Medio Ambiente

¿Puede la tecnología realmente salvar el planeta?

La teoría parece clara: para descarbonizar la economía y garantizar la salud del planeta, hay que hacer confluir las dos grandes transformaciones de nuestro tiempo, la transición ecológica y la revolución tecnológica. Pero ¿cuál es el manual de instrucciones para llevar a cabo esta colosal empresa?

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Carla Lucena - Valeria Cafagna
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28
junio
2021

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Carla Lucena - Valeria Cafagna

La primera fotografía de la historia de la humanidad —al menos, la primera que se conserva— necesitó ocho horas de exposición a la luz. En esos 480 minutos, el inventor francés Joseph Nicéphore Niépce asomó a la ventana de su casa en Borgoña la cámara oscura que capturaría lo que hoy lleva el tan acertado como poco original nombre de Vista desde la ventana en Le Gras, una borrosa imagen en blanco y negro en la que apenas se distingue la fachada de dos edificios. En el mismo lapso de tiempo que se tomó ese retrato en 1826, hoy, la cámara del satélite DSCOVR, situada a más de un millón y medio de kilómetros de la Tierra, es capaz de captar series de imágenes de alta calidad en color que muestran la superficie total del lado de nuestro planeta iluminado por el sol. Dos siglos separan a ambas fotografías. Dos escenarios que evidencian las vertiginosas velocidades a las que evoluciona lo tecnológico. Pero hay algo más: reflejan también cómo ha cambiado nuestra manera de entender y utilizar la tecnología. Esta ha dejado de ser un fin en sí misma —porque, al final, la importancia de la fotografía de Niépce estaba más en el cómo que en el resultado— para convertirse en una herramienta práctica. Y no porque la de la NASA nos enseñe una perspectiva inédita de nosotros mismos, sino porque las imágenes están diseñadas para mostrarnos la distribución de los aerosoles por la atmósfera, la fracción de superficie cubierta por nubes, la radiación ultravioleta emitida por la Tierra o la cantidad de ozono.

«Los retos a los que nos enfrentamos como especie no los podemos afrontar sin la ayuda de la tecnología», explicaba Nuria Oliver, doctora por el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en una entrevista en Ethic. Una tesis que apuntalan los informes de los principales organismos internacionales, como el Foro Económico Mundial o Naciones Unidas. «Las tecnologías pueden ayudar a que nuestro mundo sea más justo, más pacífico y más equitativo», sostienen desde la ONU. Lógicamente, hablamos de un arma de doble filo. El historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, en su obra 21 lecciones para el siglo XXI, advierte sobre los peligros de las nuevas tecnologías, pero también reflexiona sobre cómo pueden ayudarnos a abordar los principales desafíos del siglo, entre los que destaca el climático.

Para Álvaro Rodríguez, director de The Climate Reality Project en España —una organización fundada por el exvicepresidente de los Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz, Al Gore—, aplicaciones como las del satélite DSCOVR son las que muestran con mayor evidencia que las tecnologías pueden convertirse en aliadas para hacer frente a los problemas medioambientales. «Gracias al big data y a la inteligencia artificial (IA) podemos monitorizar el clima, hacer un seguimiento de lo que sucede en los sistemas naturales y adelantarnos en las actuaciones». La detección y gestión de incendios o de huracanes, explica, es un caso ilustrativo: hasta hace pocos años, la magnitud de un incendio forestal se conocía a posteriori, cuando el fuego ya había abrasado hectáreas y hectáreas de bosque. Ahora, los sistemas de satélite o los drones permiten controlar en tiempo real la evolución del incendio y apagarlo con mayor rapidez. De hecho, en países como Japón ya utilizan la IA para predecir inundaciones en áreas costeras antes de que el tsunami llegue a tierra. Y no hace falta irse tan lejos: muchas estaciones meteorológicas terrestres de nuestro país incorporan sofisticados sensores que, mediante el internet de las cosas (IoT), miden parámetros como la humedad del suelo y la vegetación.

En países como Japón ya utilizan la inteligencia artificial para predecir inundaciones

Ahora bien, reducir el uso de la digitalización a la observación sería como ponerle puertas al campo. «Limitaría una revolución que, bien orientada, brinda un sinfín de oportunidades para la lucha contra el cambio climático», asegura Rodríguez, que recuerda que la tecnología puede ayudarnos a reducir la huella ecológica. Para ello, sostiene, primero deben conjugarse esas dos grandes transformaciones —la digital y la ecológica— que durante años han seguido caminos paralelos.

«Cada vez se ve más claro que la digitalización constituye un elemento transformador esencial para luchar contra el cambio climático y lograr la neutralidad en las emisiones en 2050», sostiene Inmaculada Ordiales, economista y analista de políticas públicas, y autora del trabajo de investigación Digitalización y cambio climático (2021). A su juicio, la pandemia o, en concreto, el Fondo de Recuperación Next Generation EU, que repartirá un total de 750.000 millones de euros entre los Estados miembro para realzar la actividad económica y capear la crisis social, supone un impulso para llevar a cabo esas dos transiciones que, recuerda, ya habían comenzado a materializarse previamente en estrategias concretas.

