Ciudades
Hacia una arquitectura del coronavirus
En medio de la tempestad del coronavirus, hemos empezado a cartografiar un territorio que se va a reconfigurar en su noción jurídica, política y urbanística por el ataque de la enfermedad. La salud volverá a la sociedad y esta deberá rediseñarse creando nuevas escalas y espacios intermedios.
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COLABORA2020
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«Cuestión de moralidad. La mentira es intolerable. Uno muere con la mentira. La Arquitectura es una de las necesidades más urgentes del hombre, ya que la casa ha sido siempre indispensable y primera herramienta que ha forjado». Le Corbusier, Hacia una arquitectura. 1923
Asistimos a una serie exponencial de muertes y mentiras desde nuestra casa, nuestra primera herramienta, y miramos por la ventana, y vemos la imagen del hospital militar flotante Comfort llegando a Nueva York. Esa instantánea nos recuerda la de otra nave profética que también llegó a la misma ciudad: el USS Normandie. En ese viaje descendió la ambición de Le Corbusier. Sus manifiestos profetizaban la unión de higienismo, tecnología y vivienda, y su encrucijada también recuerda a la nuestra. Si esa foto recogía las cenizas del crack de 1929 en un mundo que se dirigía inevitablemente hacia la Segunda Guerra Mundial, esta foto parece ser la confirmación de un nuevo orden mundial, producto de una pandemia global.
Al igual que Le Corbusier, desconocemos las consecuencias exactas que la primera y siguientes olas de la epidemia tendrán sobre el barco que nos lleva. La mar está confusa: olas altísimas de cuarta revolución industrial, encrespada lucha entre el neoliberalismo globalista y el proteccionismo estatal, y mucha espuma que reduce la visibilidad de los derechos humanos. Se estima que, como consecuencia del coronavirus, se va a doblar el número de personas que pasan hambre –aumentará de 825 a 1.600 millones–, que más del 87% de la población activa del mundo está afectada laboralmente, que más de 3.000 millones no pueden lavarse las manos y que hay 4.000 millones de personas en cuarentena y otros 2.000 sin vivienda.
¿Podrán las Naciones Unidas gobernar el barco y llevar a puerto los Objetivos de Desarrollo Sostenible? A modo de carta de navegación, definiremos cinco puntos para una arquitectura del coronavirus: territorio, ciudad, salud, vivienda y objeto. Hablemos de futuro.
Territorio
El coronavirus ha atacado una forma de vida y su construcción territorial. El comienzo y desarrollo exponencial de la crisis está en el origen del modelo: la urbanización acelerada que provoca la reducción, el comercio de ecosistemas donde se encuentran los animales salvajes con sus patógenos y la comida como vector de transmisión, y los HUB de transporte, más rápidos y de mayor alcance.
A falta de otros ejemplos comparables y confirmación de la relevancia del confinamiento temprano y otras decisiones políticas, existen relaciones directas entre recursos, densidades, contagios e índices de fallecidos. Ciudades como Los Ángeles, con baja densidad y con buenos equipamientos sanitarios, responden mucho mejor que Nueva York. Queda por ver si en ciudades de alta densidad habrá un grado mayor de inmunidad colectiva –si es que existe– y por lo tanto estos índices de contagio y fallecidos se equilibrarán.
En los entornos rurales o áreas deprimidas de baja densidad la situación es diferente por una suma de factores, como la carencia de servicios y equipamientos, la edad de sus habitantes o la desigualdad económica. Todo ello provoca los mayores índices de mortalidad del país. En Estados Unidos el porcentaje de muertos afroamericanos con bajos ingresos puede ser del 70% sobre el total. En la España vacía el ejemplo de Soria o Segovia es paradigmático: poseen la tasa de contagio por cada 1.000 habitantes más alta de España y superan o igualan a Madrid en la tasa de fallecidos.
Además de reforzar los equipamientos y las infraestructuras del mundo rural y zonas deprimidas, proponemos la integración de herramientas como Blue Dot AI en estudios, universidades y gerencias de urbanismo, para poder equilibrar el poder y el saber entre diseño y predicción.
Ciudad
«No nos va a matar el coronavirus, sino que moriremos de hambre», explicaba a NYT Nihal Singh, un albañil de Delhi (India)
La base de la civilización y su crecimiento ha estado en la alimentación de las ciudades. El comienzo de la pandemia está vinculado a políticas alimentarias y se produce en un mercado. Hoy vivimos cambios radicales en esta dirección: tiemblan los precios, las cosechas, las cadenas de suministro y los bloques logísticos en la mayoría de los países desarrollados. Vemos en directo al chef español José Andrés y su organización World Central Kitchen –entre otras muchas instituciones en estos y otros países) construir redes de emergencia (junto a bancos de alimentos– para millones de necesitados entre EE.UU. y España. Al mismo tiempo, diferentes plagas llevan al abismo la alimentación de cientos de millones de personas en África.
