Sociedad

«Orientarse según los juicios de otros es una forma de perderse como ser humano»

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12
agosto
2021

«Beauvoir, animada; Weil, en trance; Rand, fuera de sí, y Arendt, inmersa en una pesadilla». Con estas palabras define el filósofo, escritor, publicista y editor Wolfram Eilenberger (Friburgo, 1972) ese punto de partida, situado en 1933, de cuatro de las pensadoras más importantes del siglo XX que retrata en su último libro, ‘El fuego de la libertad’ (Taurus). En este ensayo –como ya hiciera en Tiempo de magos’–, entrelaza las vidas de, asegura, cuatro heroínas que nos demostraron que quien lleva dentro «el fuego de la filosofía», no importa las adversidades que encuentre en el camino, se convertirá en filósofo –o, en este caso, filósofa–. Porque para ser una de las grandes mentes de la humanidad solo se necesita una chispa en el interior que se vea avivada hasta convertirse en llama. Solo así se encontrará, como hicieron ellas, en la filosofía un refugio en tiempos de oscuridad. Eilenberger recibe a ‘Ethic’ –pantalla mediante– desde su apartamento en Alemania y nos recuerda varias veces, antes y durante la entrevista, que «la filosofía no es una disciplina académica, sino un estilo de vida»; y Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hannah Arendt la personificaron a la perfección.


Su libro comienza con dos citas a las que separan 246 años: una del clásico Goethe, la otra de la cantante Billie Eilish. ¿Cómo reflejan estos dos artistas tan diferentes el espíritu de El fuego de la libertad?

La cita de Goethe pertenece al poema Prometeo, ese mito en el que una persona roba el fuego de los dioses como primer acto de autonomía, de cultura. Es el momento exacto de la creación de la noción de que soy el único responsable de mi propio bienestar. Y esta idea la encontramos directamente en el corazón del libro, ya que el mito de Prometeo forma parte de su esencia. Pero, además, los tres últimos meses de escritura coincidieron con el principio de la pandemia, un momento en el que escuchaba mucha música. Fue ahí cuando me topé con No time to die de Billie Eilish y me di cuenta de que la combinación entre fragilidad y resiliencia que había en su voz, junto a la letra de esta canción, también personifican el espíritu del libro. Además, cuando en la canción dice «Fool me once, / fool me twice / Are you death or paradise?» («Me engañas una vez, / me engañas dos veces / ¿eres la muerte o el paraíso?») solo puedo pensar en que esa misma pregunta se la hicieron las protagonistas de mi libro, una y otra vez, entre 1933 y 1943.

«No hay una condición natural que nos haga libres: la libertad es social y política»

De entre todos los exponentes filosóficos de los años treinta del siglo pasado, ¿por qué Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hannah Arendt?

Escribo narrativa de no ficción en un intento de verbalizar que la filosofía no es una disciplina académica, sino un estilo de vida. Es importante no solo proclamar, también encarnar tus ideas. Y en la búsqueda de filósofos, ya fueran hombres o mujeres, que ofreciesen ejemplos paradigmáticos de lo que significa llevar una vida filosófica, ellas eran las más representativas. Para perfiles así, los momentos de crisis son especialmente atractivos y catalizadores: cuando la existencia cultural –el ser humano en sí– se enfrenta a unas determinadas presiones, se produce un proceso similar al de la dinamita. Cuanta más presión, más brilla al estallar. Eso es lo que ocurre con la filosofía. Estas cuatro mujeres jóvenes fueron, en la década que se narra, las primeras en graduarse en la universidad de los años 20 del siglo pasado, y estaban viviendo una época muy complicada. Tres de ellas eran judías en aquella Europa de 1933 en adelante. Ser una intelectual, mujer y judía durante esa década oscura era especialmente desafiante (y terrorífico), así que son los personajes perfectos para construir una narrativa sobre el significado de la libertad en tiempos de oscuridad. Claro está que estas cuatro filósofas no solo eran las más influyentes del siglo XX, sino que compartían una temática y unos interrogantes comunes. Para organizar un libro como este necesitas un núcleo sistemático que lo guíe: el continuo cuestionamiento sobre el otro y lo que ese otro significa para mi libertad personal. Ese es el eje vertebrador de todas estas filósofas. Pero es que, además compartían generación y un espacio (físico) común: París.

