Internacional

El cambio climático en África: un continente especialmente vulnerable

La periodista Aurora Moreno explora en ‘El cambio climático en África’ (Catarata) cómo el aumento de las temperaturas está afectando gravemente a un continente que se enfrenta a problemas como la desertificación, la pérdida de biodiversidad o la disminución de la fertilidad y la productividad de un terreno del que viven millones de personas.

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02
agosto
2021

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El Acuerdo de París de 2015 estableció el objetivo común de limitar el calentamiento global del planeta a 2 ºC res­pecto a los niveles preindustriales y aumentar los esfuerzos para bajar a 1, 5 ºC. Sin embargo, el Informe sobre la Brecha de Emisiones, que mide la diferencia entre las emisiones previstas para 2030 y las que serían necesarias para cumplir con el acuerdo, avisa de que, de seguir en la línea actual, el calentamiento alcanzado podría llegar a los 3,2 ºC al finalizar este siglo. Un aumento que será global pero que tendrá impactos desiguales a lo largo del planeta: tal y como ha puesto de manifiesto el IPCC, África será probablemente uno de los más golpeados por el cambio climático y las temperaturas aumentarán allí más que la media mundial.

Además, estos impactos podrían ser especialmente cruentos como consecuencia de diversas cuestiones estructurales del continente, especialmente en él África subsahariana. Entre estos factores, recogidos por el IPCC en 2017, destacan la dependencia de las lluvias y el clima para la producción agrícola; las dificultades de acceso al agua; el aumento de las tierras áridas y la desertificación; la vulnerabilidad de las zonas costeras y las tierras bajas; y la prevalencia todavía no controlada de algunas enfermedades. Por supuesto, estas realidades no se dan con la misma intensidad en todas las zonas, pero sirven para trazar un mapa de los posibles impactos sobre el continente y entender por qué pueden ser tan graves.

¿Lloverá hoy?

En el continente se dan dos procesos simultáneos: una gran dependencia económica del sector primario y una agri­cultura extremadamente dependiente del clima. Cerca de la mitad de la población del continente, sobre todo en las zonas rurales, vive de la agricultura, la ganadería o la pesca. En el África subsahariana, la agricultura representa, de media, un 15% del PIB, una cifra muy alta si tenemos en  cuenta que en países como Canadá, Estados Unidos, Méxi­co o Rusia apenas llegan al 5%. Pero, además, dentro del propio continente existen grandes disparidades, llegando a representar hasta el 50% del PIB en lugares como Chad, un país situado en la franja del Sahel, sin salida al mar y en el que la mayor parte de la agricultura es de subsistencia y las crisis alimentarias son recurrentes. Un territorio don­ de los agricultores, que conforman el 77% de la población empleada, trabajan la tierra plantando productos como sorgo, mijo o patatas, enfrentándose cada día a la aridez de la tierra y preguntándose si lloverá.

De cumplirse las previsiones respecto al calentamiento global, será aún más complicada la tarea de garantizar la seguridad alimentaria

A esta dependencia de la agricultura se suma, además, que más del 90% de la producción agrícola en África es de secano, es decir, dependiente de las lluvias para la produc­ción de las cosechas, por lo que una variación en las precipi­taciones pone en riesgo la alimentación de la población. Por ello, de cumplirse las previsiones respecto al calentamiento global, que impactan en la productividad de las cosechas y la degradación de la tierra, será aún más complicada la tarea de garantizar la seguridad alimentaria, entendida por la FAO como la situación en la que «todas las personas, en todo mo­mento, tienen acceso físico, social y económico a una alimentación suficiente, segura y nutritiva para una vida sana».

Por otro lado, la productividad en África subsahariana es una de las más bajas del mundo (1,5 toneladas por hec­tárea) y aunque la producción total ha crecido durante los últimos años, este aumento se ha debido más a la ex­pansión de tierras cultivadas que a la mecanización del trabajo, por lo que a día de hoy es insuficiente para satisfacer las demandas de la población. Así, el déficit ha au­mentado no solo en los países que tradicionalmente ha­bían sido importadores de alimentos (el norte de África y los dedicados a la exportación de productos mineros), si­ no también en los países que solían ser autosuficientes. Según el Atlas Mundial de la Desertificación, mientras que la producción agrícola per cápita aumentó en los países desarrollados un 74% entre 1961 y 2015, en África subsahariana se redujo casi un 12% durante el mismo periodo. Un ejemplo claro es el de la producción de cerea­les, en la que África ha pasado de ser autosuficiente en los años sesenta a convertirse en importadora neta.

