también prestada la mirada de Charles Darwin para observar las ciudades, así, desde un punto de vista evolutivo: como entes que evolucionan y cambian en respuesta a las presiones, desafíos y oportunidades, adaptándose a los nuevos requisitos y necesidades de sus habitantes, tanto humanos como no. Hay también otros referentes más contemporáneos. Es el caso de Salvador Rueda, creador e impulsor del concepto de ‘supermanzana’. Cabe señalar, a su vez, un ejemplo actual de interdisciplinariedad, como es el de un polifacético ingeniero y urbanista como Ildefons Cerdá –incluso también Ramón Margalef–, referente mundial en ecología y considerado, además, como uno de los científicos españoles más importantes del siglo XX.
Una solución que se plantea como ideal es la de la ciudad organizada por barrios autosuficientes, como una agregación de pueblos
Muchas voces identifican que las ciudades –y su crecimiento– necesitan un replanteamiento radical, algo que cada vez parece más evidente a causa de la pandemia de la covid-19 y el deterioro medioambiental. Los ciudadanos no debemos dejar de lado lo que será el futuro de las ciudades; sino, será la siguiente generación la que lo sufrirá. No partamos, en cualquier caso, de pensar que solo los ciudadanos tenemos opinión. Hay que impregnarse del conocimiento científico y, por supuesto, basarse en el para la toma de decisiones; la ciencia, en el caso de las ciudades, no solo la desarrollan los urbanistas, sino los ingenieros, los arquitectos y otra enorme multitud de agentes.
El debate sobre las ciudades es un reflejo más de la enorme complejidad –incertidumbres, irreversibilidades, dificultades y quiebras en la comunicación– afrontada por las sociedades actuales. Hay ciertos avances para el análisis científico bajo el prisma de las ciencias humanas y sociales, como el trilema de Rodrik en economía política y el trilema CIEs –conocimiento, interés, emociones– bajo una perspectiva más interdisciplinar.
Jesús Rey Rocha es investigador científico en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y vocal de la junta directiva de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC). Carmen Andrade es profesora de investigación jubilada del Instituto de Ciencias de la Construcción ‘Eduardo Torroja’ del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), profesora de investigación visitante en el Centro Internacional de Métodos Numéricos en Ingeniería (CIMNE), y vicepresidenta de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC). Emilio Muñoz Ruiz, presidente del Consejo Consultivo de la AEAC, también ha colaborado en este artículo.
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