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El desafío de la privacidad en la era tecnológica

Nuestro deber cívico es salvaguardar nuestra privacidad y la de aquellos que nos rodean. La privacidad no solo es importante para protegernos como individuos; es vital para las democracias liberales, la tela con la que vendamos los ojos del sistema para que se nos trate con imparcialidad.

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10
agosto
2020

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En las últimas dos décadas se nos ha olvidado el valor de la privacidad. La economía de datos ha querido convencernos, y durante un tiempo lo logró, nos convenció de que la privacidad era cosa del pasado. La privacidad nunca ha sido ni será cosa del pasado, porque siempre habrá gente que quiera usar información sobre nosotros para su propio beneficio y en contra del nuestro. Mientras la sociedad sea sociedad y los seres humanos sean humanos, siempre necesitaremos de la protección de la privacidad, sin importar si nos movemos en un contexto digital o analógico. A la gente común y corriente nos costó tiempo y experiencia darnos cuenta de que el contexto online no es menos peligroso. Las tecnológicas jugaron con la ventaja de la invisibilidad. Lo virtual no huele, no sabe a nada, no pesa. No vemos ni sentimos la mirada de todos aquellos que nos siguen los pasos. Que te roben los datos no duele hasta mucho después, cuando ya es demasiado tarde.

Ahora entendemos que las consecuencias de la falta de privacidad de hoy son tan graves como las de ayer. Cada vez somos más quienes hemos sentido las consecuencias de la falta de privacidad digital en nuestra propia piel. En una encuesta que llevé a cabo con Siân Brooke recientemente, el 92% de nuestros participantes reportaron haber tenido una mala  experiencia relacionada con la privacidad en internet. A algunos les habían robado su número de tarjeta de crédito, a otros les habían humillado por Twitter, a otros les habían hackeado su cuenta…

Hoy comprendemos que, en vez de tratarnos como a iguales, o en base a la información que nosotros estamos dispuestos a proporcionar y corroborar, demasiadas compañías e instituciones nos tratan de acuerdo a datos que nos arrebatan o que infieren –incluso cuando estos son falsos, porque no hay nadie que tenga suficiente interés en comprobar que sean correctos. La economía de los datos está erosionando la igualdad.

La privacidad es la tela con la que vendamos los ojos de la justicia y del sistema para que se nos trate con imparcialidad

En la era digital estamos teniendo que reaprender el valor de la privacidad a base de malas experiencias. Gracias a ello se logró el Reglamento General de Protección de Datos, un hito histórico. El siguiente desafío consiste en asegurarnos de que las autoridades tengan suficientes recursos y herramientas para implementar la ley a rajatabla. Ahora mismo, las Agencias de Protección de Datos están faltas de personal y de presupuesto. Necesitamos darles herramientas adecuadas para luchar contra titanes.

Después de dos décadas de ir perdiendo privacidad, las grandes tecnológicas por fin se estaban encontrando cierta resistencia, tanto por parte de la población como de los gobiernos. Hoy, la epidemia del coronavirus amenaza con empujar el péndulo una vez más hacia la pérdida de privacidad. Las crisis acarrean momentos peligrosos para las libertades civiles. Gran parte de la privacidad que perdimos en el siglo XXI se la debemos a los ataques terroristas del 11 de septiembre, que impulsaron una preocupación por la seguridad que atropelló a la privacidad. Sin el 11-S, la economía de datos quizás se habría regulado a tiempo. Pero las agencias de inteligencia querían una copia de los datos. Al final, la vigilancia resultó ser inefectiva: nos quedamos sin privacidad y nuestra seguridad no mejoró.

¿Volveremos a cometer los mismos errores? Antes de aceptar la erosión de nuestra privacidad, tendríamos que asegurarnos de que es absolutamente necesario, que existen las medidas de seguridad adecuadas para mantener nuestros datos a salvo, que nuestros datos no se van a usar ni comercial ni políticamente, y que hay un plan claro para volver a la normalidad.

Nuestro deber cívico es salvaguardar nuestra privacidad y la de aquellos que nos rodean. La privacidad no solo es importante para protegernos como individuos; es vital para las democracias liberales. Para protestar anónimamente, para votar en secreto, para que los periodistas puedan proteger a sus fuentes, los abogados a sus clientes, y los médicos a sus pacientes. La privacidad es necesaria para pensar por nosotros mismos, para que nadie manipule nuestras percepciones y deseos. Y la privacidad es fundamental para la igualdad. La privacidad es la tela con la que vendamos los ojos de la justicia y del sistema para que se nos trate con imparcialidad. En esta década, el desafío será librarnos de las garras de la recolección de datos por imposición2.


Carissa Véliz es investigadora en el Uehiro Centre for Practical Ethics y el Wellcome Centre for Ethics and Humanities, University of Oxford. Este artículo fue publicado en el Anuario Internacional del Cidob. Lea aquí el artículo.

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