Sociedad

Oliver Sacks, una vida para ser contada

El neurólogo y novelista pasó varias décadas viendo cómo la comunidad científica no se tomaba en serio su trabajo. Oportunista para unos, ‘astrónomo de la mente’ para otros, Sacks centró su vida en la ciencia y la divulgación de una forma única.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
24
marzo
2021
Fotograma del documental ‘Oliver Sacks: una vida’, en Filmin

Al británico Oliver Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015) siempre le costó escoger entre sus dos facetas: contador de historias y médico. Le gustaba pensar que era un poco –y lo fue un mucho– ambas cosas, aunque el mundo lo reconoce más como divulgador científico y autor de varios libros que acercaron los misterios de la mente humana al público. Sus colegas científicos, muy a su pesar, también prefirieron verlo, durante mucho tiempo, como un productor de best-sellers, negándose a aceptarlo como uno más de la comunidad. Una espina que Sacks solo logró sacarse en los últimos años de su vida.

El documental Oliver Sacks: una vida, dirigido por Ric Burns, repasa la trayectoria de este neurólogo y divulgador en clave autobiográfica. Un viaje por una vida apasionante en la que no faltó casi nada, ni siquiera un postrero amor sentimental de pareja, ya bien entrado en los setenta años y tras más de tres décadas de celibato. La película, en la que Sacks participa activamente con sus testimonios directos, empezó a grabarse poco después de que el que autor de Un antropólogo en Marte o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero conociera el diagnóstico del cáncer terminal que acabaría con su existencia meses después. Una emocionante mirada retrospectiva a la trayectoria vital del científico, repleta de altibajos, en la que su protagonista nunca dejó de buscar su lugar en el mundo.

La aventura documental arranca en el Londres natal de Sacks. La compleja relación con su madre, insigne cirujana a la que estaba muy unido, con su hermano Michael, que padecía esquizofrenia, o la salida del armario fueron circunstancias que marcaron su carácter y posterior carrera profesional. La pantalla no omite los episodios más oscuros, como la espiral autodestructiva que vivió a mediados de los años sesenta, una vez instalado en los Estados Unidos, y que le llevó por los derroteros del abuso de anfetaminas, acompañado de peligrosos recorridos nocturnos a toda velocidad sobre su motocicleta.

Su trabajo y la sensación de que, gracias a este, la vida se había vuelto más interesante, lo trajeron de vuelta. El largometraje, de hecho, repasa su estancia en el Hospital Beth Abraham, en el Bronx neoyorquino, y el asombroso periodo que pasó con los ochenta enfermos supervivientes de la epidemia de encefalitis letárgica que había recorrido el mundo durante los años veinte. Muchos de ellos llevaban desahuciados y abandonados en estado catatónico desde hacía décadas, pero Sacks consiguió sacarlos momentáneamente de esa oscuridad gracias a un tratamiento experimental con L-dopa (antecedente de la dopamina), experiencia que el neurólogo trasladó a Despertares, uno de sus libros más populares y cuya adaptación cinematográfica, con Robin Williams como Oliver Sacks y Robert De Niro interpretando a uno de sus pacientes, hizo universal.

Su condición como científico estuvo a menudo en entredicho. Oportunista o simple recolector de datos para unos, verdadero astrónomo de la mente para otros, a Sacks le penalizó su habilidad para trasladar sus ideas al papel impreso y conectar a nivel emocional con sus lectores. Cualquier licencia literaria era interpretada como exageración y signo inequívoco de falta de rigor científico, y cargaba de razones a sus críticos. En la actualidad, la comunidad científica se inclina por reconocer las aportaciones del Sacks médico a los estudios sobre la consciencia, trastornos como el síndrome de Tourette o el párkinson.

Tímido, curioso, atormentado, inseguro, amante del orden y de la tabla periódica, judío, homosexual, motero, culturista, drogadicto… Sacks fue todas esas cosas y muchas más. Pero sus pacientes y las personas que trabajaron con él prefieren recordarlo como un ser humano amable, considerado y empático, que centraba su atención en el enfermo antes que en su enfermedad. Una persona que, al final de su viaje, lanzaba un mensaje de gratitud: «Por encima de todo, he sido un ser sensible, un animal de pensar en este hermoso planeta, y esto, en sí mismo, ha sido un enorme privilegio».

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME