Cultura

Albert Camus: una carta de amor a la educación

El autor francés demostró en un intercambio epistolar con su profesor la importancia de la educación como vía de emancipación: una oportunidad con la que deshacerse de todas las ataduras sociales y personales.

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03
septiembre
2021

La vida de Albert Camus es también la historia de una Europa en transición. Nacido en Argelia y de nacionalidad francesa, el escritor vivió desde el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta la llegada de la liberadora década de 1960. Su temprana e inesperada muerte a los 46 años, víctima de un accidente de tráfico, no logró ensombrecer la obra del autor, caracterizada, paradójicamente, por defender el absurdo que, en su opinión, constituye la vida. Así lo dejó claro en su célebre libro El extranjero (1942), pero también en obras tan singulares como La caída (1956)capaces, ambas, de reflejar la síntesis de un pensamiento particularmente crudo.

En poco más de cuatro décadas, con una pluma tan directa como descarnada, Camus logró consolidarse como una de las grandes figuras literarias del siglo XX, lo que terminaría rubricándose posteriormente con su consecución del Nobel de Literatura en 1957. Hoy, sin embargo, no solo queda su obra; permanece también su imagen: la de un intelectual de posguerra caracterizado por los abrigos de cuello vuelto, el cabello engominado y el constante consumo de cigarrillos. En su mirada, la percepción sempiterna de una enorme travesura; aquella que surge al haber descifrado, al menos, algunos de los secretos de nuestra existencia.

Dos cartas de amor

Camus conocía bien su origen y, por tanto, el lugar que le había sido dado en un continente en el que las clases sociales todavía se hallaban excesivamente delimitadas. En su hogar no había lugar para ninguna cuchara de plata: su familia, formada por humildes colonos franceses, estaba encabezada por un padre que fallecería durante la Primera Guerra Mundial –y que, por tanto, apenas conoció– y una madre analfabeta y prácticamente sordomuda.

Así, su emancipación intelectual no residiría en el seno familiar, sino fuera de él. En la escuela primaria, un joven Camus halló la oportunidad que, de otro modo, no habría tenido. Es por ello que tras ganar el Nobel de Literatura decidió escribirle una carta a un maestro que marcó su forma de pensar y también el camino que habría de seguir su vida. Fue él quien le enseñó y quien convenció a su familia de que le permitiera continuar sus estudios. La carta reza como sigue.

Querido señor Germain:

He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto.

Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, no hubiese sucedido nada de esto.

No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Le mando un abrazo de todo corazón.

La respuesta del profesor, Louis Germain, no se hizo esperar y el docente fue partícipe de un intercambio epistolar que, más allá de lo emotivo, demuestra la decisiva influencia que una persona puede alcanzar en la vida de sus coetáneos.

Mi pequeño Albert:

He recibido, enviado por ti, el libro ‘Camus’, que ha tenido a bien dedicarme su autor, el señor J.-Cl.Brisville.

Soy incapaz de expresar la alegría que me has dado con la gentileza de tu gesto ni sé cómo agradecértelo. Si fuera posible, abrazaría muy fuerte al mocetón en que te has convertido y que seguirá siendo para mí «mi pequeño Camus».

Todavía no he leído la obra, salvo las primeras páginas. ¿Quién es Camus? Tengo la impresión de que los que tratan de penetrar en tu personalidad no lo consiguen. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu naturaleza, tus sentimientos. Cuando mejor lo consigues es cuando eres simple, directo. ¡Y ahora, bueno! Esas impresiones me las dabas en clase. El pedagogo que quiere desempeñar concienzudamente su oficio no descuida ninguna ocasión para conocer a sus alumnos, sus hijos, y éstas se presentan constantemente. Una respuesta, un gesto, una mirada, son ampliamente reveladores. Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona. Tu cara expresaba optimismo. 

He visto la lista en constante aumento de las obras que te están dedicadas o que hablan de ti. Y es para mí una satisfacción muy grande comprobar que tu celebridad –es la pura verdad– no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo Camus: bravo.

Hace ya bastante tiempo que no nos vemos.

Antes de terminar, quiero decirte cuánto me hacen sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que se urden contra nuestra escuela. Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad. Os he amado a todos y creo haber hecho todo lo posible por no manifestar mis ideas y no pesar sobre vuestras jóvenes inteligencias. Cuando se trataba de Dios yo decía que algunos creen, otros no. Y que en la plenitud de sus derechos, cada uno hace lo que quiere. De la misma manera, en el capítulo de las religiones, me limitaba a señalar las que existen, y que profesaban todos aquellos que lo deseaban. A decir verdad, añadía que hay personas que no practican ninguna religión. Sé que esto no agrada a quienes quisieran hacer de los maestros unos viajantes de comercio de la religión, y para más precisión, de la religión católica.

Es para mí una satisfacción muy grande comprobar que tu celebridad no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo Camus: bravo

En la escuela primaria de Argel (instalada entonces en el parque Galland), mi padre, como mis compañeros, estaba obligado a ir a misa y a comulgar todos los domingos. Un día, harto de esta constricción. ¡metió la hostia «consagrada» dentro de un libro de misa y lo cerró! El director de la escuela, informado del hecho, no vaciló en expulsarlo. Esto es lo que quieren los partidarios de una «Escuela Libre» (libre, sí… de pensar como ellos). Temo que, dada la composición de la actual Cámara de Diputados, esta mala jugada dé buen resultado. Le Canard enchaîné ha señalado que, en un departamento, unas cien clases de la escuela laica funcionan con el crucifijo colgado en la pared. Eso me parece un atentado abominable contra la conciencia de los niños. ¿Qué pasará dentro de un tiempo? Estas reflexiones me causan una profunda tristeza. 

Recuerda que, aunque no escriba, pienso con frecuencia en todos vosotros. Mi señora y yo os abrazamos fuertemente a los cuatro. Afectuosamente vuestro.

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