Siglo XXI

«No somos capaces de salir del bucle turismo-ladrillo; siempre volvemos a caer»

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22
junio
2021

El periodista Jorge Dioni (Zamora, 1974) vive en un PAU de Alcorcón (Madrid), un Programa de Actuación Urbanística, ese tipo de urbanizaciones situadas en los alrededores de las grandes ciudades que surgieron a partir de los años 90 y que se componen de casas unifamiliares, sin comercios, planificadas en calles de cuadrícula bautizadas con nombres de planetas o ciudades lejanas. Dioni los define en su nuevo ensayo, ‘La España de las piscinas (Arpa Editorial)’, como una planificación que promueve el individualismo, «islas verdes –por las zonas comunes– y azules –por las piscinas– en las que reside buena parte de la llamada ‘clase media aspiracional’ de nuestro país: jóvenes familias con niños pequeños; los hijos y los nietos de la España vacía». Defiende así que el urbanismo no solo crea los modos de vida, sino que tienen una relación cercana con las tendencias ideológicas del territorio e influyen de manera directa en las consecuencias electorales y, también, en la convivencia.


¿Es España un país adicto a la construcción?

Volvemos una y otra vez a a ella, a pesar de las consecuencias. Ahora mismo estamos viendo de nuevo cómo regresa al ladrillo. En otros lugares de Europa, por diferentes circunstancias, la vivienda siempre ha tenido un aspecto social, siempre se ha pensado en dar acceso a la vivienda a todo el mundo, sobre todo entre las décadas de los 40 y los 60. Pero en España se ha abordado como un producto que debe crear mercados y que funciona por oleadas que los actores (propietarios, promotores y constructores) están preparados para aprovechar al máximo, mientras que las administraciones lo promueven con fiscalidad y recalificaciones. No llegamos a salir del bucle ‘turismo-ladrillo’. Con cada crisis llega el arrepentimiento y la autocrítica, pero siempre volvemos a caer. Se ve a día de hoy: la única ley que la Asamblea de Madrid ha sido capaz de aprobar en dos años ha sido una ley de suelo. También tenemos el ejemplo de la norma andaluza que salió adelante durante el confinamiento y que el Tribunal Supremo ha tumbado. Son intentos de promocionar más ladrillo en los lugares donde hay disponibilidad de suelo.

« La seguridad crea una adicción que llega a límites absurdos: cada vez quieres más»

¿Hay un motivo que nos lleve a ese estancamiento?

Hay una resistencia a la innovación, una especie de prisa muy cortoplacista. Por ejemplo, el Gobierno anuncia que va a crear una Agencia Espacial Española y la reacción es el cachondeo, sin entender que esas agencias al final tienen un impacto en el desarrollo tecnológico y en la economía, que crean nuevos materiales, que desarrollan las telecomunicaciones. Es una estrategia a largo plazo. Sin embargo, en materia urbanística, construir un nuevo barrio en Madrid es una solución más rápida. Es cierto que crea trabajo más en el corto plazo, pero es un trabajo que desaparece a la misma velocidad. Es un sector poco práctico para fiárselo todo y, ahora, nos encontramos con que faltan técnicos especializados: jefes de obra, encofradores… No formamos a tantos como necesitamos y, además, las personas cualificadas se ven desincentivadas para optar por ese tipo empleo, porque estamos hablando de un sector que cada 2 o 3 años expulsa mano de obra. Es un modelo que come territorio, patrimonio y energía para devolver muy poco al conjunto de la sociedad. Solo enriquece a una pequeña élite. La noticia de la estación de AVE de Córdoba construida encima de un palacio romano de valor incalculable lo resume todo, y lo ejemplifica en las reacciones que recibieron los arqueólogos: si planteas algo en contra es que eres antiprogreso.

En el libro criticas que el modelo urbanístico actual solo se aborda desde el juicio moral. ¿Por qué?

Suele haber mucho juicio moral en por qué la gente toma decisiones sobre dónde o cómo vivir. Hasta que una pareja decide firmar una hipoteca en las afueras tiene que pasar por ser testigo de la proliferación de los pisos turísticos o el aumento de los precios en el centro. Es lógico que a alguien le parezca una decisión acertada irse a las afueras si después de 20 años paga menos de hipoteca en comparación con lo que cuesta un alquiler en la ciudad. A día de hoy, la cuota de un chalet en un PAU puede costar lo mismo que una habitación en un piso compartido en el centro de Madrid. El precio de las viviendas o los alquileres es prohibitivo porque, si no, ¿cómo se van a vender las 120.000 viviendas nuevas que hay previstas en Madrid? Si se facilita el acceso al alquiler, siguiendo el modelo de otros países de la Unión Europea, ¿quién los va a comprar? No digo que haya una conspiración –no creo que el ministro Ábalos y la presidenta Ayuso se reúnan en una sala y firmen un pacto– sino que es la inercia del sistema la que lo provoca.

¿Existe una ideología alrededor de las PAU? En el ensayo argumentas que no responde a un perfil de ideas específicas.