¿Hay similitudes entre esa Europa y la nuestra? ¿En qué hemos avanzado (y en qué retrocedido) durante todo este tiempo?

Hemos avanzado de manera excepcional desde entonces; tanto, que no somos conscientes de ello. Por ejemplo, en 1934, los derechos civiles y laborales, las vacaciones pagadas, disponer de un sábado libre o la posibilidad para las mujeres de abrir una cuenta bancaria eran demandas utópicas que ahora son parte de nuestra normalidad. Especialmente, hemos avanzado mucho en los derechos de las mujeres. En los últimos ochenta años se han producido los desarrollos más sorprendentes de la historia de la humanidad, especialmente en lo relacionado con las dinámicas de emancipación. Podemos mirar al siglo XX como el de la emancipación, el mayor paso que la humanidad ha dado en los últimos cien años. Por tanto, aunque el progreso es considerable, a la vez hay una continuidad cuando hablamos de presiones, porque somos seres humanos y la constelación central del otro –lo que él o ella significa para mí y hasta qué punto es una condición de la posibilidad de mi propia libertad– es una pregunta eterna que no cambia con el paso del tiempo. En ese sentido, podemos decir que los años 30 y 40 del siglo pasado son relevantemente similares a nuestro presente en un aspecto: la fuerza normativa del nosotros, que cuestiona a qué grupo perteneces y qué privilegios tienes por formar parte de este. Esta era una cuestión esencial en aquella época, cuando lo colectivo volvió a formar parte del discurso político, y ahora mismo volvemos a encontrarnos en medio de esa misma dinámica.

Reflexiona en su libro sobre la libertad que viven Beauvoir y Sartre –y, especialmente, sus protegidos– y de cómo la renuncia a la misma era considerada un pecado mortal. Pero ¿qué es la libertad?

Tenemos ciertos conceptos que son muy importantes para nuestro día a día y asumimos que, como todos compartimos la misma palabra –libertad–, también compartimos la misma definición. La filosofía consiste en mostrarles a otras personas que no es así: su significado es amplio y controvertido. El libro intenta verbalizar la idea de que estas cuatro filósofas que compartían las mismas presiones, los mismos interrogantes y anhelos, tenían ideas muy diferentes sobre lo que es la libertad. En ese sentido, podríamos decir que, para Beauvoir –aunque esto cambia después de 1943–, la libertad no es posible frente al otro; para centrarte en ti mismo tienes que renunciar a todo lo que te hace humano. Esto es, la capacidad de decidir libremente en cada situación. Si renuncias a ella, decía Beauvoir, renuncias a tu humanidad. Sin embargo, para Ayn Rand la existencia de los otros es una amenaza constante a tu propia autonomía. Para Simone Weil, la idea de que hay un yo libre para elegir es la ilusión de la que tenemos que curarnos para ser verdaderamente libres, es decir, llegar a ser libres de la ilusión de ese yo del que los existencialistas hablaban tanto. Hannah Arendt, por otro lado, tiene una visión clara –e importante para nuestro tiempo– basada en la idea de que poder elegir mi identidad independientemente de los otros es un fantasma: solo somos libres con los otros, y tenemos que encontrar nuestro camino dentro de esa constelación. Estas cuatro mujeres tienen muchas cosas que decirle a una joven de 18 años en París, Madrid, Nueva York o Sídney sobre lo que significa la libertad para su futuro.

«Seas hombre, mujer, gay o trans, la ventana de libertad nunca ha estado tan abierta en Europa; pero siempre podemos perder lo que hemos conseguido»

¿Ha cambiado ese concepto de libertad en nuestros días?

