Opinión

Doce dificultades prácticas para abrir las aulas

Las escuelas ya han abierto sus puertas y ahora, con recursos limitados, soluciones creativas y mucha responsabilidad y compromiso debemos ir respondiendo día a día a cada nuevo desafío.

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08
septiembre
2020

Y finalmente llegó el lunes que daba por finalizadas unas vacaciones tan cortas como un suspiro. Todavía era 24 de agosto, pero a las 9 de la mañana los educadores estábamos en los centros, cada uno con su mochila llena de miedos, dolor e incertidumbre mientras, en el exterior, el ambiente se iba cargando día tras día de acusaciones y discusiones crispadas. El miércoles, un rastreador llamó a la jefa de estudios: había estado en contacto con un positivo, así que «test y a casa». El viernes dio positivo y todo el equipo directivo tuvo que realizarse el test el sábado. Nosotros mismos hicimos 62 test rápidos a profesores y personal no docente. Hubo otro positivo. Fue entonces cuando empezó el calvario: los teléfonos de avisos -que no atendían en fin de semana- no reconocían el riesgo porque lo había hecho una empresa privada por su cuenta. Luego, llamadas al centro de salud, inspección, etc. Pasó una semana hasta que conseguimos hacer otro test «oficioso». Los primeros resultados salieron el lunes siguiente. Eran negativos, pero estuvimos de cuarentena durante toda la semana.

El relato es todavía más largo y vergonzoso, y dice  mucho de la inoperancia burocrática del sistema y de la necesidad de colaboración de todos, especialmente de las entidades locales, sanidad, educación y especialmente las familias. Pero, sobre todo, esa mañana en el colegio, en la que afloraron muchas nuevas dificultades, fue como un baño de realidad que hizo crujir todo el trabajo de preparación que llevábamos semanas haciendo. Esto va en serio, y no importa lo bien que lo hagas porque el virus va a quedarse una larga temporada con nosotros y va a ser muy fácil que se nos cuele por alguna rendija. Vamos a tener muchos positivos y contactos de riesgo con positivos, así que debemos plantearnos un panorama de intermitencia constante, de cuarentenas y confinamientos de alumnos y profesores que va a suponer una alternancia de presencialidad y aprendizaje remoto durante todo este curso escolar. Pero ya hemos abierto las puertas; no hay tiempo de quejarse, así que con recursos limitados, soluciones creativas y mucha responsabilidad y compromiso vamos día a día respondiendo a cada desafío. Algunos son grandes otros, anecdóticos, pero cada uno de ellos hace que nos cuestionemos cómo organizamos este extraño mes de septiembre:

  • ¿Cómo garantizamos que los grupos burbuja están realmente blindados para poner en cuarentena parcialmente a parte del alumnado y no a la totalidad? ¿Y qué ocurre con los hermanos en diferentes grupos, o profesores que conviven, o los que viajan juntos compartiendo transporte a la escuela? ¿Y cómo gestionamos las relaciones sociales fuera de las escuelas de todo el personal y las familias para que no se crucen las burbujas?
  • ¿Cómo nos aseguramos, en la medida de lo posible, que las mascarillas son las adecuadas, que los niños y niñas cumplen las medidas de seguridad y se cambian diariamente ? ¿ Y qué pasa con los momentos donde se quitan las mascarillas, como el almuerzo, la comida o la Educación Física? ¿Y dónde dejan esa mascarilla mientras para que se conserve segura?
  • ¿Cómo evitamos el cruce en espacios comunes como patios, escaleras, o en la misma calle, cuando las familias de los más pequeños se apelotonan en las esperas de entradas y salidas? ¿Y qué hacemos con el número limitado de baños que condicionan la organización de los grupos?
  • ¿Cómo agilizamos la reacción cuando hay una sospecha de positivo entre los alumnos? Hemos comprado PCRs, pero ¿cómo agilizamos la comunicación y reacción de las autoridades correspondientes para ser rápidos en las decisiones y evitar que cunda el pánico? ¿Qué ocurre con el propuesto «coordinador COVID-19», que tendrá que irse a casa en cuanto se confirme que ha atendido directamente al primer positivo?
  • ¿Cuando sean los profesores se queden en casa, qué hacemos para cubrir la docencia en los grupos si no tenemos disponibilidad de horarios en la misma burbuja? ¿Las rompemos y ponemos a todo el centro en el mismo grupo de riesgo? ¿Mandamos a casa a todo el grupo afectado o repartimos a los alumnos en otros grupos de edad?
  • Si los grupos son grandes y no tenemos suficiente personal para desdoblarlos todos, ¿qué priorizamos, la seguridad o el aprendizaje? ¿Los mezclamos para sacar las ratios de 20 o habilitamos espacios más grandes?
  • Si habilitamos espacios y dispersamos a los grupos, ¿cómo podemos conseguir los recursos necesarios para comprar pizarras, proyectores, mobiliario y algún tipo de paneles de insonorización que permita la docencia en espacios que no han sido concebidos para ella? ¿Cómo cubrimos las necesidades de material sanitario de muchas familias que no pueden permitírselo, no solo para traerlo al colegio, sino en sus mismos hogares?
  • Cuando llegue el frío, además de batallar con los constipados y los mocos debajo de las mascarillas, ¿cómo almacenamos y desinfectamos chaquetas, bufandas, gorros, carteras o botas de agua en nuestros estrechos pasillos sin que sean un impedimento para la desinfección y la limpieza?
  • ¿Qué hacemos con toda nuestra política de inclusión, especialmente con los niños con TEA, hiperactividad, o síndrome de Down, además de los asmáticos o de riesgo por otras patologías que usualmente absorben muchos recursos que ahora tendrán que ocuparse de los grupos burbuja? ¿Cómo gestionamos el hecho de que muchos estén dispensados del uso de la mascarilla o de la distancia de seguridad, lo que despierta reacciones de miedo y rechazo por parte del resto de las familias o de algunos profesionales?
  • ¿Cómo organizamos todas las actividades extraescolares o los programas de madrugadores para mantener las burbujas y responder a una necesidad de conciliación familiar? ¿De dónde vamos a sacar el personal extra necesario -que tendrá que aumentar a pesar de que habrá muchos menos usuarios- sin gravar los precios ni disminuir la oferta?
  • Si eliminamos las asambleas, nuestras celebraciones del aprendizaje, las tutorías verticales, los villancicos, las representaciones navideñas, los viajes de fin de curso, las salidas frecuentes, los chocolates falleros, las tunas sorianas o las verbenas madrileñas, las salas de profesores y las máquinas de café, ¿cómo vamos a lograr la comunión que nos convierte en comunidad educativa? ¿Cómo vamos a generar complicidad y fortalecer los vínculos emocionales que nos unen con los alumnos y sus familias, pero también entre nosotros?
  • ¿Cómo programamos esa intermitencia constante en términos de currículum y recursos que prevea diferentes escenarios para los distintos grupos y con los recursos digitales limitados que muchos siguen sin disponer en sus hogares? ¿Contaremos con la flexibilidad de las administraciones para que tengan la suficiente agilidad para confiar en nosotros y no inundarnos de requisitos burocráticos y papeles interminables e inútiles en estos momentos?