Es el caso del Green Deal europeo, ese colosal plan presentado por la Comisión Europea a finales de 2019 que ambiciona lograr la neutralidad climática para 2050 y que ya contempla las tecnologías digitales como un «factor crítico» para facilitar la consecución de los objetivos de sostenibilidad. En nuestro país, tanto la estrategia España Digital 2025 como la de Transición Justa también suponen un avance en los ámbitos de digitalización y transición ecológica. Pero el empuje final parece haberlo dado la recientemente aprobada Ley de Cambio Climático. En ella se incluye un nuevo capítulo, el 5 bis, que aborda el papel de la digitalización en la descarbonización de la economía. «Que se haya recogido en la ley demuestra que no es solo una meta en sí misma, sino una herramienta habilitadora con un propósito claro: alcanzar el objetivo social de reducir las emisiones de CO₂», subraya Ordiales.

El reto que se plantea la legislación no es nimio: promete emplear el potencial de las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial o el machine learning, para transitar hacia una economía verde a través de, por ejemplo, el diseño de algoritmos energéticamente eficientes. Y aunque la idea original sea que todo el mundo saque provecho de esta revolución digital, algunos sectores, como el energético, serán los más beneficiados. La razón parece evidente: es el responsable de cerca del 35% de los gases de efecto invernadero a nivel global, según un informe de evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). «La digitalización, la hiperconectividad y el big data han dado un vuelco total al sector de la energía, uno de los mayores emisores de CO₂ a nivel mundial, donde ha permitido avanzar en aspectos como la mejora de la eficiencia energética, la integración de las energías renovables y la electrificación de las economías», extrae Ordiales de su investigación.

Transformar las ciudades con tecnología

Las casas inteligentes, los sistemas de control de refrigeración vía móvil o el uso de paneles solares son algunos de los avances tecnológicos que reducen la ineficiencia energética. Algo que para Alfred Vernis, experto en sostenibilidad y profesor de ESADE, es tan solo el primer paso: «Gracias a las nuevas tecnologías se hace posible la generación distribuida, el autoconsumo o los sistemas de movilidad compartida sostenible». Y enfatiza: «Estas soluciones son el futuro de las ciudades». En ese camino hacia urbes más inteligentes y sostenibles, lugares como Moscú ya han comenzado a aplicar la IA en la instalación de sensores que monitorizan, controlan y descongestionan el tráfico rodado, disminuyendo así la contaminación. Se trata de un deseado horizonte todavía lejano en nuestro país, donde la transformación digital no ha acabado de despegar.

Según el último informe elaborado por el Consejo Económico y Social (CES) sobre la digitalización de la economía española, en los últimos cuatro años se han logrado importantes avances en el terreno digital, sobre todo en cuanto a infraestructuras y conectividad se refiere. De hecho, hace apenas unos meses algunas de las principales teleoperadoras desplegaron sus redes móviles 5G en diversas ciudades de nuestro país. No obstante, y a pesar de situarse por encima de la media europea, España solo alcanza el décimo lugar en desarrollo digital entre los países de la UE. El estudio del CES recoge, además, una clara deficiencia en nuestro país en los usos avanzados de internet, como el big data o la robotización, así como en la integración de tecnologías digitales en las empresas. «Hoy en día, casi todas las empresas tienen conexión a internet y una página web, y la Administración Pública permite el acceso y la comunicación online. Pero si miramos cuántas personas o compañías utilizan la computación en la nube, el big data o el blockchain, el porcentaje es bajísimo», advierte Ordiales. Concretamente, tan solo un 16,3% de las empresas españolas utilizan la nube y apenas un 10,7% hacen uso del big data.

La Ley de Cambio Climático apuesta por el diseño de algoritmos energéticamente eficientes

Ante este atraso, se torna complicado popularizar las innovaciones más disruptivas para reducir las emisiones de CO₂. Es el caso del blockchain, una tecnología que suele asociarse a las famosas criptomonedas, pero cuyas aplicaciones van mucho más allá. Algunas compañías, por ejemplo, ya han comenzado a utilizar este sistema digital inquebrantable para trazar con fiabilidad la huella de carbono que se genera en cada fase del proceso de producción. A pequeña escala, se emplea para realizar contratos inteligentes (o smart contracts) por vía digital. El mecanismo es sencillo: las partes acuerdan unos términos que se traducen al lenguaje informático y, cuando se cumple una condición (por ejemplo, alguien realiza el pago), la tecnología digital sella y verifica el contrato sin necesidad de que haya un abogado de por medio. Algunos clubes deportivos ya utilizan este sistema para fichar a jugadores, aunque son muchos otros los ámbitos en los que se está empezando a emplear. Hay comunidades de vecinos que comparten o venden la energía excedente generada por sus placas solares a través de los contratos digitales. Todo a base de clic y sin tener que sufrir los inconvenientes de los procesos burocráticos.