En un sentido superficial –incluso en uno más profundo– la libertad ha evolucionado enormemente. Nunca antes una mujer joven ha tenido tanta libertad para desarrollar su vida como en los últimos 25 años en Europa. Hablando de manera más general, el filósofo Immanuel Kant soñó con una Europa libre, y esa es nuestra Europa ahora. Hemos recorrido un largo camino. Pero, a la vez, la gente está tan abrumada por la pluralidad de las opciones como para no sentirse libre, sino presionada. El denominado ‘mercado libre’ crea todo tipo de limitaciones hasta perder (o renunciar) a verdaderas libertades. Las realidades a las que nos expone la tecnología, como el deep fake, son mucho más poderosas que cualquier herramienta que pudiesen haber imaginado los nazis o Stalin… Y todo ello nos ofrece diferentes percepciones de la libertad en nuestro tiempo. Por eso es importante entender que, en el centro y occidente de Europa, ya seas hombre, mujer, gay o trans, la ventana de libertad nunca ha estado tan abierta como ahora. Y, a la vez, todo está en disputa; siempre podemos perder todo lo que hemos conseguido. La historia nos demuestra que lo hacemos tarde o temprano, por eso tenemos que ser conscientes de que nada es inamovible, y que no hay una condición natural que nos haga libres. La verdadera condición de la libertad es social y política. Y eso es lo que estas cuatro mujeres sobre las que escribo entendieron sin medias tintas. Al principio pensaban de manera diferente, pero por culpa de la presión política de su época se dieron cuenta de todo lo que estaba en juego.

Argumenta que «el objetivo de Rand en su novela [El manantial] era ante todo poner de manifiesto ‘la lucha entre individualismo y colectivismo, pero no en la política, sino en el alma humana’». ¿Cómo ha evolucionado desde entonces esa confrontación entre el yo y lo colectivo?

La de Rand es una manera brillante de formular la lucha entre el yo y lo colectivo. Cada persona que está en Twitter, Instagram, Facebook o TikTok puede ver cómo esta batalla se lleva a cabo a diario: buscas la aprobación, los likes de otras personas; no de alguien en particular, sino de un colectivo que confía en que te comportarás acorde a unos valores o comprarás de una manera determinada. Ayn Rand expuso que la pregunta más acuciante para el ser humano es, cuando entra en juego el desarrollo de su individualidad –¿qué piensas de mí?–, y su gran intuición fue ver los ojos del otro como una manera de alienación que te lleva a perderte a ti mismo, a perder tu buen juicio. Rand luchó contra esta fuerza muchas veces a lo largo de su vida, pero todos la sentimos a diario. Así que pensar que puedo encontrarme a mí mismo buscando orientación en la manera en que otros me juzgan es uno de los ejemplos más básicos de cómo perderse como ser humano. Rand nos muestra claramente cómo estamos, de manera consciente, deformándonos para intentar sentirnos aceptados por los otros. Y hay una escena que pivota sobre esta idea en El manantial, donde vemos como un solitario –el publicista– se acerca a Howard Roark y dice: «Sé que piensas mal de mí». Pero Roark le responde: «No, no pienso en absoluto en ti». Esa es una manera de autonomía es agresiva y reducida, pero importante para mantener esa idea.

Volviendo a la idea de la libertad, ¿cómo se entiende esta dentro de una sociedad que tiende a primar el yo frente a lo colectivo?