La situación hasta el momento es ejemplar por lo que respecta a la industria española, uno de los puntales geopolíticos del país a nivel internacional. Apuntemos algunos datos: Almería es capaz de alimentar de forma saludable durante nueve meses del año a 500 millones de habitantes de la Unión Europea; España es la cuarta potencia mundial en la producción de carne de cerdo y Mercamadrid es el mercado de distribución de alimentos más importante de España, el más grande de Europa para carne y la segunda lonja de pescado del mundo, por detrás de Tokio.
La sociedad y la arquitectura necesitan una reconfiguración geopolítica de las tensiones entre el campo y la ciudad
La producción local de alimentos es un signo de sostenibilidad. Actualmente menos del 30% de la población mundial puede satisfacer su demanda dentro de un radio de 100 km. Es por ello que animamos a la arquitectura y sus escuelas a que trabajen en la reconfiguración geopolítica de las tensiones entre el campo y la ciudad, que diseñen y construyan, sin intermediarios, físicamente y digitalmente, las redes que llevan la comida del huerto al plato. Aprendan en todas las escalas: desde los materiales y sistemas constructivos del invernadero, descontextualizados por Lacaton & Vassal en sus viviendas, a laboratorios como Sociopolis –un proyecto para un hábitat solitario en la frontera entre ciudad y campo–, o nuevos modelos de producción en la ciudad como el proyecto Future Farms de UN Studio. Propuestas donde se pongan de manifiesto los retos de la ciudad que podría venir, un modelo de economía circular que una sector primario, secundario y terciario y que produzca los recursos para conseguir una ciudad autónoma partiendo de la soberanía alimentaria. Por último, quedaría el campo de batalla de todo el sistema: la energía, el diseño y las regulaciones del last mile (robots, delivery, últimos 15 metros) y la gig economy, el turismo (Airbnb), las nuevas formas de urbanismo y ocio con la separación social, o el diseño de la nueva ciudad 4D para el transporte con drones autónomos, etc.
Salud, hospitales y residencias
En el siglo XVIII surge la sociedad como medio del bienestar físico, buena salud y longevidad. El urbanismo de la salud se centra en los focos privilegiados de las enfermedades –de las ciudades, de ahí el déficit en lo rural– y sobre ellos activa diferentes protocolos, emergiendo el modelo de hospital que conocemos hoy y que es la invención tecnológica en el orden del poder, base para crear el modelo panóptico. El coronavirus ha puesto el foco en la crisis de ese modelo y tipología: el hospital, la cárcel y la residencia, pero también el entierro. Quizás es un buen momento para pensar y rediseñar el modelo y la ceremonia.
«El hospital es más un foco de muerte para las ciudades en donde está situado que un agente terapéutico para toda la población, es una mancha sombría en el espacio urbano», escribía Michel Foucault. En los últimos días hemos visto cómo los hospitales han salido y ocupado la ciudad con cientos de tipologías efímeras o formatos prefabricados: un catálogo de islas de enfermedad del siglo XX con evidente margen de mejora. Esa presencia física, sin embargo, deberá tender a desaparecer o diluirse en la deshospitalización de la ciudad, y poseer un reverso digital a través de la telemedicina en todas sus variantes. Aplicaciones como Trace Together –donde se localizan los casos pero también se siguen las líneas de contagio y se puede llegar a predecir urbanísticamente la pandemia delimitando las áreas de contacto–, ayudarán a «purificar» el espacio público y la tipología sanitaria.
Por otro lado, alrededor del 50% de los fallecimientos por coronavirus en Francia, Italia, España, UK, Irlanda y Bélgica se han producido en las residencias de mayores. Una tormenta perfecta donde la arquitectura y la gestión a todas las escalas han sido catastróficas. Un nuevo modelo debe surgir en planta, pero también en contenido, gestión y concepto de rentabilidad. Probablemente un panoptismo tecnológico y digital de servicio, unido a la necesidad de crear comunidades autónomas dispersas y conectadas a la vez, para ser protegidas en momentos de excepción. Un modelo que tome como punto de partida el proyecto Regen Villages de EFFEKT: una ecovilla de muchos espacios archipiélago, regenerativa y resiliente fuera del grid, autónoma y con tecnologías para reconectar naturaleza, consumo y producción.
