Opinión

Las ventanas que la pandemia deja abiertas

Lo social, lo familiar, lo personal. El tiempo detenido por el confinamiento nos ha colocado frente a emociones e interpretaciones de la vida nunca antes planteadas que abren ventanas hacia la reconcepción de nuestros modelos de relación.

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12
mayo
2021

El abrazo es la escenificación del reconocimiento. Durante la pandemia hemos abrazado menos por la distancia de seguridad y la limitación de movimientos. Pero también hemos abrazado más, a las personas más próximas, a quienes hemos reencontrado y, con el corazón, a quienes sufren, están lejos o han vivido pérdidas cercanas. También hemos abrazado la aceptación que nos trae el cambio. Aún con dificultad, hemos abrazado la máxima higiene, el teletrabajo, la mascarilla y el gel como compañeros de viaje. Hemos abrazado con una mezcla de razón y corazón –y a dos metros de distancia– a una sociedad que antes apenas veíamos, a compañeras y compañeros de trabajo, a personas de nuestro vecindario y a grandes colectivos que un día, no hace mucho, eran invisibles.

Finalmente, hemos sido capaces de abrazarnos a nosotras y nosotros mismos. Los abrazos que dimos, los que no dimos y los que aún esperamos, están todos aquí recogidos. Nuestra segunda derivada, la ventana, es un espacio para abrir(se) y dejar entrar el aire; durante el confinamiento, la única apertura para mirar(se) y ver(se). Como seres humanos tendemos a quererlo todo, queremos que corra el aire pero no pasar frío; que haya luz y claridad, pero a través de persianas que nos separen de las y los demás.

«Hemos dejado entrar a emociones que no nos habíamos permitido. Sencillamente, nos hemos visto a nosotros mismos»

Hemos querido controlar lo que entraba y salía, pero con la pandemia las abrimos de par en par anhelado otras vistas que conjugaran libertad y seguridad, luz y oscuridad, apertura e intimidad, frío y calor. Nuevas formas de ver y nuevos aires, otras ventanas para la relación y para el reconocimiento. En marzo de 2020 lanzamos en las redes sociales un primer ejercicio de escucha sobre la pandemia, un documento llamado 10 claves para una convivencia relacional que invitaba a compartir la experiencia de confinamiento a través de una serie de preguntas que planteamos. Posteriormente, en enero de 2021, publicamos Regálate una Reflexión Relacional, que pretendía recoger los propósitos del nuevo año en clave de relación.

Más de 150 personas participaron en uno, otro o en los dos ejercicios. Con toda esa información hemos elaborado este documento dedicado a quienes aportaron sus reflexiones honestas, crudas, tiernas, sorprendentes, espontáneas y singulares. Algunas personas podrían pensar o decir que no es realista, pues apenas contiene queja, dolor o hartazgo. La pandemia se ha llevado mucho por delante, lo sabemos; ha habido y hay ruptura familiar, ruina económica, desesperación, enfermedad física y mental, y muerte. Frente a eso, quisimos ofrecer un espacio para la esperanza, la toma de conciencia y el agradecimiento, pero es porque las preguntas que hicimos invitaban a la conciencia, a la evolución, a la visibilidad y al reconocimiento. Lo que ahora presentamos es una invitación a la vida, al encuentro y al abrazo que esperamos dar y recibir. Hemos agrupado, ordenado, procesado y, sobre todo, disfrutado de más de 33.500 palabras llenas de sinceridad y emoción. De todas ellas, aproximadamente una décima parte estaban en catalán, las cuales fueron traducidas al castellano para unificar el lenguaje.

Cada una de ellas nos ha llevado a descubrir cientos de reflexiones. Durante la pandemia y, especialmente, durante el tiempo de confinamiento domiciliario, hemos podido tomar conciencia de muchas cosas, factores, personas y emociones. Los factores clave para incrementar la visibilidad y la conciencia han sido tres, fundamentalmente:

  1. El tiempo, que un día de marzo de 2020, se paró. En el mundo de la urgencia, necesitábamos detenernos para poder ver, mirar, redescubrir y reconocer. Llegó la señal de STOP sin un previo ceda el paso.
  2. El descubrimiento de nuestra vulnerabilidad como seres humanos, lo efímero de nuestra seguridad y estabilidad, del empleo, la salud. Al mismo tiempo, descubrir nuestra fortaleza, los límites ampliados de nuestra paciencia, nuestra adaptabilidad, nuestra resiliencia y nuestra capacidad de aceptación.
  3. La convivencia obligada o la soledad impuesta, que nos ha llevado a revisitar nuestros modelos de relación, a apreciar de otra manera lo que teníamos dentro, lo que teníamos cerca y lo que teníamos, sin más.