La cuestión del yo y lo colectivo se puede estratificar en tres zonas: el día a día, la política y la economía. Y el mayor encanto del neoliberalismo (tal y como se entiende comúnmente) es que las aborda de la misma manera: estás tú y solo tú. Es una descripción muy atractiva y a la vez imposible del ser humano. Para tener una visión más clara de esta lucha tenemos que especificar si hablamos de una existencial o, por ejemplo, una entre tú y tu pareja, o la persona a la que amas. ¿O, acaso, es una lucha política en la que te han clasificado como mujer, persona racializada u hombre mayor blanco? También tenemos el significado de la libertad en el ámbito económico, y la economía de la libertad es extremadamente importante. Lo fascinante de las cuatro filósofas es que abordan la cuestión de la libertad desde las tres perspectivas intentando entender que son diferentes niveles interconectados, pero independientes. Si lees a Rand, Weil, Beauvoir o Arendt encontrarás respuestas que no, necesariamente, forman una teoría con la que se explique por qué estos niveles interactúan así. Ellas eran novelistas, escritoras y reporteras, y esto es esencial para entender su atractivo, porque la literatura es mucho más adecuada para mostrarnos esta complejidad. Se podría decir que son filósofas antisistema: piensan que el sueño filosófico de construir una pequeña teoría que lo explique todo es inútil y que hay que describir el mundo de forma más precisa.

«En 1943 tocamos fondo: sabemos cómo identificar ese punto más bajo de la civilización humana»

Weil, en plena Segunda Guerra Mundial, dijo que «Europa venía sufriendo una devastadora erosión de unos valores que una vez fueron cultural y políticamente fundamentales». Las políticas migratorias actuales, el auge de la extrema derecha y los populismos, los movimientos negacionistas de la pandemia… ¿Cuán erosionados están hoy en día los valores de la Unión?

Siempre intento hacer énfasis en lo positivo. Hay una bellísima frase que me encanta de un filósofo alemán, Karl Krause, que dice: «Si pudiésemos tocar fondo lo habríamos hecho hace tiempo». La realidad es que en 1943 tocamos fondo y, por tanto, sabemos cómo identificar ese punto más bajo de la civilización humana. Ahora hay un peligro, especialmente en la izquierda, de cometer el mismo error que Pedro en la fábula de Pedro y el lobo: si gritas siempre que el lobo está ahí, cuando realmente llega, nadie te escucha. En ese sentido, especialmente en España, que es una democracia frágil, hay movimientos de extrema derecha mucho más poderosos que hace diez o quince años, y las políticas identitarias están a punto de erosionar el sistema democrático. Pero a la vez veo lo resiliente que es el país: la democracia sigue funcionando, sigue en su lugar y la gente cree en ella, las instituciones funcionan bien. Soy muy reticente a la hora de aseverar que estamos en peligro de retroceder, especialmente cuando tenemos un país como España en el que hay un 20% de jóvenes en paro, algo que normalmente es caldo de cultivo para las revoluciones extremistas –sea de derecha o de izquierda–; y me sigue sorprendiendo esa resiliencia. Hay razones para tener fe en que la democracia prevalecerá. Y es que, desde un punto de vista sociológico, en los últimos 15 años debería haber habido una revolución en España –y, probablemente, no una productiva– porque es una democracia muy joven después de todo. Por eso es un milagro político: deberíais ser mucho más conscientes de lo fuertes que sois en ese sentido. Cierto es que luego hay problemáticas como los movimientos anticiencia o antimigraciones, pero deberían abordarse de manera separada, porque tendemos a pensar que la extrema derecha tiene ciertos patrones pero, realmente, si los observas de cerca, son desiguales y también existen en la izquierda. Pretender que entendemos todas estas cuestiones utilizando lo que Simone Weil llamó conceptos macro que lo explican todo es peligroso.

La filosofía ha abordado en muchas ocasiones todos estos conceptos. Pero, en tiempos de crisis –económicas, sociales, culturales o, incluso, medioambientales– como los que se vienen viviendo en lo que llevamos de siglo, ¿cómo puede ayudarnos esta disciplina de pensamiento?