Acaparamiento de tierras

A los impactos del clima se suman otras realidades que también ponen en riesgo la seguridad alimentaria, como por ejemplo los procesos de acaparamiento de tierras que desde principios de los 2000 se han dado en el con­tinente. África es la región mundial más afectada por las adquisiciones a gran escala y, aunque existen discre­pancias en cuanto al número de hectáreas vendidas o ce­didas a causa de la opacidad de los procesos, la falta de estadísticas fiables y la existencia de un alto porcentaje de tierras sin registrar, la realidad es que estos proce­sos han supuesto la desaparición de millones de hectá­reas de bosque primario y dificultan el acceso de las po­blaciones a sus propios recursos.

En muchos casos, estos grandes negocios agroindustriales han ocupado enormes zonas de selva que eran, a la vez, un pulmón para el pla­neta y ofrecían importantes recursos para las poblacio­nes que vivían en ellas (espacio para el pastoreo, recogi­da de madera, agua, plantas medicinales…); en otros, estas actividades han ocupado o perjudicado las tierras en las que los propios campesinos trabajaban y de las que obtenían sus alimentos. Y en este contexto, las mujeres se han convertido en el grupo de población más vulnera­ble. En general, y más si viven en entornos rurales, son ellas las encargadas de proveer de alimentos a sus fami­lias y quienes principalmente trabajan la tierra, encar­gándose de la siembra y la recolección, así como de la posterior venta de los productos en los mercados locales, de la recogida de leña para cocinar y de buscar agua para vivir. Sin embargo, en muchas ocasiones ni siquiera po­seen derechos de propiedad sobre la tierra que cultivan, a pesar de que la propia Unión Africana se había propues­to como objetivo que los Estados dedicasen al menos el 30% de la tierra documentada a las mujeres para 2025. Esto les resta capacidad de decisión sobre las tierras, les impide acceder a financiación para mejorar los cultivos y dificulta su participación en los procesos de negociación sobre los terrenos.

La escasez de agua

Pocas imágenes más tópicas que la de una mujer africana transportando agua, generalmente, en grandes barriles y sobre la cabeza. Una típica postal del continente que se re­pite hasta la saciedad en folletos de oenegés, informes oficia­les y hasta cuadros pintados por artistas callejeros africa­nos. Y no cabe duda de que responde a una realidad: según la Organización Mundial de la Salud, unos 319 millones de personas en África no tenían acceso a agua potable en 2015. Su escasez ha sido una constante histórica en algu­nas zonas del África subsahariana –aunque en algunos lu­gares se debiera más a la falta de canalizaciones que a un verdadero problema de recursos– y las previsiones para el futuro no son positivas. Y a ello se suma, además, la de­ gradación de la calidad del agua, que será también un im­portante reto debido a la contaminación, los residuos agrí­colas, la deforestación, la creciente urbanización y los desechos urbanos.

Según el IPCC, entre 356 y 600 millones de personas podrían enfrentarse a la escasez de agua para el 2050 y los patrones hídricos pueden verse seriamente afectados por el cambio climático. Sin embargo, esto no sucederá de igual forma en todos los países: algunas zonas verán agra­vada su situación, mientras que en otras puede que au­menten las precipitaciones. Así, algunos estudios indican que el cambio climático y el consiguiente incremento del vapor de agua en la atmósfera están reforzando los ciclos hidrológicos, lo que supone que las regiones húmedas son cada vez más lluviosas, mientras que las secas reciben cada vez menos agua.


Este es un fragmento de ‘El cambio climático en África: Efectos, estrategias de adaptación y soluciones desde el continente’ (Catarata), por Aurora Moreno Alcojor. 

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