 

Estas son solo algunas, pero hay muchas más preguntas. Cada mañana me levanto en tensión y debo tomar cientos de decisiones para mantener la serenidad y dar confianza a nuestros equipos, nuestros alumnos y sus familias. Yo también creo, a pesar de todo, que la escuela es un lugar imprescindible, aunque actualmente no me atrevo a calificarlo de seguro. No quiero imaginar cómo sería cerrar la escuela sin un estado de emergencia. Creo que es naif pensar que los niños y niñas o los adolescentes van a mantenerse delante de las pantallas, en sus hogares, mientras la vida sigue abierta fuera. Ya no estamos en marzo y, seguramente, la escuela es la opción menos mala. Y todo no es una cuestión de dinero, sino que muchas cosas dependen de decisiones inteligentes.

«Debemos plantearnos un panorama de intermitencia constante, de cuarentenas y confinamientos»

Yo no envidio a nadie que tenga responsabilidades políticas en estos momentos, porque no hay recetas que garanticen la seguridad. Pero cuando no hay recetas, no se necesitan gestores ni demagogos, sino líderes capaces de aunar voluntades y esfuerzos para una causa común, que sean cercanos al reconocer los problemas, ágiles en las respuestas, humildes e inteligentes en los análisis. En definitiva, que sean capaces de escuchar y aprender los unos de los otros para ser eficaces y competentes en gestionar con equidad los recursos que sabemos que son limitados. Hoy hay que estar a la altura para vencer a los tres enemigos comunes que nos acechan en las escuelas: protegernos frente al virus, mantener las escuelas abiertas para que cumplan su rol de protección social y conciliación de las familias, y garantizar un aprendizaje valioso para toda una generación que tendrá que protagonizar el futuro.

Tuvimos una idea feliz que se está expandiendo: 5x5x5x5, lo que significa cinco mascarillas, de cinco colores distintos para los cinco días de la semana, con cinco personajes protagonistas de las historias y los materiales que hemos hecho para el nuevo programa de Educación para la Salud. Esto nos garantiza que se cambian la mascarilla a menudo y nos permite controlar la movilidad de los grupos de colores distintos. Deseamos una vuelta de colores en medio de un ambiente gris, porque quizás mi mayor pregunta es cómo, a pesar de todo esto, abriremos las puertas de nuestras escuelas cada día con ilusión y les contagiaremos entusiasmo y alegría ante el nuevo curso que comienza. ¿Dónde encontramos las fuerzas para motivarles a iniciar una nueva aventura para aprender con nosotros en estos colegios híbridos que estamos reinventando? Y, sobre todo ¿cómo les enseñamos que hay que disfrutar, disfrutar mucho porque volvemos a nuestro cole?


(*) Carmen Pellicer es presidenta de la Fundación Trilema y directora de Cuadernos de Pedagogía.

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