Es que eso es una ideología, aunque no corresponda a unas siglas concretas. La urbanización crea una forma de ver el mundo: no tienes comercio a pie de calle, ni servicios públicos, tienes que ir en coche a cualquier lugar. Vives en una isla homogénea donde toda la población se parece mucho y nunca viene nadie de fuera. Se produce un reordenamiento de las prioridades y se ve más fácil la construcción del otro, del que es diferente a ti, porque la homogeneidad facilita la distinción. En una ciudad concentrada te cruzas con gente, paseas. En una urbanización de unifamiliares no pasea nadie ajeno. Así, tu idea de seguridad cambia, y con razón: tres cuartas partes de los robos en viviendas son en unifamiliares porque su aislamiento es mayor. En una casa o un piso en la ciudad los vecinos ven y escuchan todo. Si encima la televisión te machaca con anuncios anarquistas, ¿qué vas a pensar? El intruso en la vivienda familiar es hasta un tropo de cine de terror. Además, la seguridad crea una adicción que llega a límites absurdos: cada vez quieres más. Y no es exclusivo del Partido Popular porque en las comunidades autónomas gobernadas por el PSOE también ha ocurrido en mayor o menor medida. Hemos llevado esta obsesión con la seguridad, con la disminución del riesgo, a todo. Incluso hasta el consumo de cultura: las plataformas de streaming intentan ofrecernos siempre cosas que nos gusten, conocidas. Eliminamos el riesgo, cuando es la base de la civilización. No queremos exponernos a cosas con las que no estemos de acuerdo. Nos relacionamos dándonos la razón, o bien entrando en conflicto directo.

¿Existen alternativas?

Es que lo malo no es la urbanización, sino la segregación. La urbanización es una evolución de la corrala tradicional pero con mejores pisos, columpios para los niños y hasta piscina. El problema no es que atomice hacia dentro, es que atomiza hacia fuera. Con urbanizaciones aisladas no hay heterogeneidad, no hay mezcla, y eso es necesario para una sociedad sana. La Administración tiene que estar presente en la planificación urbana, en la construcción y en la convivencia. No se trata de caer en el ‘buenismo’ ni el paternalismo, sino en observar lo que ha ocurrido en otros países: si la solución a una mala convivencia es el aislamiento, acaba mal. En Estados Unidos, por ejemplo, los problemas urbanísticos raciales son reales. En cualquier gran ciudad hay un centro multirracial, un anillo de suburbios con mayoría negra, asiática o hispana y otro gran anillo de suburbios blancos. Esa segregación se nota. Otro ejemplo de segregación urbana más cercano a nosotros es el de Francia, que primero aisló a las comunidades culturales y ahora lleva décadas sufriendo los problemas que genera. Si nos aislamos no entendemos los problemas del otro y la sociedad se convierte en una competición que nadie acepta perder. Debería haber una redistribución de la riqueza –tanto material como simbólica– en un estado del bienestar que no deje a nadie fuera.

«El problema es que la urbanización atomiza hacia fuera y el aislamiento no proporciona la heterogeneidad necesaria para una sociedad sana»

¿Qué reacciones estás recibiendo sobre tu visión del urbanismo?

Me he encontrado de todo, pero casi siempre de gente que no se ha leído el ensayo. Me preguntan por qué me parecen mal los PAU, cuando no me parecen mal. Yo vivo en una. O, también, me responden que nadie nos debe decir cómo vivir. Esto último es interesante porque implica asumir un argumento de la cultura política de Estados Unidos. Defender los modos de vida es el gran argumento del Partido Republicano, que ha creado incluso un hombre de paja: el neoyorquino liberal y vegano que quiere impedir que en los grandes suburbios blancos se hagan barbacoas o se compren rifles. De todos modos, discutir sobre lo que alguien piensa que dice un texto no acaba bien. A la gente que se ha leído el libro le gusta el debate sobre el modelo de vivienda y entiende que hay que sacar el juicio ideológico de él. De hecho, muchos argumentan que viven en un PAU porque era lo que había, igual que en los 70 sus padres o abuelos se fueron a vivir a los pisos de los grandes barrios del desarrollismo. La capacidad de elección absoluta es una cosa de los libros de autoayuda. También me han llamado burgués por decir que el urbanismo crea la ideología, lo cual resulta gracioso porque, precisamente, este modelo es el que genera la clase media aspiracional. Hay PAUs de clase alta, media o media baja. Hay gente que vive en estos barrios y sus ingresos dependen de su trabajo, no de las rentas o el capital. Se supone que la izquierda representa a los trabajadores pero, si no se preocupa por analizar sus condiciones de vida y entender por qué piensan y actúan como lo hacen, ¿a quién quieren representar?

Has mencionado varias veces esa «clase media aspiracional». ¿Cuál es su verdadero significado?

Aspiracional significa que tomas en tu modo de vida elementos de la clase a la que quieres ascender. Eso es algo muy extendido, y nadie se libra. Todas las generaciones aspiran a progresar y a que sus hijos vivan mejor. Si no lo haces mediante el progreso colectivo, como ha ocurrido en otras épocas o en otros países, se hará mediante la oportunidad individual.

Criticas, además, que el análisis de este modelo no se refleje en la cultura ni en la ficción: novelas, películas, series…

Es que nos falta analizar y explicar lo que ocurre. Necesitamos ficciones que miren hacia fuera, pero en España nos gusta más el modelo del autor atormentado, no aquel en el que el narrador cuenta el mundo en el que vive, al estilo de Benito Pérez Galdós, o de Rafael Chirbes, que se convirtió en el gran cronista de la burbuja y la corrupción a finales de los ochenta porque volvió a España después de diez años en Marruecos y vio que todo había cambiado pero que nadie lo estaba contando. En los talleres de lectura a los que asisto, después de 13 años de crisis económica, he pedido que me traigan diez libros que la traten desde la ficción porque fue una crisis que cambió la vida de varias generaciones en España. Y apenas aparece tratada. Y si algo no se cuenta, no existe.

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