Vivienda
Cuando Le Corbusier llegó en barco a Nueva York, el fordismo era una realidad que ya lo bañaba todo mientras la industrialización y el marketing empezaban a llegar a la vivienda. Después de la II Guerra Mundial, pasó a ser el eje principal de la arquitectura durante el resto del siglo. Actualmente, más de 2.000 millones de personas en el mundo no tienen un espacio para vivir en condiciones mínimas de higiene y salud, 40.000 de ellas en España. Y de los que lo tienen en nuestro país, 4,5 millones viven en casas de menos de 60 metros cuadrados y el 5% no tiene luz natural. Con estas cifras en aumento exponencial por la situación actual, y la huida y explosión de la burbuja inmobiliaria por los propios fondos, parece un buen momento para girar el enfoque del mercado y recuperar el espíritu de los CIAM para embarcarse en un nuevo Patris, quizá hasta proponer una Carta de Atenas del siglo XXI. ¿Hay algún nombre mejor que el del barco UNSC Comfort?
Hacia una nueva arquitectura confortable
La palabra confort se construyó durante el siglo XX en paralelo a la definición de vivienda que hoy conocemos. El debate entre el universalismo tecnocrático del propio Le Corbusier, Banham o Fuller y el regionalismo climático de Taut o Erskine sigue existiendo, y el coronavirus lo inflama gracias a unos ratones que en ambientes de entre el 40% y 60% de humedad relativa transmiten en menor medida la enfermedad y con una humedad relativa del 50% la eliminan mejor y generan respuestas inmunes más resistentes. Intuíamos que Decosterd & Rahm tenían razón cuando proponían ese diálogo entre usuario y ambiente a través del aire (clima y energía) como nuevo material necesario para dar forma a la arquitectura; ahora que lo confirmamos, hay que replantearse la sostenibilidad y arquitectura ambiental de la casa y de la ciudad desde esta ciencia.
La casa del futuro no será una, sino muchas
El proyecto de vivienda autónoma y productiva se desarrolló como suma de la crisis nuclear y la crisis energética. Es posible encontrar algunos de esos modelos alternativos construidos, proyectos sociales con raíces en la ecología y la sostenibilidad de los ecosistemas con un alto grado de tecnificación. Recuperar y conectar esos laboratorios —documentados por Nancy Jack Todd o Stewart Brand— así como revisar lo vernáculo mediante el nuevo paradigma de la casa productiva servirán de guía para las nuevas generaciones.
La casa del futuro podría basarse en los ejemplos anteriores y por lo tanto no será una, sino muchas: el tiempo será el espacio, el espacio, clima, y el clima, ecosistema. La casa será laboratorio que tendrá actividades programadas para ser puntos de encuentros entre tecnología, subsistencia y producción (energética y alimentaria), que será estructura y a su vez otra cosa: circular en la construcción y los residuos, independiente y autónoma. Seremos prosumidores en espacios de confort compartido con varias capas de significado y conexión.
Objeto
La arquitectura moderna fundamentó una de sus patas sobre el diseño de mobiliario. El ejemplo de la silla tubular, su repercusión en la historia con más de 2.000 modelos y la lucha por la autoría entre Mart Stam, Marcel Breuer y Mies Van der Rohe es paradigmático. Pelearon por un diseño y una tecnología que no les pertenecía ya que procedía de los asientos de un coche Tatra de 1926.
Actualmente, la fabricación digital ha dado la vuelta a esa ecuación provocando cambios sistémicos en la arquitectura y el mundo del diseño gracias a tecnologías compartidas que pueden generar un catálogo infinito de diseños de código abierto fabricados en un sistema en red que ha dado respuesta inmediata en esta crisis, a la espera de homologaciones.
El diseño y la producción en tiempo real de respiradores, desinfectantes, EPI, habitaciones, cocinas, restaurantes, hospitales y ciudades demuestra y confirma que el liderazgo en la innovación es resolver problemas complejos con soluciones elegantes para una nueva forma de vida.
Quizás el nuevo Le Corbusier tampoco baje de un barco academizado en Nueva York, sino de una nube siendo maker. Hacemos escala en este crucero por el archipiélago coronavirus, hemos empezado a cartografiar un territorio que se va a reconfigurar en su noción jurídica, política y urbanística por el ataque de la enfermedad. La salud volverá a la sociedad y esta deberá rediseñar sus relaciones tipológicas con la alta y baja densidad, creando nuevas escalas y espacios intermedios entre la brecha física y digital, entre el hospital y la vivienda. Esos ambientes serán clima y ecosistema, y los objetos de código abierto responderán a los objetivos de desarrollo sostenible creando impacto inmediato en el propio territorio, de manera circular. A partir de ahora, como diría Le Corbusier, los arquitectos tienen la palabra.
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