La descripción más hermosa de lo que la filosofía puede hacer en la vida diaria pertenece a [Ludwig] Wittgenstein, quien dice que «la filosofía siempre empieza tras haber perdido tu camino en un entorno complejo». En otras palabras, sería como una gran ciudad con calles estrechas donde la filosofía es ese momento preciso en el que te das cuentas de que te has perdido y no sabes cómo encontrar el camino. Hay dos ideas de lo que un filósofo puede hacer, que están muy relacionadas con lo que la ética debería hacer. Algunos dicen: «Sé dónde estás, sé dónde quieres ir, soy el filósofo, te enseño cómo llegar, te digo cómo debería hacerse». Pero esta no es la idea de Wittgenstein. Para él, el filósofo debería dibujar un mapa de la ciudad en la que estás perdido para saber dónde te encuentras y qué opciones tienes. A la vez, la ética está en el corazón de la filosofía y es un pilar incontestable, aunque hoy día tiende a ser frívolamente politizada –especialmente la ética aplicada– y se presenta como un sirviente de la política y de las instituciones. Ese es el cáncer de la filosofía. Hay un peligro real en acabar estando demasiado seguro de uno mismo y convertirse en un filósofo frívolo.. Los filósofos siempre tienen miedo de no ser todo lo relevantes que deberían ser, y por eso acceden alegremente a señalar directamente el camino que seguir o decir qué hacer (ya sea a nivel político o existencial). Es problemático pensar que el filósofo tiene un conocimiento especial de lo que hay que hacer, y que es capaz de transmitírselo a al resto de seres humanos. Es uno de los pecados capitales de la filosofía. Una vez que pecas dejas de ser filósofo y te conviertes en otra cosa.

«Es peligroso pensar que el filósofo tiene un conocimiento especial de lo que hay que hacer y que es capaz de transmitírselo al resto»

La filosofía cada vez está más denostada en los sistemas educativos, pero sin ella el pensamiento crítico se debilita. ¿A qué se debe esta paradoja?

Nos encontramos ante el fracaso de la filosofía como disciplina académica. Es decir, la manera en que la filosofía está (comercialmente) organizada a nivel académico actualmente, como carrera, como un sistema frugal en el que lo que se publica desaparece, es errónea. Pero ¿cómo puede un sistema educativo que, supuestamente, busca el pensamiento crítico, olvidarse de la filosofía? Hay varias respuestas. En España, por ejemplo, está claro que la institución de la Iglesia católica nunca ha tenido mucho interés en que la filosofía se convierta en una disciplina con un lugar fijo en el currículo académico. Su lógica siempre ha sido que la teología y la filosofía incluida en el dogma religioso son suficientes. La Iglesia no quiere regalar su capacidad (y poder) de enseñar filosofía de la manera que cree que debe enseñarse. Pero esto es diferente en Alemania, o en Estados Unidos. Y también la idea de lo que es un intelectual y cómo debería entenderse es diferente. No hay una respuesta general.

¿Puede el ser humano entender el mundo sin filosofía? 

Aunque la filosofía es importante, no creo que la capacidad de poseer pensamiento crítico resida en estudiarla dos horas a la semana en la escuela. Hay muchas maneras de aprender y conseguir ese pensamiento crítico que tiene un papel tan importante en el futuro (y el entendimiento) de la humanidad. Sin embargo, hacer de la filosofía un sujeto de fetichismo –decir: «Si no filosofas no puedes tener pensamiento crítico»– es caer en un equívoco. Por tanto, tenemos que buscar otros caminos, y uno de ellos nos devuelve de lleno a El fuego de la libertad. Hoy día, jóvenes académicos y científicos dicen muchas veces que les gustaría hacer filosofía, pero no consiguen becas, no tienen dinero o la estructura académica necesaria para ello. Y yo les digo: «Pensad en Hannah Arendt, en Simone Weil, en Ayn Rand o en Simone de Beauvoir. Si quieres hacer filosofía, encontrarás la manera». Porque no podemos esperar que la sociedad nos dé los instrumentos para hacerla. Y las cuatro heroínas de mi libro nos demuestran que si realmente quieres, puedes. Porque si tienes dentro de ti el fuego de la filosofía, podrás convertirte en filósofo. No creo que la filosofía como tal descanse en la necesidad de que haya instituciones que piensen por ti. Es más, ahora mismo, las instituciones –especialmente la universidad– son tan poderosas que están matando el fuego de la filosofía por ellas mismas con sus lógicas erradas.

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