 

Hemos repensado el valor que le dábamos a algunas cosas materiales, como la vivienda, y a muchas inmateriales, como la intimidad, el abrazo o el tiempo libre. Nos hemos dado de bruces con la sensibilidad y con la verdad que ha quedado al descubierto. Nos hemos sorprendido con nuestra capacidad de adaptación frente al cambio o con la ausencia de esta capacidad. El coraje y la perseverancia también han emergido durante toda la pandemia.

Aunque solíamos mirar desde lo individual, en el último año hemos visto con mayor claridad que formamos parte importante de lo colectivo. Los periodos de confinamiento y las limitaciones de movilidad nos han llevado a reencontrarnos con nuestro círculo familiar primario; a ver, mirar y reconocer a nuestras parejas, hijos e, incluso, a las mascotas. Dedicar tiempo a nuestros seres queridos nos ha permitido descubrir aspectos que habíamos pasado por alto.

La convivencia más intensa, sin duda, ha generado conversaciones, reacciones y gestos de acercamiento y confianza que, quizá, estaban en un segundo plano bajo la alfombra de las prisas diarias. Al mismo tiempo, las limitaciones impuestas por la pandemia nos alejaron de otras personas, por lo que es muy reseñada la añoranza de contacto físico. No podemos abrazar a quienes más queremos, no podemos visitar a las personas mayores, enfermas y/o vulnerables de nuestro círculo. Esto genera sentimientos encontrados, ya que también hemos aprendido a dar más valor a la privacidad.

«El espacio limitado y las restricciones han actuado como un potente activador de la conciencia afectiva»

También hemos dejado entrar a emociones que no nos habíamos permitido. Hemos tenido, sencillamente, la ocasión de vernos a nosotros mismos, de darnos tiempo, permiso y valor. Mirar hacia dentro ha hecho que tomemos conciencia de nosotros mismos, quién soy, a qué he estado dedicándome, qué tenía abandonado, qué quiero y no quiero. Nos hemos acercado a la fragilidad de nuestra salud, a lo vulnerables que somos también físicamente. Se han generado condiciones para incrementar, o recuperar hábitos de autocuidado que teníamos abandonados o sencillamente no habíamos priorizado.

La pandemia ha reconfigurado las presencias/ausencias y ha hecho evolucionar las dinámicas de relación con lo que ocurría, con una/o misma/o y con las redes con que teníamos trato (familia, amistades, equipo de trabajo) y con las que no (vecindario). El confinamiento nos hizo abrir ventanas, salir a los balcones, reorganizar espacios y relaciones.

Convivimos con dinámicas diarias antes impensadas. Allí donde había distancia se generó cercanía, y donde había cercanía se tuvo que poner distancia. Se movieron muebles, horarios, prioridades, manías y costumbres; y espacios individuales y ordenadores personales pasaron a ser compartidos y comunes. Hemos abrazado la presencia virtualizada como una manera más de estar y socializar, y las ventanas han permitido una nueva dinámica de relación para expresar, ver, sentir y compartir. Descubrimos lo que por tanto tiempo obviamos. Atendimos a los criterios que utilizamos para priorizar y repartir el tiempo y los espacios. Revaloramos la presencia o disponibilidad de personas, lugares y recursos. Aprendimos a apreciar cada metro cuadrado disponible.

(…)

El tiempo detenido y la limitación de movimientos nos colocó frente a quienes, aún estando a nuestro lado, habíamos olvidado o invisibilizado. «Te olvidaste de mí y me tenías enfrente», dice una canción. En muchas ocasiones se trató también de apreciar nuevos matices en los seres cercanos. Quizá deberíamos preguntarnos si, además de descubrirlo, fuimos o somos capaces de darlo, expresarlo y/o demostrarlo…

La reflexión más llamativa sería: cuanto más cerca, más difícil resulta expresar el reconocimiento. Es simple salir a la ventana a aplaudir para reconocer la labor de ciertos colectivos durante la etapa más crítica; no nos sentimos expuestos ni nos compromete tanto. Un poco más complejo es expresar qué apreciamos en quienes forman parte de nuestro círculo cercano. Y lo que más cuesta es el reconocimiento hacia nosotras y nosotros mismos.

Nos ha llamado la atención y nos ha conmovido lo que las personas pueden darse, lo que se agradecen íntimamente, lo que han visto en sí mismas y lo que han sabido valorar y apreciar. Porque esto, el abrazo que te das, es lo que te permite reconocer a las y los demás.

Sentimos un profundo agradecimiento hacia aquellas personas con quienes hemos compartido el tiempo. El espacio limitado y las restricciones han actuado como un potente activador de la conciencia afectiva, y nos han puesto delante de nuestros reconocimientos pendientes.


Este es un fragmento de ‘Ventanas y abrazos’, un trabajo elaborado por Susana de los Reyes, Elvira Reche y Esther Trujillo en el Instituto Relacional. 

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