Diversidad

¿Está el sistema educativo bien representado en las series españolas?

Si la mayoría de los centros educativos en España son públicos, ¿por qué en las series ganan los concertados? ¿Y por qué la mayor parte de ellas están protagonizadas por hombres, cuando las profesoras son mayoría en los claustros?

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20
octubre
2020

La ficción suele representar las preocupaciones de la sociedad que las consume, y si hay una preocupación común a casi todas las sociedades que en el mundo han sido –y habrán de ser– es la de la educación. En este otoño ha visto florecer dos ambiciosos estrenos, uno en la pequeña pantalla –y nada menos que en la televisión pública, HIT– y otro en la grande, Uno para todos, cinta basada además en hechos reales. Mientras tanto, en paralelo, se prepara la continuación de una de las series de instituto de esas emblemáticas para los jóvenes –o ya no tanto– que eran adolescentes en los inicios del milenio, Física o Química.

A su vez, esta recogía el testigo de otras ficciones que marcaron la cultura audiovisual de las generaciones anteriores, como Compañeros o Al salir de clase. ¿Se acuerdan de la legendaria serie canadiense Degrassi o la australiana Los rompecorazones? Estas preguntas, además de revelar que quien escribe estas líneas hace tiempo que no puede acceder a descuentos de carnet joven, tienen una segunda intención: ¿se acuerdan del nombre del centro educativo?

¿Público o privado?

El de Compañeros se llamaba Rafael Azcona en homenaje al escritor, guionista, dramaturgo y director de cine. No extrañaba, con el profesorado lleno de clásicos del audiovisual español como Tina Sainz, Beatriz Carvajal o Miguel Rellán, e incluso Concha Velasco durante una temporada. ¿Qué era el Azcona? ¿De Secundaria o de Primaria –o EGB, teniendo en cuenta que hablamos de los años 90–? Seguramente de secundaria, si tenemos en cuenta que los actores que interpretaban a Quimi y Valle cursaban 4º de ESO rozando la treintena. Pero… ¿era público o privado? Era un concertado. Laico, eso sí.

compañeros series

En su heredero más actual, HIT, el protagonista –Hugo Ibarra Toledo– es un gurú de la educación, autor de charlas TED y polémicos cursos online, que acude al rescate de una antigua compañera de clase –y ligue– y ahora directora del IES Anna Frank, un centro con graves problemas de disciplina. El personaje de Ester no es directora por oposición ni por elección del claustro, sino por heredar el centro de su madre, que lo fundó. Aún así, depende de la Delegación de Educación para seguir adelante. Es decir, otro concertado como el Azcona.

La coincidencia entre ambas ficciones es llamativa, sobre todo atendiendo a las cifras. En España hay 28.816 centros educativos, de los cuales 19.184 son centros de enseñanza pública y 9.632 concertados y privados. ¿Por qué las series tienden a ser menos representativas de la sociedad en este sentido? Muy fácil. Por ejemplo, Concha Velasco fue la primera directora del Azcona de Compañeros, pero solo duró una temporada por la agenda de la actriz. Ese cambio tan repentino es fácil de justificar en un centro que funcione como empresa privada… pero no uno público.

Al rescate de la España rural

Sin embargo, otras ficciones sí han intentado ser más fieles a la realidad del panorama educativo español. Ahora mismo todavía se puede ver en los cines de toda España Uno para todos, dirigida por David Ilundáin. La película se basa en un caso real, el Proyecto Guillén y, en este caso sí, su comienzo no puede ser más realista: el personaje que encarna David Verdaguer aterriza en un pueblo perdido de Aragón que desconoce para ocupar una plaza de interino de la que piensa pedir el traslado cuando pueda. Una clase con problemas de bullying y un niño enfermo lo convencerán de lo contrario, pero ahí entra lo que ocurre dentro de la película: varios problemas de la vida real por el precio de uno, sin exageraciones ni dramatismos, gracias a limitarse a guionizar un caso concreto.

series educación verdaguer

Algo parecido ocurre en Historias de Alcafrán, la comedia de José Mota sobre un pueblo perdido de La Mancha en el que el profesor tiene que dar clases a adultos mientras los niños del municipio van al instituto de otra localidad porque no son suficientes para que les abran un colegio, una realidad que se vive en centenares de pueblos. Al contrario de lo que ocurre con otras ficciones, estas son experiencias en las que sí se reconocen profesorado, familias y alumnado de los colegios de eso que llamamos la España vaciada y que también se ven, por ejemplo, en los cómics de la tuitera Maestra de Pueblo, narrando la adaptación de una interina pendiente de la bolsa de trabajo a su nuevo destino –eso sí, lejos del glamour que piden las series con montaje de thriller–.

Merlí, el ‘profe’ de filosofía acusado de machista

Hace ya unos años, la serie Merlí fue un éxito de crítica y público primero en TV3, la televisión pública de Cataluña, y más tarde en el resto de España y fuera de ella –de hecho, Argentina está llena de Merliliebers– gracias a Netflix, que la elevó a éxito mundial. Pero nadie esperaba que acabase es en el Parlament regional. La principal crítica que recibió la serie es que infrarrepresentaba a las mujeres entre el profesorado, a pesar de que son la mayoría del cuerpo docente tanto en Cataluña como en el conjunto del Estado.

Sin embargo, no fue la única pega que se le puso a este taquillazo. También se criticaron, desde muchos y muy diversos foros, las actitudes del protagonista, un profesor de filosofía revolucionario y adorado por sus alumnos pero algo tóxico en sus relaciones amorosas. Jaume Peral, director de TV3, se defendió diciendo que mostrar actitudes negativas en un personaje –que, además, en el caso de Merlí son verosímiles si atendemos a su edad– no implica que se invite a nadie a imitarlas, sino todo lo contrario.

¿Por qué es todo esto tan importante, si solo son series? Porque, aunque ocurra en una pantalla, la ficción sigue siendo nuestra forma de compartir la realidad y crear un espacio consensuado en el que discutir de ella. No es que necesitemos profesores ejemplares, porque también serían irreales, o un porcentaje de representatividad en cuanto a géneros o nacionalidades medido de forma estadística, sino afrontar los problemas del sistema educativo sin exagerarlos ni minimizarlos. Comprendiendo el lugar en el que estamos para establecer puntos comunes sobre los que discutir y avanzar. Con filosofía y con charlas TED si hace falta, pero siempre recordando que si es uno es para todos… es porque todos son para uno.

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