Así, el blockchain, el 5G, el internet de alta velocidad, la nube, el internet de las cosas, la inteligencia artificial o la realidad virtual son, a día de hoy, las tecnologías con mayor capacidad para acelerar la transición ecológica, según el informe Digital with Purpose: Delivering a SMARTer2030, elaborado por GeSI y Deloitte. No obstante, eso no significa que sean las únicas. Otras más avanzadas, como la computación cuántica —una rama de la ingeniería informática que permite procesar y resolver problemas complejos miles de millones de veces más rápido que cualquier dispositivo al que estamos acostumbrados—, prometen volatilizar los límites tecnológicos hasta ahora conocidos.

En 2019, Google informó de que uno de sus superordenadores había logrado realizar en solo 3 minutos y 20 segundos una operación de cálculo con números aleatorios que el mejor ordenador convencional hubiese tardado miles de años en realizar. De esta manera, daba el pistoletazo de salida a una carrera mundial por crear el ordenador más inteligente del mundo en la que ya están inscritos otros grandes laboratorios tecnológicos. Esta revolucionaria tecnología podría mejorar la velocidad de sus operaciones en sectores como el de la banca, las finanzas, la química o la automoción. Pero sus aplicaciones podrían también conectarse con el desafío de reconciliar el desarrollo económico con la salud del planeta. Como expone en un artículo Fidel Díez, director de I+D del Centro Tecnológico de la Información y la Comunicación (CTIC), la computación cuántica tiene un enorme potencial para utilizarse en el desarrollo científico para la lucha contra el cambio climático. «Serviría para buscar materiales más ligeros, fuertes y aislantes que reducen las emisiones de edificios y medios de transporte o como ayuda para la reducción del consumo energético en la producción de fertilizantes, lo que haría más eficientes los sistemas de producción», asegura.

La sobriedad digital

Tampoco debemos dejarnos seducir al completo por los encantos que despliega ante nosotros la tecnología. A día de hoy, se calcula que la huella de carbono de la industria digital global representa entre el 2% y el 4% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). La cifra podría llegar al 14% de las emisiones mundiales en 2040 de seguir con la tendencia al alza actual de generación de datos, según un estudio publicado por el Journal of Cleaner Production. En su mayor parte, el origen de estas emisiones está en el uso y la fabricación de los dispositivos digitales, pero también de los centros de datos, esas enormes superficies donde se gestionan masivas cantidades de información y que consumen mucha energía para su refrigeración.

Frenar esta revolución para reducir las emisiones asociadas a ella carece de sentido en una sociedad cada vez más tecnológica. Sobre todo cuando el balance parece ser positivo a favor de la digitalización. «La capacidad que ofrecen las tecnologías digitales para reducir emisiones es diez veces superior a las emisiones generadas por ellas mismas», señala Ordiales, que refiere que las emisiones podrían reducirse en un 20% con la digitalización de la actividad productiva. De hecho, según datos del informe de GeSI, la penetración digital podría llegar a facilitar una reducción de 12 gigatoneladas de CO₂ para el año 2030 a partir de los ahorros alcanzados en sectores relacionados con movilidad, transporte, manufacturas, agricultura, construcción y edificación. «Eso no significa que debamos olvidar el reto de descarbonizar la digitalización en sí misma», concluye Ordiales.

Un desafío que, a su juicio, pasa por aplicar lo que Maxime Efoui Hess, investigador del think tank francés The Shift Project, denomina «sobriedad digital». Es decir, adoptar una serie de hábitos digitales sostenibles como el de limitar el almacenamiento online, pensar antes de compartir un contenido, eliminar la basura digital o extender la vida útil de nuestros aparatos. Estas prácticas, asegura Efoui Hess, podrían llegar a limitar el aumento del consumo de energía asociado a la industria digital, que hoy crece al 9%, en un 1,5% al año. Ahora solo queda por ver con qué fotografía decidimos quedarnos.


En cifras

  • El 33% del presupuesto de los fondos europeos que reciba España irá destinado a proyectos de digitalización
  • Cada correo electrónico almacenado genera 10 gramos de CO2 al año
  • Se generarían un 20% de emisiones menos con la digitalización de la actividad productiva
  • El superordenador más potente de España, situado en el Barcelona Supercomputing Center, será capaz de ejecutar 200.000 billones de operaciones por segundo en 2022
  • Un 3,8% del total de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial en 2019 procedían de la digitalización
  • Más de 400 teravatios de electricidad se utilizan para operar los centros de datos que acogen los servidores de internet
  • 1,1 billones de dólares será el presupuesto global dedicado en 2023 al internet de las cosas (IoT)
  • 10 gigabytes por segundo es la velocidad a la que el 5G permitirá navegar, diez veces más rápido que la fibra óptica actual
  • En 2019 se generaron en el mundo 53,6 millones de toneladas de residuos digitales
  • El 37% de los fondos europeos que reciba cada país, como mínimo, deberá ir destinado a la transición ecológica

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